
Siempre recuerdo con emoción y gratitud el afecto y la solidaridad con que me acogieron los primeros catalanes que conocí cuando llegué a Barcelona, el 1 de septiembre de 1976, escapando de los dos demonios que desangraban Argentina: la guerrilla peronista-castrista-trotskista y la dictadura militar cavernícola. Me recibieron con los brazos abiertos y desde entonces procuré retribuir con hechos su comportamiento ejemplar.
Me integré incondicionalmente a mi nuevo entorno, aunque sin caer en el pintoresquismo ni en el folclorismo. Participé en la Diada de 1977 y me incorporé a la columna que acompañó al retornado presidente Josep Tarradellas hasta el palacio de la Generalitat. Dada mi vocación innata por la política siempre tomé partido, como periodista y escritor castellanohablante, por el afianzamiento, en Cataluña y en el resto de España, de los valores de la sociedad abierta, poblada por ciudadanos libres e iguales. También me comprometí a combatir el virus nacionalpopulista que infectó, y continúa infectando, a mi país de origen. Parte de mi deuda de gratitud la pago machacando a ese virus nefasto.
Peligra la sociedad abierta
Hoy veo peligrar la sociedad abierta, de ciudadanos libres e iguales, embestida por una horda de vándalos, y rescato, para denunciarla, lo que escribí en circunstancias parecidas, en mi libro Por amor a Cataluña (Ediciones Flor del Viento, 2003):
El 24 de junio del 2001, Barcelona se convirtió en escenario de una manifestación contra la globalización que degeneró en violentos incidentes, con la destrucción de escaparates de tiendas de ropa y hamburgueserías, roturas de lunas de bancos y cajas de ahorro, y todo tipo de desmanes contra instituciones públicas. Los daños fueron valorados en más de 100 millones de pesetas. Al terminar la manifestación hubo cargas policiales, con lesionados y detenidos en la plaza Cataluña. Las pintadas que dejaron tras de sí los vándalos fueron explícitas contra la sociedad capitalista, contra las fuerzas del orden y, cómo no, contra España. (…) Para una parte de los políticos y formadores de opinión afines a la izquierda acrítica y mal reciclada, la culpa de todo fue de la policía: la manifestación fue pacífica y solo la empañaron unos pocos alborotadores sobre los que se arrojó, además, la sospecha de que fueron provocadores policiales.
¿Les suena? El libreto es el mismo: tanto la filiación de los gamberros ("pintadas contra la sociedad capitalista, contra las fuerzas del orden y contra España"), como su hostilidad a la vida civilizada. También son iguales las argucias que empleaban y emplean los instigadores, encubridores y cómplices para desviar la atención, culpando a las fuerzas del orden y a infiltrados anónimos, y absolviendo a los verdaderos malhechores. Marius Carol corrobora la existencia de dos pandillas amancebadas ("Una semana interminable", LV, 21/10):
Ahora han llegado grupos anarquistas del sur de Europa para apuntarse a la fiesta callejera de la respuesta a la sentencia del 1-O. Sin embargo, eso no resta responsabilidad a sectores radicales del independentismo, perfectamente identificados y a grupos de jóvenes inexpertos que sienten estar haciendo historia.
Matones bien entrenados
De inexpertos, nada. Los policías acosados por estas bandas de delincuentes informan que se trata de matones bien entrenados para la guerrilla urbana, cuyo armamento incluye cohetes para disparar contra helicópteros y un nutrido arsenal de instrumentos contundentes para la agresión y el sabotaje, amén de sofisticadas redes de intercomunicación.
Tampoco es extraño que a los depredadores autóctonos se sumen bárbaros llegados de los cuatro puntos cardinales. Bastó que un equipo antisistema se instalara en la alcaldía de Barcelona para que esta metrópoli antaño culta y emprendedora se convirtiera en un foco de atracción para narcotraficantes, proxenetas, atracadores, carteristas, okupas, manteros e indeseables de todo tipo. Ocurre lo mismo en el campo político. Cuando un gobierno regional, como el catalán, exhorta a desobedecer la ley y rinde pleitesía a sediciosos y malversadores convictos, es lógico que atraiga y ponga a su servicio a la hez de la sociedad. Con el consiguiente estallido de violencia.
Ensalzan a los asesinos
Extraigo de mi libro arriba citado otra opinión antigua que se aplica al desbarajuste actual. La formuló Julián Delgado, ex jefe de la Guardia Urbana de Barcelona cuando se produjeron los incidentes en esta ciudad ("La represión de la violencia anti-global", ABC, 26/6/2001):
Los organizadores [de las marchas] que conocen perfectamente que estos grupos les acompañan en sus lomos como los pájaros a los rinocerontes, podrían hacer algo para despegárselos o bien quitarse de en medio en cuanto estos energúmenos empiezan a destrozar las ciudades por donde pasan. No parece que se haga ni una ni otra cosa, como si el protagonismo que le dan a la causa compensara la mala imagen, incluso la alianza con el sector abertzale que justifica y apoya las acciones terroristas.
La historia se repite. Hoy los cabecillas del procés se abrazan con Arnaldo Otegi y sus sicarios y ensalzan a los pistoleros y a los escamots fascistas de los años 1930 y a los asesinos veteranos de Terra Lliure.
Sembrador de cizaña
La violencia callejera no es, sin embargo, la única vía para acoplarse con los delincuentes sediciosos y malversadores. Existe otra que puede inducir a algunos lenguaraces a hundirse en el estercolero de la indecencia sin exponerse a recibir los merecidos porrazos. Es lo que le sucedió a John Carlin cuando vomitó su artículo "La ley es un burro" (LV, 20/10, reproducido en Clarín, Buenos Aires, con el título "Los catalanes argentinos"). Después de repetir la mentira viral de que los reos fueron condenados a 100 años de cárcel, sumando torticeramente todas las sentencias individuales, y de manifestar su "sorpresa de que no haya habido más violencia", este sembrador de cizaña -cizaña racista antiespañola, de sello goebbeliano- excretó:
Me enternecen mis amigos catalanes que no han querido detectar la inquina generalizada que hay en el resto de España contra los suyos. Los catalanes son para el resto de España como los argentinos para el resto de América Latina.
Doble difamación que no consigue ocultar el hecho de que el resto de España, empezando por Madrid, se ha convertido en el refugio ideal para los miles de empresas que buscan allí la seguridad jurídica y física que les niegan los sátrapas de su tierra de origen. Empresas a las que se suma, desde el siglo XIX hasta hoy, una pléyade de intelectuales y artistas -desde el teólogo Jaime Balmes hasta el iconoclasta Albert Boadella- hartos del provincianismo etnocéntrico de sus paisanos más incultos.
Hibridación contra natura
¿Inquina? Inquina es la que destiló el actual presidente putativo de la Generalitat cuando escribió aquel sonado panfleto atrabiliario contra sus conciudadanos castellanohablantes ("La lengua y las bestias", El Món, 19/12/2012):
Miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana.
John Carlin apela a las vísceras para enemistar a sus amigos catalanes con España y para enrolarlos en la cruzada cainita que mangonea este desquiciado con ínfulas de gobernante.
Cuarenta y tres años después de mi feliz arribo a Barcelona, veo que a mi amada ciudad la incendian y saquean los feroces productos de la hibridación contra natura de otros dos demonios del pasado: la marcha fascista sobre Roma y la columna del temible mafioso anarquista Buenaventura Durruti durante la guerra incivil española.
Lloro por ti, Cataluña.
PS: Los claustros de la Universidad de Barcelona y de la Universidad Autónoma de Barcelona se han alzado contra el Estado de Derecho al rechazar la sentencia del Tribunal Supremo por los hechos del 1-O. Reclaman "la inmediata libertad de las personas presas políticas injustamente condenadas o en prisión provisional", expresan su apoyo a "movilizaciones cívicas y pacíficas" y rechazan "la represión y la violencia policial" (LV, 21/10). Los que fueron dos ejemplares centros de enseñanza (¡ah, los tiempos del ilustrado Fabián Estapé!) dejan de ser templos del saber, de la libertad de pensamiento y del espíritu crítico, para convertirse en incubadoras del huevo de la serpiente y en reductos del oscurantismo tribal, que exige privilegios para los delincuentes sediciosos y malversadores convictos y denigra a las fuerzas del orden que nos protegen, con riesgo para sus vidas, de la barbarie rampante.