Mujeres que cuentan crímenes
Alguien citó en el blog unas palabras de Ann Perry diciendo que lo que le gustaba de las novelas policíacas era que se adentraban en las "zonas grises" y huían del blanco y negro moral, o sea, de la lucha del bien y el mal a cara de perro que caracteriza a la genuina novela negra, con contadas excepciones (Jim Thompson, p. ej.). Eso explica por qué la incansable Perry se ha metido en sagas detectivescas que más que nada describen épocas que le interesan (en Esclavos de una obsesión, la guerra de Secesión americana; luego, historias de traición y espionaje en los curiosos tiempos de la Primera Guerra Mundial, donde hubo "grises"; la Segunda volvió al blanco o negro). Pero tanta excursión histórica es respetablemente inútil. La fuerza y la originalidad de Perry siguen radicando en la minuciosa descripción de la Inglaterra victoriana y en la pareja detectivesca formada por Thomas y Charlotte Pitt, su desclasada, enamorada y presufragista señora; sin olvidar, claro, a la criadita Gracie, que tiene un protagonismo creciente en la saga y que en esta última novela hace el papel habitual de Charlotte, que se hace pasar por otra para ayudar a Pitt y oscila entre el arrojo leal y el pánico absoluto.
La ventaja de tener la figura detectivesca ya hecha es que el autor puede concentrarse en la descripción del ambiente y en la propia trama criminal, que en Perry, y especialmente en esta novela, son inseparables. Porque el crimen atroz sucede en el mismo Palacio Real, donde un príncipe de Gales que envejece sin heredar, se arruina en vicios y se rodea de una corte de advenedizos y aventureros que favorecen y comparten sus disipaciones, que aquí, son las orgías del Príncipe y sus amigotes con prostitutas en el propio Palacio, mientras las señoras se van a dormir fingiendo que ignoran lo que viene después. Cuando alguien es inmune e impune, la única ley es que no hay Ley, pero de la ley moral, no legal ni política, hay gente que se niega a desprenderse, como nuestro Pitt y algunos personajes fuera y dentro de Palacio; la princesa de Gales, sin ir más lejos.
La novela hará feliz a cualquier republicano y a cualquier historiador, porque describe con igual minuciosidad los problemas de orden moral que las instituciones plantean a los ciudadanos y las circunstancias de orden político que enmarcan la trama criminal. Y en cuanto a pulso narrativo y a la enrevesada y placentera dilación de hallar al criminal, estamos ante la mejor Perry de estos últimos años. En su estilo y su género, magistral.
Hace unos meses se publicó, editada en Ediciones B, con tanto cuidado como Los crímenes de Buckingham Palace en Plaza y Janés, también en tapa dura y elegante, una novela menor pero muy entretenida de Perry, no sé si creada para algún periódico o revista o destinada, sencillamente, a cumplir un compromiso editorial inaplazable. Pero hay algunos lectores, entre los que me encuentro, que ya disfrutan si la acción transcurre en ambientes nevados y montañosos, como si el frío invocado en el libro invitara aún más a disfrutar del calor de un edredón, no digamos ya del fuego de una chimenea en unos días de Diciembre, navideños o no. Para esa tribu nevófila, esta novela es perfecta.