En Argentina, donde nací, nadie me preguntaba el origen de mi apellido. Es un país poblado en gran parte por descendientes de inmigrantes y nadie dudaba de que yo era uno de los muchos hijos o nietos de rusos. Esto cambió cuando llegué a España, en 1976. Cada vez que mencionaba mi apellido me pedían que lo deletreara y después venía la pregunta de rigor: "¿De dónde eres?". Ya tenía la respuesta preparada: "Soy argentino, como mis padres, y mis abuelos eran rusos". Desde 1980 añadí, satisfecho, que ya tenía la nacionalidad española. Pero ¿eran realmente rusos mis abuelos?
Divagación autobiográfica
Menosprecio las indagaciones genealógicas y, simultáneamente, mi compromiso con los valores del humanismo y la racionalidad me coloca en las antípodas de las ideologías discriminatorias que giran en torno de las raíces y las identidades. Coincido con lo que escribió Arcadi Espada (Contra Cataluña, Flor del Viento, 1997): "Siempre pienso de mis antepasados en unos términos poco amables: los imagino cercanos a la animalidad, muy rudimentarios".
Lo poco que sé acerca de mis propios antepasados es producto, únicamente, de fragmentos de conversaciones captadas al azar y no de una búsqueda deliberada. Deduzco, de lo oído, que la rama paterna proviene de Alba Iulia, situada en Transilvania, hogar de Drácula, una región que ha fluctuado entre Rumania, Moldavia y Rusia. Con un obligado tránsito por la URSS, aunque ahora quizá forma parte de Transnistria, también bautizada como República Moldava Pridnestroviana, que a su vez Moldavia reclama como suya. ¡Cuánta razón tiene Espada! Yo, por si acaso, doy por sentado que cuando nacieron mis abuelos el territorio era ruso. Si eran rusos, ucranianos o rumanos no lo sé ni me importa. Mis abuelas no hablaban del tema y mi abuelo paterno falleció antes de que yo naciera.
Mi abuelo materno, al que sí conocí en mi infancia, y al que recuerdo como un hombre culto, de ideas socialistas, que llegó joven a Argentina y se integró rápidamente en la sociedad circundante, había nacido en Járkov, hoy ciudad de la disputada Ucrania que entonces –finales del siglo XIX– formaba parte del Imperio Ruso.
¿Por qué me entretengo en esta divagación autobiográfica? Pues porque precisamente Ucrania se está desangrando en luchas fratricidas y podría sentirme implicado en ellas si creyera en la mitología de las raíces y las identidades. Pero no es así: sólo me conmueven por lo que reflejan acerca de la irracionalidad e insensatez que están latentes en todo ser humano, lacras estas que, exacerbadas, pueden convertirlo en una feroz máquina de matar. Mis abuelos podían ser rusos, rumanos, ucranianos, moldavos o transnistrios y afortunadamente, al emigrar, y al educarme sin servidumbres con el pasado, me evitaron ser protagonista de la sucesión de guerras civiles e internacionales que quienes podrían haber sido mis compatriotas libraron y libran para mayor gloria de sus raíces, sus identidades, sus lenguas, sus religiones, sus tradiciones y sus apetencias territoriales.
¿También en España?
Hemos asistido y seguimos asistiendo a las sangrientas rupturas de India, Pakistán y Cachemira; de la mayoría de las excolonias africanas; de la antigua Yugoslavia; de los enclaves suníes y chiíes en todas las regiones donde estos existen. Los despojos de la Unión Soviética se enfrentan entre sí y se fragmentan por dentro. Las sectas, los fundamentalismos, los extremismos, los populismos, los nacionalismos, los irredentismos, las demagogias están de parabienes. Las convocatorias a las emociones, a las rivalidades, a los rencores, a los fantasmas del pasado, son el pan nuestro de cada día.
¿También en España? Sobre todo en España, donde no faltan los atizadores de nostalgias medievales y guerracivilistas que se proponen sustituir los valores de nuestra civilización ilustrada por la mitificación de raíces e identidades heredadas. Identidades de las que han abominado Amin Maalouf y todos los pensadores que respeto. Escribe Maalouf en Identidades asesinas (Alianza Editorial, 1999):
Desde el comienzo de este libro vengo hablando de identidades asesinas, expresión que no me parece excesiva por cuanto que la concepción que denuncio, la que reduce la identidad a la pertenencia a una sola cosa, instala a los hombres en una actitud parcial, sectaria, intolerante, dominadora, a veces suicida, y los transforma a menudo en gentes que matan o en partidarios de los que lo hacen. Su visión del mundo está por ello sesgada, distorsionada. Los que pertenecen a la misma comunidad son "los nuestros"; queremos ser solidarios con su destino, pero también podemos ser tiránicos con ellos si los consideramos "timoratos", los denunciamos, los aterrorizamos, los castigamos por “traidores” y “renegados”. En cuanto a los otros, a los que están del otro lado de la línea, jamás intentaremos ponernos en su lugar, nos cuidamos mucho de preguntarnos por la posibilidad de que, en tal o cual cuestión, no estén completamente equivocados; procuramos que no nos ablanden sus lamentos, sus sufrimientos, las injusticias de que han sido víctimas. Solo cuenta el punto de vista de “los nuestros”, que suele ser el de los más aguerridos de la comunidad, los más demagogos, los más airados.
Después de evocar el patético "paz, piedad, perdón" que pronunció Manuel Azaña cuando se aproximaba el final de la Segunda República, Juan-José López Burniol, el funambulista que se mece, perplejo, entre el sí y el no a la independencia de Cataluña, nos amonesta, asustado con sobrados motivos por la crispación cotidiana (LV, 22/2):
Otra vez ha germinado entre nosotros la semilla de la intolerancia, siempre presta a convertirse en odio. Lo han de tener muy en cuenta todos los que hoy llevan la antorcha –todos sin excepción, a un lado y otro del río– y muchos de los que escriben y hablan –escribimos y hablamos– con mayor, menor o ningún conocimiento de causa, porque de ellos –de nosotros– es la responsabilidad por lo que está sucediendo, que no es, ni más ni menos, que el inicio de un grave enfrentamiento incivil refractario a todo arreglo.
Cuidado: "El inicio de un grave enfrentamiento incivil refractario a todo arreglo". Los fantasmas del pasado llaman a tu puerta. Ucrania está a la vuelta de la esquina. Siria también.