El doctor Pedro Sánchez ha abierto las negociaciones con los mercaderes supremacistas para entregarles, a cambio de sus votos a favor de los presupuestos generales, un cargamento compuesto por la mayoría social de Cataluña, atada de pies y manos. Las tratativas se desarrollarán a puertas cerradas, con el secretismo que caracteriza a todas las operaciones de tráfico de seres humanos vivos. En realidad, la mercancía ya está en manos de los explotadores desde hace muchos años, con el consentimiento de los directivos de la parte vendedora y contra la voluntad de esa mayoría social condenada a servir como prenda de trueque.
Como la misma naturaleza solapada del intercambio demuestra que sus protagonistas no son gente de fiar, ambas partes han entablado una discusión sobre las condiciones que deberá reunir el ente supervisor de las negociaciones: uni o pluripersonal, de qué nacionalidad, cuál será su cargo oficial. Este último punto ha abierto un abanico de posibilidades: relator, mediador, coordinador, verificador.
Creo que lo mejor sería llamar las cosas por su nombre, y este nombre habría que buscarlo en la tradición cultural española, donde se destacan dos obras cuyos personajes centrales se dedican precisamente a la intermediación en la compra y venta de seres humanos. Con fines sexuales, es verdad, pero también vale para fines políticos. Me refiero a La Celestina, de Francisco de Rojas (1470-1541), y La lozana andaluza, atribuida a Francisco Delicado (c. 1475-c. 1535).
El personaje que están buscando los entreguistas y los receptores no es un relator, ni un mediador, ni un coordinador ni un verificador.
Las cosas por su nombre: es un alcahuete.