Con la entrevista a Esperanza Aguirre publicada en El Mundo del domingo y la que le hice yo a Cospedal el viernes queda bastante claro el dibujo ideológico del PP para los próximos meses, si no años. Por un lado, el discurso de la sumisión absoluta a la Izquierda que representa Gallardón y, en segundo plano, el de Rajoy, que representa la sumisión a Gallardón y la caza de cuantos se opongan a la paradójica rendición de Ambiciones. Por otro lado, el discurso de Esperanza Aguirre, que es el clásico del PP, el que se niega a rendirse a la Izquierda, es decir, a Gallardón, y, por tanto, a Rajoy. Y, en un segundo plano, que pronto puede aspirar a ser primero, el discurso de Cospedal, con música aguirrista y letra rajoyista, mientras va creando su propia sinfonía cospedalista.
En la derecha española, incluida la que niega ser Derecha y está dispuesta a dejar de ser española, se impone la elipse sobre la elipsis y toda presencia es huída. Como soy de letras, tomo la definición de elipse del María Moliner, como Pepiño Nebrija: "Curva cerrada y plana que resulta de la intersección con la superficie de un cono de un plano no perpendicular a su eje; su forma, que es la de la trayectoria de los astros, es como una circunferencia aplastada, tiene dos ejes de simetría que se cortan perpendicularmente." De la misma raíz griega y latina, élleipsis y ellipsis, que significa "insuficiencia", viene "elipsis", que en gramática supone "la supresión de algún elemento sin que afecte a la claridad del sentido", y que es sinónimo de "elisión". Pero, paradojas de la mucha simetría, "elisión" remite a "elidir", del latino elidere, que significa "frustrar, debilitar, desvanecer una cosa". Ejemplo gramatical: la desaparición de una vocal a final de palabra que es la misma con la que empieza la siguiente: "de él" da "del". Curiosidad del español reseñada por María Moliner es que "no existiendo verbo correspondiente de elipsis, se usa como tal ´elidir´". Pues bien, lo que yo creo es que en el uso cotidiano se ha ido solapando con "eludir", que la ha absorbido o vampirizado gracias a su rotunda claridad semántica en algo archidiario: la denuncia de la falta de valor... y de claridad. "Eludir" (del lat. "eludere", huir o escaparse jugando) es, para María Moliner, "Librarse con pretextos o con habilidad de un compromiso o de hacer cierta cosa. (...) Evadir. (...) Procurar no hacer la cosa que se expresa: "eludía mirarme a la cara". (...) Rehuir."
No, todavía no voy a hablar de Rajoy. Rematemos la excursión semántica en la Cuba anterior al Monstruo de Birán. Si no recuerdo mal, Lezama Lima habla del "doble centro ausente" de la elipse, mezclando –tropical, creativa, inexacta y exuberantemente- el centro con el centro de simetría y las raíces de elidir y de eludir, casi una doble raíz. Lo de "el doble centro ausente" conviene a las mil maravillas a este PP abonado a la elipsis, pero, ojo, no a fuerza de elidir sino de eludir cualquier responsabilidad política. En rigor, no hay centro en las dos opciones, la Aguirre-Cospedal y la Gallardón-Rajoy, porque ambas aspiran a una mayoría unánime del PP, ahora o en el congreso del 2011. Sin claros sectores ideológicos, sin corrientes de opinión y sin pluralismo; o sea, todo muy aznarista pero sin Aznar. Y en el caso de Rajoy, sin más victoria que la arteramente conseguida contra esa parte de su partido que abarcaría desde Aguirre a María San Gil.
De los cuatro actores citados, que a mi juicio son los que van a marcar las líneas de fuga y convergencia en el PP, Aguirre es la que más se acerca una cierta higiene intelectual, porque lo que llama y llamamos el centro-derecha es una forma de elipse, con dos ejes de simetría o el doble centro ausente. Al definirse por los dos elementos, el centro y la derecha, admite esa dualidad, esa forma achatada de discurrir que tanto se parece a la "trayectoria de los astros", a ese camino astral que otros llaman destino y que transita el político, cuerpo más opaco que celeste, satélite que aspira a planeta y tiene vocación de estrella, o Luna que va para Tierra y se sueña Sol. No aclara mucho pero engaña menos.
Gallardón es el más mentiroso de todos, pero como miente tanto y desde hace tanto tiempo, engaña poco. Es grotesco que el liberticida ARG hable de principios cuando su único principio conocido es el de granjearse el apoyo de Prisa atacando al PP pero, ojo, lo grotesco en propaganda puede resultar muy eficaz. Véase la propaganda nazi o comunista: con la totalidad o una infinidad de medios de comunicación repitiendo lo mismo, la mentira se hace indiscutible para las masas y se impone en la opinión pública. Eso no la convierte en verdad, pero políticamente es como si lo fuera: triunfa, define lo que es, lo que no es y lo que no puede ser. Aquí, la Izquierda prisaica es la que otorga patente de legitimidad a la Derecha, que será más "centrada" o "democrática" cuanto más se acerque a la Izquierda. De esta forma, el monopolio sectario de la democracia borra la base misma de la democracia, que es la permanencia de una alternativa pacífica. Gallardón es eso: el cambio de actores, no de papeles, dentro de la misma tragicomedia.
Rajoy es el cuco, el artista del escaqueo, que lo mismo se esconde tras los principios si cree que le pueden llevar al Poder –discurso antes del 9-M, debates con ZP en televisión– que se enmienda a la totalidad de sí mismo con tal de seguir siendo el mismo que no es. Es el emperador Claudio sin el celofán de la novela de Robert Graves, que permite que otros –mejor otras– asesinen y sólo recurre al puñal cuando los criminales no le sirven. Su verdadera condición se muestra con María San Gil: trata de matarla políticamente a través de su esbirro Lasalle, escoltado por Arriba Soria y la escolta catalana del escolta. Como ella no se deja apuñalar y huye a las Encartaciones, la remata silenciándola. Para no moverse del sillón, MR ha emprendido una enloquecida huída hacia delante que sólo responde al miedo de quedarse a solas consigo mismo y comprobar que no hay nadie. Nadie espere de él nada bueno, sea rápido o lento el final de su regencia gallardonita. Y lo peor es que representa muy bien la vileza del político profesional, incluido el del PP. Nadie lo votaría como candidato a la Moncloa, pero es el que mejor representa a todos.
Cospedal es, de los cuatro actores, el más inquietante, por lo incierto, breve y súbito de su encumbramiento. Como no se ha curtido en grandes ni pequeñas lides políticas, no es fácil saber lo que dará de sí. En su gestualidad se advierten signos opuestos: una firme contundencia en la voz que compensa lo vago y vagoroso de lo que dice; una suerte de fragilidad interior, base de su atractivo, que se nota en que a veces parece que se le vaya a escapar alguna lágrima que, al final, no se le escapa. Esos ojos "arrasados" no acaban de arrasar nunca una rigidez psicológica más que escultural, marmórea más que cálida. Tiene aparentemente el papel más difícil, que es el de integrar a los dos sectores en que hoy se divide el PP, el de la princesa Aguirre y el príncipe Gallardón, bajo la regencia del Rey Mariano, el brevemente Largo. Pero como todo el partido vive instalado en la superchería de la unidad, tiene más fácil que nadie decirle a todos lo que quieren oír: que se mantienen los principios de Aguirre pero actualizándolos mediante su anulación gallardonita y rajoyesca, "con cuchillos cachicuernos, no con puñales dorados", según el ya olvidado poema cidiano, aunque no del Cid, y machadiano, aunque no de Antonio.
En fin, lo propio de los dos centrismos, tan ausentes que son cuatro y apenas uno es lo que parece, es que no haya centro de referencia y que el PP se haya embarcado en unas largas vacaciones éticas, al modo de las del 36, en las que puede ser casi cualquier cosa salvo lo que pretende: el círculo de la logia Génova-Correos o la circunferencia perfecta que sueñan los militantes. Este juego de las cuatro esquinas, donde cada uno recita su papel con mucha convicción y nula credibilidad, puede convertirse en el de las tres en raya pero trapezoidal. En ambos casos nos defraudará como la brisa nocturna en verano, que no está aunque se le espera; y que cuanto más se le espera, ay, más nos desespera.