El 14 de agosto, el convicto indultado Jordi Cuixart, presidente del clan etnocentrista Òmnium, salió al balcón de la sede del distrito de Gràcia para pronunciar el pregón de la fiesta mayor que el barrio barcelonés celebra todos los años. Pero quienes lo habían convocado para que desempeñara este papel sabían que Cuixart no es la alegría de la huerta y que traería consigo su bagaje de fobias supremacistas, compartidas con el presidente del Consejo del distrito, el juntero Ferran Mascarell. El convicto indultado convirtió el pregón en una arenga subversiva para inflamar las bajas pasiones de algunos de los congregados en la Plaza de la Vila. Y lo consiguió.
Marcha del odio
No se podía esperar otra cosa de quien en septiembre del 2017 se había trepado al techo de un vehículo de la Guardia Civil para exacerbar a la chusma que asediaba la Consejería de Economía, lo que le costó una sentencia a 9 años de cárcel por sedición. De los que cumplió solo una mínima parte gracias al indulto. Esa temporada en una cárcel de cinco estrellas no le bajó los humos: ya antes de salir en libertad prometió reincidir, y apenas volvió a la calle inició una marcha a pie de un extremo al otro de Cataluña sembrando la semilla del odio. "Suela y kilómetros para afianzar el liderazgo de Junts per Catalunya", tituló el cronista complaciente (LV, 11/7).
La soflama de la Plaza de la Vila de Gràcia incluyó un homenaje a los renegados prófugos y a su propia persona por "los tres años y ocho meses de prisión", y la remató con la consabida exhortación sediciosa: "Os emplazo a volverlo a hacer, no renunciaremos nunca a volver a hacerlo". "Independencia, independencia", coreó el rebaño.
Apoteosis de las chirigotas
El problema consistió en que cuando se abren las compuertas de la visceralidad es difícil volver a cerrarlas. Producto del descontrol fue que afloraran las broncas sectarias que se entrecruzan en el seno del movimiento antiespañol, y un grupo de hiperventilados aprovechó el ambiente belicoso que imperaba en sustitución del habitual jolgorio para ensañarse con Ada Colau, también presente en el palco. La alcaldéspota, campeona del escrache a los infieles, no pudo soportar esta dosis de su propia medicina y se deshizo en lágrimas.
La fiesta mayor de Gràcia de 2021 pasará a la historia como la apoteosis de las chirigotas.
Hechos aberrantes
Frente a este cúmulo de hechos aberrantes, no puedo sustraerme al impulso pedagógico de reproducir la carta de lector firmada por el exfiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo que apareció en el diario La Vanguardia el 13 de agosto. Carta que debería tener la mayor difusión en las redes sociales por su argumentación irrefutable. Hela aquí:
El Ayuntamiento de Barcelona y, por tanto, su alcaldesa Ada Colau han decidido que Jordi Cuixart haga el pregón de las fiestas de Gràcia este año, una de las más importantes de esta ciudad. Decisión que consideramos absolutamente improcedente, máxime al haber sido adoptada por políticos que parecían proceder de la izquierda.
Ya ha habido ciudadanos que han denunciado dicha decisión. Con un riguroso fundamento: la defensa de nuestra democracia. Es inconcebible que se otorgue la voz y la palabra, en representación de una institución que es de toda la ciudadanía, a quien, si acaso, representa una limitada minoría. Pero ello no es lo más grave y reprochable. El mayor desatino es la figura del elegido: un condenado por antidemócrata. Una de las figuras más destacadas del delito de sedición cometido contra nuestro Estado democrático. Con la pretensión de imponer instituciones y leyes caracterizadas por su sello antidemocrático. Insolidario y excluyente de la mayoría de nuestra sociedad.
El indulto, otorgado por razones exclusivamente políticas –no jurídicas–, no puede en absoluto justificar una decisión tan viciada como ultrajante.
Desalojar a los felones
Indigna, por supuesto, que este convicto impenitente haya podido salir al balcón de una entidad barrial para soliviantar a un puñado de vecinos vulnerables. Es mucho más grave y peligroso, sin embargo, que la sede del Gobierno de España esté ocupada por una banda de felones empeñados en abolir el régimen constitucional, para lo cual no vacilan en compincharse con la tribu racista en la que milita el convicto de marras.
Es el deber de la ciudadanía democrática desalojarlos de sus puestos de mando antes de que puedan completar sus planes totalitarios, que ya están en marcha. Repito, por enésima vez: el 4-M madrileño marca el camino.