A tout seigneur tout honneur. Y el homenaje no es solo para todo señor que lo merezca, sino también para toda señora que se lo haya ganado. En este caso Pilar Rahola, con quien tantas veces he marcado discrepancias abismales. Las dejo de lado –momentáneamente, como se verá– para felicitarla por su columna "Países de mierda" (LV, 13/1/2018), en la que puso al descubierto las miserias del presidente Donald Trump después de que este calificara en esos términos soeces a Haití y El Salvador, cuyos emigrantes son precisamente los que limpian los váteres de los bienaventurados estadounidenses y desempeñan otras tareas de servidumbre. Sentencia Rahola:
Esto ya no es populismo, es puro malismo. Y ante esta exhibición de maldad descarnada, carente de humanidad, solo concibo un asco profundo, el asco que produce la mierda.
Megalómano prófugo
Bien dicho. Pero… Siempre hay un pero y este es muy gordo. Un día antes, Rahola había publicado en el mismo diario el artículo "Decapitar a Puigdemont", en el que despotricaba contra la chirigota de Cádiz que había montado una parodia de ejecución del megalómano prófugo. Efectivamente, con esas cosas no se juega. Menos truculento y al mismo tiempo más afín a la realidad habría sido burlarse del monigote vistiéndolo con el traje a rayas de presidiario que le reservan los jueces, o ciñéndolo con el chaleco de fuerza que se utiliza para controlar a maniáticos belicosos.
En medio de su ataque de justa indignación por el mal gusto de la chirigota, Rahola escribió: "Me ha venido a la cabeza el querido Pepe Rubianes cuando decía aquello de que España era una mierda. También tenía mucha gracia". En verdad, la panfletista elogió muchas veces el ingenio que Rubianes había demostrado con su exabrupto, incluso con una "Carta al amigo Pepe Rubiames" (El País, 9/9/2006). Sin embargo, es revelador comprobar que Donald Trump es un educado émulo del melindroso repelente niño Vicente que inmortalizó La Codorniz cuando se lo compara con la procacidad del energúmeno Rubianes, a cuyo obsceno monólogo que evacuó en El Club de TV3 (20/1/2006), ante la mirada cómplice del presentador Albert Om, Rahola atribuye "mucha gracia". He aquí la versión completa, que los lectores con estómago delicado pueden saltear:
A mí la unidad de España me la suda por delante y por detrás, que se metan a España en el puto culo, a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando del campanario, que vayan a cagar a la puta playa con la puta España, que llevo desde que nací con la puta España, vayan a la mierda ya con el país ese y dejen de tocar los cojones.
Intelectuales conchabados
La hispanofobia debe de ser el virus que infecta a todos aquellos que le encuentran "mucha gracia" al discurso escatológico de este troglodita. Para no hablar de los que le rinden homenaje, ya fallecido, bautizando con su nombre, en presencia del inefable Gerardo Pisarello, a un espacio de la histórica avenida Paral-lel de Barcelona y a la calle Almirall Cervera de la Barceloneta. Si el deslenguado Trump estuviera radicado en Cataluña, sería más respetuoso con sus anfitriones y también sentiría "un asco profundo, el asco que produce la mierda" al escuchar las inmundicias que ese bruto profería en la acogedora TV3.
La regurgitación de odio que vomitó el grotesco personaje, al que, hoy difunto, todavía rinden homenaje y ríen las gracias, no es más que la versión, en plan bestia, de la campaña que pulcros intelectuales conchabados por la Generalitat sediciosa desarrollaron contra España en simposios difamatorios (España contra Cataluña. Una mirada histórica: 1714-2014), en centros de mistificación cultural (Colón, Cervantes y santa Teresa eran catalanes) y en pseudoembajadas. Aunque con más sutileza, estos buscavidas se nutrían en el estercolero cainita donde hozaba el prostibulario bocazas con pretensiones de iconoclasta que habría hecho sonrojar al mismísimo Trump.
Uno de los cerebros de esta campaña, Francesc-Marc Álvaro, intentó quitar hierro, contra toda evidencia, a las barrabasadas de su tropa, desviando astutamente las culpas hacia quienes son sus víctimas ("El odio, un comodín", LV, 14/12/2017):
El recurso del odio aparece, entonces, como una mordaza que bloquea debates, censura opiniones y abre la puerta a una sistemática limitación de la libertad de expresión y la libertad artística. Al parecer cualquier palabra, cualquier gesto, cualquier manifestación puede ser catalogada como "generadora de odio", con lo cual quien habla y quien actúa es puesto bajo sospecha y observado como criminal en potencia. (…) El efecto que todo esto tiene en nuestras vidas puede ser devastador: autocensura, miedo, ultracorrección política, hipocresía, servilismo, miseria intelectual.
Atmósfera envilecedora
Es reveladora la precisión con que estos conspiradores pueden describir la atmósfera envilecedora y opresiva que se respira en los regímenes totalitarios. Les basta con retratar el ambiente que ellos crean en su entorno mediante coacciones, amenazas, chantajes, purgas, descalificaciones, insultos, rupturas, escraches y los otros muchos abusos que han jalonado la ruta del proceso fratricida. Se ensañan no solo con los herejes constitucionalistas, sino que también chocan entre ellos para disputarse los magros despojos del botín. ¿Odio? El que les inspira España, claro está, porque es la razón de su vida, pero también el que descargan contra sus socios porque lo llevan en los genes.
El odio no es un comodín, como quiere hacernos creer Álvaro. Es una realidad palpable que ahuyenta a 3.200 empresas (mientras escribo estas líneas ya se han sumado por lo menos otra veintena) y provoca la crisis social sobre la que es superfluo escribir porque está en todas las mentes. El miedo que amenazó dar con creces el Terminator Puigdemont en uno de sus mensajes más crudos (toda la prensa, 1/7/2017) surtió su efecto devastador y él se da el lujo de contemplar las ruinas desde su República de Saló mussoliniana. Su millón de fieles asiste atónito a la transformación del millón de fieles del penitente Oriol en flamantes e imprevistos adversarios. Los mamporreros de la CUP se relamen entre tanto pensando en el caos que aún pueden crear.
Y comparado con este atajo de mamarrachos, hasta el impresentable Donald Trump puede parecer un estadista de pura cepa.
PS: Los mamarrachos enfrentados dentro del secesionismo fingen ponerse de acuerdo para elegir presidente (¿de qué?) a Terminator Puigdemont. Saben que así podrán ahorrarse la obligación de ejercer un Gobierno para el que no tienen planes viables ni capacidad intelectual suficiente. Seguirá vigente el artículo 155. Y le echarán la culpa a Madrid de lo que es fruto de su propia mala fe y estulticia.