Hace unos meses, a finales de enero, cuando la casta político-mediática que impera en Cataluña y manda en España promovió el editorial único de toda la prensa escrita catalana contra el TC, modelo pasmoso de ataque preventivo, porque no había motivo alguno para atacar a esa pandilla de paniaguados, acobardados y mediatizados hasta la indignidad, colgué un texto que molestó mucho a los que por aquí acampan, transitan o leen. Así el gran Pío Moa, que criticaba mi tesis de que España no puede ser un régimen liberal y democrático enfeudado a una Cataluña despótica.
Me permito repetir ese post y un párrafo de otro que lo completaba hace un mes, porque en ambos expuse lo mejor que pude algo en lo que pienso hace treinta años, más de media vida. Demasiados años para una vida tan corta. Vuelvo en seguida al asunto, pero, si me hacen la caridad, léanlos y sigan:
"Tarde, mal y nunca, como la independencia de Cataluña
Por querer adjuntar las fotos de la odisea en la nieve –que ya me han llegado, así que, como vuelve a nevar, las dejo para la semana que viene– he ido retrasando la puesta al día del blog. Y como dar a luz una nueva radio, amén hablar seis horas y escribir a troche y moche, es tarea para la que no bastan veinticuatro horas diarias, héteme convertido en prófugo, desertor o absentista del blog. Mil disculpas. También querría haber tenido tiempo y tranquilidad para comentar la referencia en el blog de Pío Moa a mis últimas referencias sobre Cataluña y la que me parece independencia ineluctable, aceptada y financiada por el resto de España, lo que invitaría a abreviar el trámite y no a dilatarlo. Pero como no tengo tiempo para hacer todo lo que debo –de lo que quiero, ni hablo– apuntaré al menos dos o tres cosas sobre el problema español en Cataluña para no obviar el reto dialéctico de Pío Moa, siempre digno de leer y meditar.
Como digo antes –y he dicho siempre– España no tiene –o no tenía– un "problema catalán". Lo que padecemos desde hace mucho –el siglo de vida del nacionalismo catalán– es el problema español en Cataluña, que consiste en no tener clara la idea nacional española y, por tanto, no saber, poder o querer abordar el reto del separatismo catalán, que tiene una debilidad esencial que convendría recordar: el nacionalismo como proyecto de secesión siempre fue un proyecto de élites y no de la mayoría del pueblo. Sin embargo, los Prat de la Riba, Cambó, Pujol o Montilla han acabado convenciendo a la clase dirigente madrileña –política y mediática– de lo que no han podido convencer a la mayoría de los ciudadanos de Cataluña. Sin embargo, en las últimas décadas –y sobre todo en estos tristes años zapateriles y rajoyanos– el proyecto secesionista ha ido legitimándose, afianzándose y creciendo a medida que Cataluña iba corrompiéndose y, lógicamente, aceptando o resignándose al futuro diseñado por sus élites.
Naturalmente, esa aceptación de hecho del separatismo catalán, pero con la cláusula nada secreta de colonizador económico del resto de España que parece último lazo de unión cuando no pasa de primer dogal chantajista se ha producido en la medida en que todas las instituciones del Régimen han desechado la idea nacional española, la soberanía popular y la igualdad de los ciudadanos ante la Ley. España ya no es, como anunció Zapatero, un concepto discutido y discutible, sino desechable y lógicamente desechado. El Estatuto de Cataluña, votado en Barcelona y en Madrid, es la prueba de esa metástasis del cáncer españicida. Y sea cual sea el pastel que nos sirva el Tribunal Constitucional –siempre genuflexo ante el nacionalismo–, nadie tiene la menor duda de que el liberticidio secesionista continuará, porque ni la Izquierda en el Gobierno ni la Derecha que podría sustituirlo van a poner en duda la legitimidad del separatismo catalán para deslegitimar a la Nación y a la idea misma de España. Si una región, país, ente o lo que sea pero en proceso de abierta secesión, puede poner y quitar gobiernos y los que pueden gobernar, PSOE y PP, lo aceptan de derecho o de hecho, creo que la primera obligación intelectual que tenemos es constatarlo. Y tras la constatación, por desgracia, yo no veo solución a lo que ninguno quiere que la tenga
El editorial conjunto de los once periódicos catalanes insultando al Constitucional y afrentando trapaceramente a la verdad histórica y política es para mí el hito irreversible y la prueba más clara de que en Cataluña han quemado sus naves. Lo de los toros, el cine y las multas salvajes por rotular en castellano los comercios o empresas son sólo piedrecitas en el camino que ha llevado de Pulgar en una mano, la española, abierta o cerrada pero mano y no dedo, a este Pulgarcito extraviado en el bosque del separatismo institucional que no es solamente la verdad oficial sino una realidad política a martillazos, contra los que, en Madrid, yo sólo veo cabezas de clavos.
Dice Pío que yo soy demasiado pesimista pensando que en Cataluña no se puede hacer nada y demasiado optimista pensando que el resto de España está mejor que Cataluña. No Yo soy pesimista porque veo que el resto de España está hecho, es decir, deshecho a imagen y semejanza de la Cataluña oficial, contra la que no se alza la Cataluña real. La única duda ante este desolador panorama es si la amputación catalana podría revivir, siquiera por el dolor, a este cuerpo enfermo, afiebrado, de la pobre España. Es una posibilidad, pero lejana y, ésta sí, discutida y discutible. Yo siempre voy a defender la libertad, sea cual sea la relación entre Cataluña y el resto de España, pero, sinceramente, creo que el modelo de progresiva negación de todas las libertades en la España de las Autonomías es el catalán. Y que de ese modelo despótico, cuanto más lejos, mejor. Hemos pagado durante demasiado tiempo el peaje de que queremos que se queden con nosotros. Y yo no tengo ya más ganas de semejante compañía. El desdén con el desdén.
14 de abril, Día de la Cheka
Este 14 de abril se ha reunido también el Tribunal Constitucional, bien para ratificar el Estatuto de Cataluña que liquida el régimen constitucional español, actual o futuro, bien para no ratificarlo pero seguir amparando ese golpismo con metástasis que llamamos Estado de las Autonomías. La nación sólo está para el fútbol. Ni Iglesia, ni Ejército tienen la fuerza de ayer; y el prestigio popular de la Monarquía se va hundiendo solo entre la desidia, la idiocia y la corrupción. Si esto no cambia mucho en poco tiempo, cosa harto improbable, temo que, hasta para evitar la cheka, llegará tarde la República. ¡Pobre España!
Esto no lo para ni Casillas
Y vuelvo al debate. Sostenía –y supongo que sostiene- Pío que si bien es cierto que en Cataluña la inacción moral de la sociedad ante los políticos es terrible, en el resto de España no está mucho mejor, de modo que abandonar a un enfermo grave no mejoraría a los otros enfermos, valga la metáfora. Y eso es cierto y no lo es. Lo es, por la falta de valor en análisis y actitudes ante un fenómeno de separatismo desbocado y esquizofrénico, a la vez victimista y colonialista. No lo es, o no del todo, porque los pánfilos de Cataluña reman, aunque a regañadientes y a veces incluso levantando el remo, a favor de un Estado independiente, liberticida y parásito de España; en cambio, los pánfilos del resto de España no saben hacia dónde reman: si a favor de los remeros del Llobregat o en contra, si para no moverse en el agua o para que el agua no se mueva. Los que aceptan o proclaman la dictadura nacionalista dentro de Cataluña son verdugos o víctimas directas (ya sé que con admirables y fraternales excepciones, fui pionero en sus desventuras) que al final acaban aplaudiendo a sus verdugos, o al menos, votándolos. Los que en casi toda la Izquierda y buena parte de la derecha, se resignan a este separatismo vampírico, asumen como "protectorado" nacionalista y mal menor contra el separatismo catalán, lo que es un "desprotectorado" sórdido y miserable, que ha separado a Cataluña de España y a España de sí misma y la libertad.
¿Qué hacer? Sinceramente, no lo sé. Lo que tengo clarísimo es lo que no debemos seguir haciendo: ceder a ese sentimentalismo propio de mujer maltratada, que sólo le asegura un maltrato mayor, hasta la muerte a palos. Yo creo que no se debe admitir, voluntariamente, ni un palo más. Como dijo Celia Cruz: "Si tu marido te pega / dale golpes tú también / y si no basta la mano / métele con la sartén".
¿Pero habrá, puede haber sartenazo justiciero o vindicativo? No. La nación, la que siempre será nuestra nación, está irremediablemente idiota. Basta ver a toda España pendiente del triunfo de una selección de fútbol que seguramente nunca volverá a jugar un mundial, salvo contra sí misma. Ahí están todos, sufriendo juntos, llorando juntos, aplaudiendo juntos y, sin embargo, pese a semejante plebiscito sentimental, ahí están separándose juntos, juntísimos, tan juntos que no cabe más. Con Bautizar a la Selección Nacional como "La Roja", hacen los progres como que España no está rota, pero lo está, vaya si lo está, como que la han roto ellos. Y acabe el Mundial como acabe, apeados o triunfantes ante Alemania, orgullosos o rencorosos, ya podemos irle, irnos diciendo adiós. Lo de España no lo para ni Casillas.