Soy asiduo lector de novelas policíacas e incluso escribí más de veinte con seudónimos anglosajones. También he perdido la cuenta de las películas de este género que he visto a lo largo de mi existencia. Sin embargo, paso por encima de las páginas de sucesos de la prensa impresa y digital (hace muchos años que tengo apagados el televisor y la radio), porque no soporto la descripción morbosa de los crímenes aberrantes que el ser humano es capaz de perpetrar en la vida real. Soy pesimista por naturaleza cuando reflexiono sobre la maldad que está latente en muchos congéneres, aislados o masificados, y encuentro suficiente confirmación de mis prejuicios en la información internacional y local sin necesidad de ir a buscarla en una sección específicamente dedicada a estos horrores.
Reinserción exprés
No puedo evitar, empero, que lleguen a mis oídos, a través de conversaciones, detalles espeluznantes acerca de atrocidades cometidas en nuestro entorno. Lo cual me mueve a indagar cómo reacciona la sociedad ante estos crímenes cuyos pormenores evito conocer. Es a las páginas de política y de opinión adonde voy en busca de esta información, y lo que allí encuentro no hace más que aumentar mi pesimismo innato. ¿Cómo es posible que políticos y columnistas viertan tantos despropósitos y banalidades respecto de un tema que exige un enfoque estrictamente racional?
La ofensiva contra la prisión permanente revisable puso al descubierto las lacras de una izquierda definitivamente desnaturalizada y de las variopintas sectas nacionalistas. Cristina Losada, Antonio Robles y Santiago Abascaldiseccionaron estas lacras en sus artículos "El dolor utilizado", "¿Populismo punitivo?" y "No se debe legislar en caliente" (LD, 16/3). Los tres denuncian que el desprecio del conglomerado buenista por las víctimas es mayúsculo. Tanto como su anhelo de lograr la reinserción exprés de los victimarios.
Actos de barbarie
Creo que en la controversia falta un detalle capital. Es cierto que la campaña contra la prisión permanente revisable se desarrolla en un clima de total desprecio por las víctimas pasadas pero, lo que según mi criterio es más grave aun, también de indiferencia por las víctimas futuras. Las primeras son irrecuperables, pero las segundas estarían a salvo si su asesino potencial no pudiera repetir sus iniquidades después de cumplir una condena que los insensatos pretenden abreviar.
Argumentan los buenistas desnortados que la vigencia de este artículo del Código Penal no evitó los recientes actos de barbarie, y se contradicen afirmando que España es uno de los países más seguros del mundo y que por lo tanto la medida no es necesaria. España es segura, precisamente, porque hay muchos depredadores fuera de circulación, aunque no sean todos. Me cuentan los lectores de las páginas de sucesos que, hace 22 años, una hija pequeña de la asesina de Gabrielmurió al caer de un séptimo piso. Tal vez, si se hubiera investigado a fondo lo que ocurrió realmente, y la ley de prisión permanente hubiera estado en vigor, hoy Gabriel seguiría vivo y su asesina estaría cumpliendo una larga condena.
Sin efecto disuasorio
Reviste interés académico discutir si el objetivo del sistema penal consiste en reeducar al preso para reinsertarlo en la sociedad, o si su finalidad es castigarlo por haber delinquido. Pero el legislador tiene el deber prioritario de garantizar la seguridad de los inocentes que todavía no se han sumado a la estadística de víctimas, aunque pueden sumarse a ella si los asesinos en serie, los terroristas despiadados, los violadores compulsivos y los pedófilos depravados recuperan la libertad tras pasar un breve lapso encerrados.
Es imposible, por supuesto, contabilizarcuántos inocentes se han salvado gracias a que sus agresores potenciales siguen entre rejas, pero no se trata de hacer experimentos sino de reconocer los méritos de la legislación preventiva. Méritos entre los que no se cuenta un hipotético efecto disuasorio. La amenaza de una larga condena no servirá para sofocar los impulsos malsanos del psicópata sediento de sangre o de violencia sexual, pero el cumplimiento de la pena íntegra, cuando lo atrapen, lo alejará de sus posibles víctimas futuras.
Un acto de justicia
La prisión permanente revisable no es una medida cruel aplicada arbitrariamente, sino un recurso del que se vale el sistema de justicia para salvaguardar los derechos humanos de los individuos y las familias dentro de la sociedad organizada. El Código Penal limita su aplicación a casos excepcionales, y la define como "revisable" precisamente para evitar que su prolongación pueda excederse de lo que los jueces estimen razonable.
Solo los adictos a sectas satánicas reprocharon a los tribunales que rechazaran los reiterados pedidos de libertad condicional del crápula Charles Manson, que murió en la cárcel a los 83 años. Y fue un acto de justicia que el criminal de guerra nazi Rudolf Hess muriera a los 93 años –¿suicidio o estrangulamiento?– en la prisión de Spandau, donde cumplía la condena a cadena perpetua dictada por el Tribunal de Nuremberg.
Legislar en caliente
La mención del Tribunal de Nuremberg obliga a recordar que este fue un ejemplo paradigmático de lo que significa legislar en caliente. Aplicó retroactivamente leyes promulgadas in extremis para castigar –sobre todo con la pena de muerte– delitos que hasta ese momento no figuraban en los códigos. Y no hay nada más hipócrita que impugnar la legislación en caliente solo cuando lo que está en trámite es la prisión permanente. Los biempensantes de todo el mundo claman para que se legisle en caliente prohibiendo la venta libre de armas de fuego en Estados Unidos apenas se produce una matanza en un lugar público.
¿Y qué progre se opondrá a legislar en caliente para garantizar la igualdad de género y el castigo de los maltratadores inmediatamente después de una manifestación feminista multitudinaria? Pero ese mismo progre aducirá que hay que dejar pasar tiempo, mucho tiempo, después de un crimen execrable, antes de estudiar pausadamente un proyecto encaminado a determinar qué pena debe cumplir en la cárcel el autor confeso del hecho en cuestión.
Rencores guerracivilistas
Es curiosa la escala de valores que aplican algunos políticos para enfrentarse con los delitos. Los socialistas, por ejemplo, se niegan a legislar en caliente para proteger a los inocentes de los desquiciados que hoy los acechan. Pero se obstinan en buscar pretextos para recalentar los platos ya fríos de rencores guerracivilistas porque suponen que eso les rendirá un solapado provecho electoral.
El responsable de Memoria Histórica del PSOE, Fernando Martínez, anuncia que "preparan una campaña de sensibilización para impulsar la búsqueda y exhumación de los 140.000 desaparecidos del franquismo" (LV, 17/3). Lo más probable es que encuentren en las cunetas los cadáveres frescos que arrojan los degenerados a los que todavía no se aplicó la prisión permanente revisable que la izquierda extraviada y otros benefactores alienados quieren derogar.
Será bueno que, cuando llegue la hora de votar, los ciudadanos recuerden cuáles fueron los partidos que pretendían dejarlos desamparados, a ellos y a sus familias, al mismo tiempo que hacían ofertas tentadoras a la manada de reincidentes contumaces.