Siempre me he resistido a caer en la simplificación de equiparar a los secesionistas catalanes con los nacionalsocialistas alemanes, vulgarmente conocidos como nazis, a pesar de que en la ideología y en las tácticas de los primeros se combinan elementos del nacionalismo y el socialismo de los segundos. El nazismo, repito, para diferenciarlos, es el mal absoluto, como el comunismo, pues ambos son inseparables del recuerdo de los campos de exterminio, en tanto que el secesionismo se sitúa en una categoría menor donde conviven la endogamia, el supremacismo identitario y el desprecio por la convivencia social y cultural. Sin embargo, dentro de la jaula de grillos que cobija a las sectas secesionistas coaligadas para discriminar al Otro, fermentan extremismos belicosos como el de las bandas anarcotrotskistas de la CUP –hoy vanguardia del proceso– que, paradójicamente, contribuyen a darle a este una marcada fisonomía fascista que se acentúa día a día.
Mostrar las entrañas
Las analogías entre el secesionismo y el fascismo, que siempre había intuido salvando las ya citadas distancias, las corroboré al leer un artículo que aparentemente iba por otro derrotero. Xavier Mas de Xaxàs las puso al descubierto involuntariamente en "La cara americana del fascismo" (LV, 14/1), escrito con la intención de hacer un inventario de los puntos de contacto entre esa ideología y la política de Donald Trump. Y lo que confiere más solidez a los argumentos del articulista es el hecho de que, como él mismo explica, los ha extraído de un ensayo del ilustre Umberto Eco.
Cuenta Mas de Xaxàs que en 1942, cuando Eco tenía diez años, era un admirador infantil del régimen fascista, y ganó un premio de redacción en la escuela con un trabajo sobre el tema "¿Debemos morir por la gloria de Mussolini y el destino inmortal de Italia?". Su respuesta fue, claro está, afirmativa. Mucho más tarde, en 1995, ya coronado por la fama, publicó en la New York Review of Books un artículo, titulado "Ur-Fascism", en el que hacía referencia al fascismo primitivo y citaba catorce puntos de su estructura básica para demostrar que las democracias contemporáneas no han podido erradicarlos de la política práctica. Mas de Xaxàs aplica estos catorce puntos a la política de Trump, pero el observador riguroso puede invocarlos para mostrar las entrañas fascistas del secesionismo.
Como anillo al dedo
No todas las catorce estructuras básicas del fascismo enumeradas por Eco que el articulista aplica a Trump son válidas para nuestros secesionistas y antisistema, pero doce de ellas les vienen como anillo al dedo. Veamos cuáles:
1. Tradicionalismo. "El fascismo se agarra a una verdad nacional, original e inapelable, que marca los límites del pensamiento".
2. Rechazo de la modernidad. "No de la tecnología, pero sí del espíritu de la Ilustración. El fascista ensalza el pasado".
3. Irracionalismo. "Sin Ilustración y delimitado el marco intelectual por la verdad absoluta, el fascista es un hombre de acción".
4. Pensamiento único. "La discrepancia es traición. El fascista desconfía del intelectual".
5. Racismo. "El fascista explota el miedo al diferente".
6. Apela a la clase media. "Que se siente marginada por el poder político, además de amenazada por la pujanza de las clases inferiores, especialmente de los inmigrantes".
7. Conspiraciones. "Obsesionan al fascista".
8. Pobres y ricos. "El fascista explota la humillación del pueblo ante los ricos".
9. Enemigos. "El fascismo lucha permanentemente contra enemigos interiores y exteriores".
10. Despotismo ilustrado. "Todo para el pueblo pero sin el pueblo".
11. Masa. "Al fascista le va la masa, no el individuo. No hay ciudadanos, solo pueblo".
12. Vocabulario. "El fascista utiliza un vocabulario pobre y una sintaxis elemental para impedir el razonamiento complejo y crítico".
Sumemos estas estructuras básicas enunciadas por Umberto Eco, y tendremos el retrato fiel del secesionista y el antisistema que ponen la impronta fascista en la ofensiva sediciosa contra el Estado de Derecho y la cohesión social.
Masa de amotinados
En el texto clásico de Stanley G. Payne, El fascismo (Altaya, 1996), encontramos párrafos dedicados a esta ideología que se podrían aplicar sin retoques a lo que estamos presenciando en las calles y claustros de Cataluña, donde campa por sus fueros la masa –siempre la masa– de amotinados:
Quizá fuera difícil establecer que la estructura simbólica de los mítines fascistas era completamente distinta de la de otros grupos revolucionarios. Pero lo que sí parecía claramente distinto era el gran hincapié que se hacía en mítines, marchas, símbolos visuales y rituales ceremoniales o litúrgicos, a los que en la actividad fascista se les daba un papel central y una función que iba más allá de lo que ocurría en los movimientos revolucionarios de izquierda. Con ello se trataba de envolver al participante en una mística y en una comunidad de ritual que apelaba al factor religioso, además de al meramente político.
Y Payne pone una vez más el dedo en la llaga cuando aborda el lavado de cerebro precoz para reclutar rebaños de nuevos activistas, y escribe:
Pero la exaltación fascista de la juventud era excepcional, porque no solo le hacía un llamamiento especial, sino que además exaltaba a la juventud por encima de las otras generaciones sin excepción, y en mayor medida que ninguna otra fuerza se basaba en el conflicto entre generaciones (…) El culto fascista de la osadía, la acción y la voluntad de un nuevo ideal, sintonizaba inherentemente con la juventud, que podía responder de una forma que resultaba imposible a políticos más viejos, más débiles y más experimentados y prudentes, o más materialistas.
El cuadro está completo: secesionistas, antisistema, chavistas… y además, fascistas.
Alcantarillas de la Generalitat
La magnitud del desafío que este contubernio plantea a los responsables de la unidad, la seguridad y la soberanía del Reino de España, justifica que se tomen medidas drásticas para sofocar el alzamiento. Asombra la desfachatez de los conspiradores que posan como víctimas de "las cloacas del Estado" cuando lo que ellos hacían, mientras los investigaban, era montar la trama secreta del golpe en las alcantarillas de la Generalitat. Si no se los hubiera vigilado, el núcleo duro de esa trama se habría ido de rositas y la logística del putsch habría quedado a punto para el día señalado. Sus protestas contra la justicia y las fuerzas de seguridad suenan como las que proferían, en nombre de una democracia apócrifa, los comunistas y los mafiosos contra el FBI y la CIA.
Carles Puigdemont, el del "Damos miedo, y más que daremos", amenaza ahora con la concurrencia de "millones de catalanes" a las urnas fantasmales (LV, 25/9). Nunca pasaron del 36% del censo y nada indica que lo superen. El agitprop se jacta de que más de 400 sacerdotes firmaron una declaración de apoyo a los revoltosos. Pero en Cataluña hay 2.190 eclesiásticos. En la ciudad de Gerona 8.000 personas participaron en una "encartelada masiva (sic) ‘por la dignidad’" (LV, 25/9). Pero ese mismo día, según el mismo diario, "la Festa al Cel, que este fin de semana ofreció las exhibiciones acrobáticas de unos 60 aviones militares, civiles e históricos, reunió a unas 14.000 personas en el aeropuerto de Algaire", pequeña población de Lérida. Comparemos.
Podemitas y colauitas sueñan con montar el 1-O uno de sus típicos quilombos. Los mamporreros secesionistas anuncian que "empieza el mambo", y Josep Antoni Duran Lleida les toma la palabra ("¡Ahora empieza el mambo!", LV, 21/9):
¡Y ahí estamos! Donde ellos querían. En la injustificable desobediencia e insumisión arrojados a los brazos de la causa revolucionaria liderada por los extremistas de la CUP.
Traidores prófugos
Dan miedo, y más que darán, a las personas racionales. Mientras las aves carroñeras afilan el pico: "La maquinaria de la injerencia rusa penetra en la crisis catalana" (El País, 23/9). Sus instrumentos son Julian Assange y Edward Snowden, los dos traidores prófugos más festejados por la izquierda reaccionaria. Sumados a Arnaldo Otegi, completan el equipo de la renaixença fascista en este mundo donde fanfarronean Trump, Putin, Maduro, Kim Jong Un y todos los que dan miedo y más que darán. Si la consigna no estuviera tan lamentablemente desprestigiada por el mal uso que se ha hecho de ella, habría que librarse de la morralla totalitaria con un rotundo "¡No pasarán!". Por ahora basta con exigir: ¡elecciones al Parlament de Cataluña, ya!
PS: ¿Quién es más peligroso? ¿Una minoría de exaltados que vocifera en Huelva "¡A por ellos!", contra una fracción de sus compatriotas catalanes, o un molt honorable presidente de la Generalitat que amenaza, "Damos miedo, y más que daremos", a sus compatriotas españoles, incluida más de la mitad de la sociedad catalana que no comulga con sus delirios?