La publicación en cuatro tomos de las "novelas duras" de Simenon (Les romans durs, Ed. Omnibus) ha desatado en Francia un educado debate de opiniones literarias. Bendito país, que aún discute de literatura. Pero en La Biblioteca Médicis, un programa de TV tan ampuloso o churrigueresco como sólo un intelectual francés podría soñar, veo a varios estudiosos y a uno de los hijos de Simenon –serio, humilde, inteligente- elogiando el valor literario de este centenar largo de novelas duras de Georges Simenon, el Balzac del siglo XX, autor de una torrencial Comedia Humana –en torno a cuatrocientas novelas- que, en mi opinión, lo convierte quizás en el escritor francés más destacado de su siglo. Por supuesto, otros preferirán a Proust. Pero, en todo caso, no hay ni media docena de ese nivel. Y hay excelentes escritores en Francia hasta casi el final del siglo XX.
Sin embargo, el deseo de rescatar al novelista duro, puro y sombrío, un pesimista a cuyo lado Céline parece el Doctor Pangloss, tropieza con un obstáculo: el centón de novelas del comisario Maigret, que lo hicieron popularísimo en Francia, famoso en todo el mundo y cuyas versiones cinematográficas lograron imágenes como la famosísima de Jean Gabin y la bella boba Brigitte Bardot en "En cas de malheur", de una obscenidad brutal y banal, estúpida y lógica, elocuentísimamente simenoniana. Según el guión de esta bienintencionada "operación rescate" del monstruoso genio belga, la literatura dura de Simenon sólo necesita para entrar en el Olimpo académico francés separarse de la literatura blanda del comisario Maigret.
El problema es que hay novelas duras que son blandas y, sobre todo, que hay novelas de Maigret que no ceden en intensidad ni dureza temática al Simenon que como un ropavejero de la provincia profunda, de la Francia rural emigrada a la banlieue de las grandes ciudades, con París a la cabeza, hace un inventario de comportamientos y valores, vulgares por universales, a través de unas historias o de unas novelas que son ataúdes y glosarios de la vida mediocre y de la soberbia mediocridad de la vida bien mirada, como la sabe mirar, ver y, sobre todo, contar Georges Simenon.
Nació en Lieja (Bélgica) el viernes 13 de Febrero de 1903. Pero su madre, molesta con él desde el primer día, adelantó la fecha de nacimiento por mera superstición. Tuvo el instinto observador del hermano pequeño, la pena del hijo desdeñado por la madre, la melancolía de un padre que era el espejo empañado de una familia cuya única figura era la de la madre y su pequeño despotismo, alimentado por la crueldad nuestra de cada día. Pero debió de ser tanto el amor contrariado del pequeño Edipo belga que durante toda su vida fue un heterosexual frenético, un adicto al sexo en sus formas más sórdidas y mercenarias, alguien que quizá nunca se curó de no poder amar como él hubiera querido y de no ser amado por quien hubiera podido.
Tampoco cabe culpar, sin más, a Maman Simenon por querer poco a su Georges, porque si de niño ya apuntaba lo malísimo que fue de mayor, al pecado se adelantó la penitencia. Y el aparente paralelismo de la relación de Simenon y su madre con la de Balzac y la suya, mezquina y atravesada, me parece un espejismo. El pequeño Georges era mucho más fuerte que el pequeño Honoré. Y si a los 15 años, tras una buena educación católica en las Escuelas Cristinas, se echó al mundo a ganarse la vida y demostrarle a su madre lo mucho que valía, nunca se arruinó en las esperas. El amor que no tuvo lo tomó o lo compró. La "Lettre" de madurez –que puede recordar a la de Kafka "al Padre"-, muestra un rencor inextinguible, pero, al margen de la increíble capacidad de trabajo de ambos- Simenon está muy lejos del Balzac, eternamente arruinado por el fallido rescate del primer amor baldío.
Pues no. Simenon es un escritor completo que trasciende lo genérico y eso se ve en el propio género policial. Hay novelas de Maigret tan duras como puedan serlo las que no tienen como protagonista al comisario; hay novelas "duras" tan blanditas que echamos de menos a Maigret; y hay, en fin, novelas de Maigret, que son folletines, folletos de novelas por hacer.
Vaya por delante que no conozco toda la obra de Simenon, unos cuatrocientos títulos. Y que es imposible saber cuánto lo que no firma es suyo. No se trata de unos meses o de un par de años. Durante la década de los 20 –su primer Maigret es de 1931- usó quince pseudónimos, aunque el más conocido sea Georges Sim. Es verdad que el uso de un sobrenombre, dos o tres, es habitual en los escritores de novela policíaca, a los que se pagaba a tanto por palabra. Sin embargo, desde "Le pont des Arches", su primera novela de 1921 "por suscripción", hasta las primeras "enquêtes" –casos- de Maigret en 1931 pasa demasiado tiempo, en especial para un escritor precoz y torrencial. La economía de los autores de "Pulp fiction" imponía los heterónimos, pero ¿tanto tardó en madurar Simenon? ¿Tanto tardó en encontrar a Maigret y, como escritor, en encontrarse a sí mismo?
Que es justamente lo que le sobra a Maigret casi desde el principio. No obstante, hay un Maigret flaco (perdón por la metáfora) y un Maigret pleno, el Maigret de las "enquêtes" y el Maigret de las novelas. Gallimard, en su colección de bolsillo
Las "enquêtes", de veinte a treinta páginas, se publicaron en Paris Soir-Dimanche, entre octubre de 1936 y Enero de 1937. Alguna, como "Peine de mort", no hubiera desagradado al Pére Dumas. Las novelas –hasta 185 páginas, extensión luego canónica en Simenon- se publicaron en 1938 y 1939 como fascículos en la colección "Police film / Police roman". Entre las novelas, "L´étoile du Nord" (La estrella del Norte, traducida hace años al español) o "Le notaire de Chateauneuf" muestran una madurez en la técnica narrativa tan eficaz en el relato de aventuras como en el de las sinuosidades psicológicas del crimen que fascinan y disgustan a Maigret. Aparentemente, hay dos Simenon, el que escribe a toda prisa para cumplir con el editor y el que escribe también velozmente pero siguiendo sus gustos de escritor, al modo, diría su paisano Brel "du plat pays qui est le mien".
Pero en esa misma novela vulgarota encontramos también al mejor Simenon. La descripción, en clave autobiográfica –aunque, aclaremos, las autobiografías de Simenon cambian de paisaje según le conviene-, de una aldea perdida en el campo y en el tiempo, en lo que suele llamarse Francia profunda, es conmovedora. El frío, la pobreza, la desolación, la maldad que anida en el menor de los grupos humanos como el escorpión bajo la piedra, la infancia como imperativo y melancolía, el honor como empresa perdida, el ayer como emoción y condena, la verdad como vocación de destierro… Todo está ahí, entre el cementerio y el castillo, entre la vieja azacanada y la lluvia tan implacable como el tiempo; sin rendición, sin remisión, sin salvación.