Siempre he discrepado con los polemistas que utilizan a la ligera e indiscriminadamente las acusaciones de nazismo para descalificar a sus adversarios políticos. También evito entablar discusiones bizantinas sobre la naturaleza fascista de determinados movimientos políticos populistas, verticalistas y autoritarios. El nazismo es, a mi juicio, el mal absoluto, y no existen aberraciones de magnitud comparable. El comunismo lo sigue a muy corta distancia. En cuanto al fascismo, o los fascismos, se sitúan en un plano que oscila entre el despotismo y el histrionismo, sujetos a los caprichos de un caudillo mesiánico. Opto, en cambio, por ceñirme al término totalitarismo, que abarca a todos estos regímenes, con sus matices, analogías y contradicciones, pero que sirve para transmitir la imagen de una sociedad cerrada, regimentada y deshumanizada, donde están proscriptos el pensamiento libre y el imperio de la racionalidad. Por supuesto, califico explícitamente de nazis, comunistas o fascistas a quienes se jactaron o se jactan de serlo.
Bajo siete llaves
El árbol del totalitarismo es muy frondoso, y si sus ramas más sanguinarias son el nazismo y el comunismo, también se cuentan entre sus frutos los nacionalismos identitarios y demagogias tercermundistas como el peronismo y el chavismo. Me ocupé de este tema en "Apenas un sainete", donde subrayaba los tintes grotescos de la aventura secesionista. Lo retomo movido por una falaz afirmación de la hoy menguante Pilar Rahola (LV, 10/1): "A diferencia, pues, de fuertes y sólidas corrientes del nacionalismo español, vinculadas al fascismo, el nacionalismo catalán siempre se ha movido por los senderos democráticos". Ja, ja, ja. Los secesionistas, aficionados a explorar la historia en busca de falsos argumentos para su causa, guardan bajo siete llaves los esqueletos totalitarios que esconden en el desván.
Xavier Casals documenta, en El pueblo contra el Parlamento. El nuevo populismo en España, 1989-2013 (Pasado & Presente, 2013), cuáles son las razones por las que se puede equiparar a Barcelona con Milán como cunas de los respectivos fascismos:
Al igual que sucedió en Milán, fue en la capital catalana donde se articuló una temprana respuesta combativa o escuadrista al sindicalismo revolucionario de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Nos referimos a los Sindicatos Libres, constituidos oficialmente en octubre de 1919 (el mismo año que los fascios italianos) (…) Fue también en esta urbe, en un marco de crisis del parlamentarismo y creciente eco de los discursos favorables al corporativismo, donde surgieron las primeras organizaciones fascistas, notablemente la Traza.
Casals pone el acento en la irrupción del pistolerismo en Barcelona a la sombra de las luchas sociales:
Ello originó una guerra entre bandas anarcosindicalistas y parapoliciales, de forma que la idealizada "California catalana" se transformó en una "Chicago mediterránea". (…) Barcelona lideró el ranking español de atentados entre 1917 y 1922: de 1.756 "delitos sociales", 809 acaecieron en ella (seguida por Bilbao con 152 y Madrid en la quinta posición con 127) y dejaron 424 muertes entre 1917 y 1923.
Figura estelar del pistolerismo
Pero ¿qué relación existe entre el pistolerismo de matriz fascista y el nacionalismo que Rahola presenta como impoluto? Mucha. El nombre de Miquel Badia marca el nexo entre ambos. Badia, fundador de las Juventudes de Esquerra Republicana - Estat Català, fue la figura estelar del pistolerismo rompehuelgas en los años 1930. Estuvo al frente de la Comisaría de Orden Público de la Generalitat, y fue la mano derecha del consejero de Gobernación Josep Dencàs cuando el presidente Lluís Companys proclamó el "Estado catalán dentro de la República Federal Española", el 6 de octubre de 1934. Así lo explica Gabriel Jackson (La República española y la guerra civil - 1936-1939, Crítica, 1976):
A pesar del Estatuto y de la gran popularidad de Companys, Cataluña fue sacudida por una oleada de nacionalismo incontrolado. En la Universidad, los profesores castellanos veían cómo sus discípulos y sus colegas catalanes se mostraban deliberadamente hostiles al uso continuado de la lengua castellana en las aulas. Aparecieron octavillas exhortando a los catalanes a no contaminar su sangre casándose con castellanas. Más grave que tales síntomas era el crecimiento de un movimiento casi fascista dentro de las filas juveniles de la Esquerra. Llevando camisas verdes, llamándose a sí mismos escamots (pelotones), y denominando a su movimiento Estat Català, hacían la instrucción en formación militar, con fusiles anticuados o inservibles, reconociendo como jefe a Josep Dencàs, consejero de Gobernación de la Generalitat.
(…)
En la mañana del 5 de octubre (…) los escamots, a veces amenazando con sus pistolas, detuvieron tranvías y autobuses, dijeron a los expendedores de billetes en las taquillas del Metro que se fueran a sus casas, y amenazaron con destrozar los escaparates de las tiendas que no cerraran. También se informó que estaban levantando los raíles del ferrocarril al este de Lérida para separar "Cataluña" de "España".
(…)
Durante todo el 5 de octubre y hasta últimas horas del 6, Companys ordenó reiteradamente al insubordinado Dencàs que no lanzara sus escamots a la calle. Dado que Miguel Badía, jefe de la guardia municipal (sic),era un leal lugarteniente de Dencàs, Companys no pudo lograr que obedeciera sus órdenes.
La algarada duró pocas horas. Companys fue arrestado y Dencàs huyó por las alcantarillas y fue a refugiarse en la Italia de Mussolini. Su compinche Miquel Badia fue asesinado, junto a su hermano Josep, el 28 de abril de 1936, en circunstancias que aún despiertan polémicas: algunos afirman que lo mataron los anarquistas a los que había perseguido con saña, y otros aluden a un lío de faldas al que no habría sido ajeno el propio Companys.
Auténticos traidores
Los nacionalistas, que no se privan de tildar de traidor o botifler al catalán que también se siente español y actúa como tal, canonizan, curiosamente, a otros esqueletos totalitarios que deberían esconder en el desván: los que colaboraron con el régimen del mariscal Philippe Pétain, títere de la ocupación alemana. El 31 de mayo del 2013 la Assemblea Nacional Catalana que todos financiamos mal que nos pese rindió homenaje a Alfons Mias, uniendo su nombre al de Robert Brasillach. Todos sabemos quién fue Brasillach: un intelectual francés de ideología nazi que colaboró activamente con los ocupantes alemanes, por lo que un tribunal lo condenó a muerte tras la Liberación. Algunos brillantes colegas suyos intercedieron por él, pero el general De Gaulle, implacable con los auténticos traidores, no se dejó conmover y la sentencia se cumplió. Brasillach tenía, para nuestros salvapatrias, un mérito que lo volvía intocable: se enorgullecía de ser occitano, como su camarada fascista y colaboracionista Charles Maurras.
Alfons Mias, sin embargo, es un desconocido para la mayoría. No para la ANP, que lo recordó con devoción en su 110º aniversario. Mias acuñó el rótulo "Catalunya Nord", favorito de los irredentistas, para fagocitar el Rosellón francés. Fundó la revista Nostra Terra (1936-1939), órgano del occitanismo, y escribió en la revista Terra d´Oc un artículo en el que exhortaba a "continuar la vida cultural del Rosellón en el rumbo de Mistral y el mariscal Pétain", con elogios al ideal "petainista" (retorno a la tierra, provincianismo, condena de la ciudad como germen de miseria y revueltas). Tras la Liberación, el 12 de junio de 1945, la Cámara Cívica de Perpiñán condenó a Mias a la degradación cívica perpetua en contumacia por haber participado en la entrega del alcalde de Banys a los nazis.
Mias huyó a Figueras, donde lo acogieron sus familiares, jerarcas de Falange, y luego pasó el resto de su vida cómodamente instalado en la Barcelona de Franco. Al fin y al cabo, el frustrado inventor de la "Catalunya Nord" había estado a punto de convertirse en víctima, como Maurras y Brasillach, de las fuerzas de liberación francesas que no le perdonaban que hubiera servido al amigo alemán de la España franquista. Hoy, un Cercle Alfons Mias perpetúa la memoria del colaboracionista y las fantasías de los occitanistas en territorio francés. Y la Assemblea Nacional Catalana lo ha incorporado a su panteón de héroes.
Dato curioso y significativo: los servicios de inteligencia nazis estimularon los movimientos secesionistas occitanos, vascos, normandos, bretones, flamencos y de todas las minorías que pudieran servirles como punta de lanza para sus planes expansionistas. También ahora habría que preguntarse, frente al auge de los movimientos desmembradores: Quid prodest? ¿A quién benefician? Ahora sabemos a quiénes servían los esqueletos totalitarios que los secesionistas esconden bajo siete llaves en el desván.