Que Alberto Recarte es uno de los pocos intelectuales importantes en España tal vez no sea mucho decir, dado nuestro deterioro intelectual, pero es decir mucho, y lo digo a conciencia, porque rara vez un intelectual español, y menos aún un economista, se ha atrevido a llevar a sus últimas consecuencias el análisis de una realidad tan complicada y desagradable como la de esta crisis económica que se nos ha venido encima casi de golpe y que, si no se le sabe dar la lidia adecuada, acabará con buena parte de los logros que en materia de bienestar social ha alcanzado nuestra nación en las últimas décadas. Y estoy convencido de que desde ahora el nombre de Recarte irá inevitablemente asociado a este Informe, porque no hay precedentes ni paralelos de un empeño intelectual parecido, tan ambicioso y al tiempo tan humilde, tan estremecido y tan estremecedor.
He tenido el curioso privilegio de asistir a la confección de este estudio desde una perspectiva extrañísima en un hombre de letras, que es la de ver sufrir a un hombre de ciencias por la trayectoria y el sentido implacable de las cifras que con su trabajo iba alumbrando. Era como ver padecer a un novelista porque el personaje que ha creado empieza a desarrollarse por su cuenta, vive al margen de los planes que para él se habían hecho y obra con respecto a una lógica interna impecable pero desoladora para los planes que su padre novelista había trazado. Aquí no es el personaje el que se echa al monte y vive por su cuenta, sino los números de la economía española, que, después de ordenados para aclarar su significado, presentan un saldo escalofriante, muchísimo peor que el que cabría imaginar. Si se nos permite el juego de palabras, las cifras, una vez descifradas, ofrecen un horizonte indescifrable. Los números contantes y sonantes de la economía española, una vez revisados, hacen de la crisis, de esta crisis que tan poco se parece a cualquier otra, un fenómeno tan necesario de explicar como difícil de resolver.
Es un lugar común que para resolver un problema, lo fundamental es saber plantearlo. Pero ese es justamente el obstáculo con el que topó el Informe Recarte: los datos de la situación económica, utilizados sin anteojeras políticas, arrojaban tales consecuencias que era preferible dudar de ellos, darlos por nulos o refugiarse en las boscosidades de la "ciencia lúgubre", que cuando no tiene o no quiere tener clara una cosa, la oscurece terminológicamente hasta tal punto que, a fuerza de tecnicismos, acaba por borrarla. Naturalmente, luego la realidad se venga de los conjuros verbosos, pero no siempre las sociedades son capaces de ver sus errores. Ahí está Argentina, que se niega a reconocer que lleva medio siglo equivocándose. Y así podemos vernos nosotros, si no queremos ver lo que este Informe pone ante nuestros ojos.
Tal vez por esa dificultad de asumir los errores que tienen todos los grupos humanos, el Informe Recarte, siendo político, ha querido ser absolutamente apartidista. Pueden usarlo las izquierdas y las derechas, la patronal y los sindicatos, las asociaciones de consumidores y el Banco de España, seguramente la única institución a la que no le sorprenderá su contenido, porque, politizado y todo, tiene a mano las cifras de la crisis. En uno de sus capítulos dice el Informe Recarte que aquí nos hemos equivocado todos: los Gobiernos y los políticos, los bancos y las cajas, los ciudadanos y las familias. Hay muchas razones para esta crisis que, conviene señalarlo, empezó casi un año antes del caso de las subprime. Pero además del importantísimo factor exterior, tiene hondas raíces interiores. Tan hondas como la confianza en el valor del suelo y de la vivienda, acaso la piedra angular de todas las nociones sobre el valor de las cosas heredadas por los españoles. Y en este caso, también la experiencia ha fallado. La costumbre no nos ha guiado sino que ha ayudado a extraviarnos. Los políticos y los banqueros han agravado el problema, pero, a diferencia de todas las crisis anteriores, la experiencia no nos ha hecho evitarlo. Y, la verdad, cuando en una crisis tan grave como la que padecemos no se le puede echar la culpa a nadie o hay que reconocer que la hemos tenido todos, el producto intelectual tiene una venta dificilísima, porque no resulta agradable para nadie.
Pero lo que no es agradable sí puede ser rentable. La verdad es necesaria por razones morales, pero las verdades en materia económica son precisas por razones simplemente materiales. El Informe Recarte se verá asistido de las cifras y la experiencia de la crisis en los próximos meses. Algunas tendencias mejorarán, otras empeorarán, habrá sectores cautos o con suerte y otros que se despeñarán. En todo caso, para los que hacemos Libertad Digital es un honor contribuir con este trabajo a aliviar los trabajos y las penas que afligen o afligirán a nuestros conciudadanos. Ojalá sirva para abrir caminos, porque no ha nacido para cerrar puertas.