El enfrentamiento dialéctico en la sesión de investidura entre Zapatero y Rajoy no podía arrojar grandes sorpresas, y, de hecho, no las arrojó. También hubiera sido una sorpresa la debacle de la oposición y no se produjo. Después del aviso de Esperanza, el diestro de Pontevedra no tuvo más remedio que entrar a matar, aunque sin entregarse. La estocada, por caída, no bastó. Es mucha fiera este Zapatero tras haberse levantado del albero cuando en los tendidos de Sol y alguno de Sombra lo daban por doblado y finiquitado.
O sea, que es cuestión de tiempo que llegue el segundo aviso. Dependerá, claro está, de la Presidencia, que en Las Ventas suele ser poco rigurosa en el minuteo de la más grave de las afrentas que pude cosechar un matador de toros: echarle el toro al corral porque ha sido incapaz de ultimarlo en el tiempo preceptivo. Y es un hecho poquísimas veces rebatido que después de dos avisos –las dos elecciones generales perdidas–, ni hay orejas ni, mucho menos, salida por la puerta grande. No en Madrid.
Para los que como nuestro presidente Alberto Recarte sean objetores a la Fiesta, utilizaré otra metáfora: la del tenis. Ayer, para la gente de la derecha al menos, Rajoy ganó el set; otros dirán que lo ganó Zapatero, pero podríamos decir que Mariano salvó los muebles, aunque no habló de la negociación del Gobierno con la ETA con Navarra como pieza de trueque, ni tampoco del Estatuto de Cataluña, ni del Poder Judicial, tan ligado a esa gran enmienda nacionalista a la totalidad de la Constitución Española que si el Tribunal Constitucional no lo remedia –y nadie lo espera– se consumará cualquier día.
El haber superado un match-ball anotándose el set, aunque sea con un juego mediocre, permite a Rajoy soñar con ganar el partido. Pero sólo el suyo, el de Bulgaria, capital Valencia. La eliminatoria no parece a su alcance. Falta vigor e ilusión, faltan ganas de machacar al adversario y de clavarle al vampiro de la nación una estaca en el quinto espacio intercostal. Falta creerse la victoria, y sin esa fe jamás se elimina a nadie en la Copa Davis, que lo nacional es la competición por excelencia. Para mí, la prueba de que Zapatero quiere un Rajoy como el de ayer, aseado pero sin mordiente, es que no le sacó a Esperanza Aguirre, cuando nada le gusta más a un sociata que hablar de los problemas internos del PP.
A esperar, pues, el segundo aviso.