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Diario de Verano: La invención occidental del islamismo moderado

Sigo sin entender por qué hay que elegir entre la peste y el cólera.

Un grupo de unos sesenta intelectuales de signo liberal-conservador, es decir, Bernard Henry-Levy y un montón de catedráticos norteamericanos han dirigido una carta a Obama apremiándole a castigar las fechorías del tirano sirio y proponiéndole, como no podía ser menos, un plan de futuro para después de la intervención armada que pasa por los acuerdos de los laicos y liberales de Siria con lo que suele llamarse "islamismo moderado", aliado harto necesario para evitar la luctuosa senda de Libia, Egipto y otras zonas árabes primaverales, ahora yermas y agostadas por la guerra civil.

El problema del islamismo moderado es que no existe. Hay islamistas, como los saudíes que son aliados de los USA, pero cuya civilización liberal combaten en su país a sangre y velo. Hay islamistas que se proclamaron moderados y compatibles con las fuerzas políticas democráticas y laicas, pero que en cuanto llegaron al poder de su mano, se soltaron y sacaron el fanatismo que llevan dentro, acarreando en Egipto la vuelta de los militares apoyados por esos mismos laicos que creyeron posible el pacto con eso que llaman islamismo moderado, y que no se sabe muy bien lo que es.

Imagino que se refieren a esos países islámicos bajo influencia occidental en los que la corrupción de los regímenes políticos, civiles como en Marruecos o militares como en Egipto, permiten a ciertos sectores de la sociedad escapar de la sofocante teocracia. Pero eso no es Islam ni moderación, es una tolerancia absolutamente arbitraria y gestionada mediante la corrupción. Mejor que los mulás, desde luego, pero muy lejos de ese islamismo moderado, que,a efectos político-militares, sólo existe, ay, fuera del Islam. Y que ahora va a servir de coartada intelectual para ayudar a los islamistas salvajemente inmoderados que luchan contra el salvajismo, no precisamente anti-islámico ni librepensador, de Assad y sus aliados de Teherán, Moscú y La Habana. Sigo sin entender por qué hay que elegir entre la peste y el cólera.

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