Contra la celebérrima frase de Pedro Pacheco, la Justicia en España no es "un cachondeo" sino, en el peor de los casos, un crimen, y en el mejor, una tragicomedia que a menudo deriva en astracanada. Astracán es Garzón. Tragicomedia, la de los jueces y fiscales que deben aplicar un Código Penal criminófilo o unas instrucciones de Cándido que dejan la prevaricación y la prevarigalupación en fósiles criminógenos. Y tiene que ser horrible padecer la vocación, atesorar la formación y servir a la profesión de juez o de fiscal para tropezarse, un día sí y otro también, con casos que explican por qué, para la opinión pública española, la corrupción más extendida, tras la de los políticos, es la de la Justicia. Y ello, pese a no serlo la de los jueces, como demuestra el aserto, suscrito por los propios jueces en privado y por la ciudadanía en público, de que la sentencia depende "del juez que te toque". Eso, en primera instancia. A partir de ahí, todo empeora, porque la politización crece escalón a escalón y lo que puede ser lotería, sesgo ideológico o arbitrariedad –achaques inevitables pero compatibles con la independencia judicial- se convierte en fechoría legal.
En este paisaje desolador, surge de vez en cuando alguna sorpresa que te priva de la seguridad intelectual del pesimismo a cambio de una moderada esperanza en la mejoría de lo que no debió enfermar pero dábamos por muerto. Eso sucede con la sentencia que rechaza el recurso de Sánchez Manzano, jefe de los Tedax durante el 11M y cabeza visible de la ocultación, manipulación o destrucción de pruebas de la masacre, que no contento con su debe, quiso aumentar su haber utilizando la administración de justicia contra los periodistas que denunciamos sus errores y algo más que errores: presuntos delitos atroces. Sánchez Manzano se querelló contra El Mundo en la persona de cuatro profesionales destacados: el director Pedro J. Ramírez; el director adjunto Casimiro García Abadillo; el primer investigador de los "agujeros negros" Fernando Múgica; y yo, como columnista. La sentencia en primera instancia no sólo rechazó esas acusaciones sino que cargó las costas a Manzano. Esta, le quita las costas a Manzano pero carga la suerte, en el mejor sentido taurino del término, a favor del esfuerzo periodístico, que se recompensa en sí mismo, como ayuda imprescindible de una sociedad libre y capaz de controlar los desafueros del Poder, y recompensa a los estamentos que desde el Estado no hacen lo que deben, por malicia o nesciencia. Manzano ocultó al juez la naturaleza tramposa de la mochila de Vallecas, Manzano mintió o se contradijo –forma suprema del oficio de mentir- en la Comisión Parlamentaria y el Juicio de Gómez Bermúdez. Pero la fiscalía y el juez son ruedas mayores en ese gigantesco mecanismo del que Manzano sería ruedecilla, "peón en el gran ajedrez", que dice la sentencia. Y es el propio Poder Judicial el que en la sentencia sale peor parado, mientras el empeño periodístico por averiguar la verdad queda enaltecido. Si los periodistas decentes fuimos a la guerra contra los indecentes que se inventaban terroristas suicidas con tres capas de calzoncillos, los jueces decentes deben enfrentarse, a su modo pero lo hacen, a la dramática insuficiencia de voluntad en investigar la verdad del 11M.
O las verdades, que es la gran aportación de esta sentencia, tan bien trabajada y con tanto esmero que parece el testamento laboral de un juez decente a orillas de la jubilación. Lo que dice sobre las verdades del 11M es muy importante: la verdad judicial no siempre coincide con la verdad de la realidad, de los hechos, y la verdad periodística puede no coincidir tampoco ni con la real ni con la judicial ni con la policial –que en el caso del 11M han venido a ser lo mismo-. Lo valioso es buscar la verdad honradamente, de forma "pertinaz" como se dice del periódico y los cuatro denunciados del mismo por Sánchez Manzano. Y está claro que el periódico sirvió, servimos, a la búsqueda de la verdad. Tan claro como que Manzano sirvió a su ocultación. Como la propia sentencia de Gómez Bermúdez, a cuyo lado Bacigalupo es un penitente de la cofradía de la Sagrada Venda de la Justicia, cuyas tres mayúsculas traicionó al proteger obscenamente a González de los "estigmas" del juicio del GAL. Este es el único pero, aunque menor, que yo le pongo a la soberbia pieza de García Paredes y sus compañeros: que evita, mediante el perdón de las costas, la estigmatización de Manzano en lo que sí ha sido y sigue siendo una "campaña" para estigmatizar a los poquísimos medios que hemos denunciado la monstruosa estafa policial y judicial del 11M, y que llevamos a cuestas, cirineos rebotados, esta cruz de demandas y querellas cuyo fin no es otro que exhibir la fuerza policial y judicial de los que se han hartado de mentir y, por ende, delinquir en la instrucción y juicio del 11M. Es verdad que Sánchez Manzano queda retratado explícitamente, pero sólo de forma implícita la fiscalía y los dos jueces, del Olmo y Bermúdez, cuya parte en la estafa del 11M es posterior y más grave, porque tragan lo más vomitivo, que es la manipulación de pruebas. Es reparo aparentemente menor, pero no tanto.
Sin embargo, hay un argumento digno y dignificador, genuinamente navideño, que es el de la "rabia periodística" viendo que la verdad de los hechos se escapa. Se atribuye a Unamuno la frase "no sabe indignarse", contra un colega de letras en libros o periódicos. Y es, en efecto, la peor crítica que puede hacerse a los medios que tratan de encontrar la verdad oculta de hechos atroces. Toda la información y, en mucha mayor medida, toda la opinión tiene que estar llena de esa "rabia periodística", que traduce la rabia ciudadana ante un despotismo que borra huellas de sus crímenes y confunde el juicio moral sobre los criminales. A esa rabia ética del individuo ante el Poder debe sumarse siempre el columnista, el opinador, y si lo hace honradamente, acierte o se equivoque, hará bien. Y si no, hará muy mal. Hay que saber indignarse, hay que tener rabia periodística a los perros rabiosos de la impunidad, a los policías y jueces que no cumplen con su obligación, a los medios de comunicación que, por malicia, cálculo o pereza, tampoco hacen lo que deben, cuando no hacen directamente de perros rabiosos de los que en vez de perseguir delitos los cometen. O incluso se querellan contra los que los denuncian, en una reiteración delictiva y delictuosa de sus fechorías.
Pero, en fin, hay sentencias como ésta en las que hasta el carbón resulta dulce. Es Navidad. Felices Pascuas.