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Eduardo Goligorsky

El esperpento del filósofo mártir

El santoral del secesionismo catalán tiene un nuevo mártir: el filósofo Xavier Antich. Su inmolación la ha ejecutado la dirección del diario La Vanguardia al despedirlo de las páginas de “Opinión”, donde su prosa tonante vertió sermones de exégesis dogmática durante diecisiete años. Las redes sociales se incendiaron con los tuits de los acólitos que rendían tributo a sus virtudes teologales. Raül Romeva descuidó por un momento sus hasta ahora infructuosas tratativas con los bedeles de las instituciones europeas para solidarizarse con la víctima, y también manifestó su indignación el aprovechado portador de apellido ilustre Ernest Maragall. El teniente de alcalde Jaume Asens denunció la “cacería de brujas” con el mismo desparpajo con que intercedió por los manteros belicosos, y la alcaldesa Ada Colau blandió el mandoble de su innato autoritarismo cuando instó a movilizarse “en defensa del derecho a la información”.

Semilleros de propaganda

¿La información? Aquí hay un malentendido. O, peor aun, un trampantojo. Quizás el filósofo Antich dispensa información desde sus cátedras universitarias, pero sus columnas periodísticas eran -y continúan siendo donde las conserva-, semilleros de propaganda sectaria pura y dura. Precisamente en una de esas columnas (“Humpty Dumpty, el rey”, LV, 22/7/2013), Antich dio la clave de la técnica que el agitprop emplea para disfrazar la opinión militante de información objetiva, técnica en la que él es experto y que, como acabamos de ver, Ada Colau aplica en sus convocatorias a movilizarse:

Manipular las palabras para que dejen de decir aquello que revelan y convertir el lenguaje en una red trenzada de eufemismos que no sólo esconden la realidad de las cosas sino que las tergiversan hasta hacerlas irreconocibles es todavía peor que mentir. Porque, si ya no hay acuerdo sobre lo que las palabras dicen, cualquier acuerdo sobre cualquier cosa se convierte, lógicamente, en imposible. Pudrir las palabras hasta el extremo de que todo valga y que, de cualquier cosa, se pueda decir arbitrariamente lo que no es, destroza, y eso es muy grave, la credibilidad en el propio lenguaje y en los fundamentos de la comunicación, que son la base de la relación social.

Con este exordio, Antich pretende descalificar a sus adversarios políticos, sin darse cuenta de que está denunciando, involuntariamente, las manipulaciones y las tácticas torticeras de sus cofrades y las suyas propias. Los talibanes tienen que estar cegados por su fanatismo para no ver que describen sus propios vicios cuando los atribuyen a los demás. Un ejemplo: los secesionistas se atribuyen la mayoría cuando sólo cosechan el 47,8 por ciento de los votos y repiten la mentira hasta el hartazgo con la esperanza de que el rebaño confunda la fantasía con la realidad. Otro ejemplo: los popes del secesionismo se proclaman europeístas acérrimos cuando saben que su hoja de ruta desemboca en el Catexit más rotundo. El filósofo mártir sobresale en este juego de ilusionismo semántico: “pudrir las palabras hasta el extremo de que todo valga”.

Mandamientos al sumidero

El texto que Antich urdió con el fin proselitista de embellecer las consignas secesionistas de Junts pel Sí, es un modelo de sus aptitudes para practicar la manipulación, tal como expliqué en “El secuestro del sí” (LD, 25/9/2015). Escribió Antich (“La fuerza política del sí”, LV, 14/9/2015):

Y es que, metafísicamente, la fuerza del sí parece irresistible. Porque la potencia creativa de la acción política siempre ha sido positiva, e incluso “alegre”, como ya nos enseñó hace algunos siglos Spinoza.

Después de diagnosticar, con ridícula pedantería, afinidades entre Spinoza y el discurso de Junts pel Sí por su contenido alegre, el filósofo travestido de psicólogo esgrime su autoridad mediática para denigrar a los que él califica caprichosamente de negadores:

Sin necesidad de ponerse eruditos, es evidente que el “no” siempre tiene un carácter más bien antipático y malhumorado, precisamente por su negatividad intrínseca. El “no” siempre bloquea, trunca posibilidades, detiene proyectos e iniciativas, produce frustración y genera desconfianza. Nada bueno puede fundarse sobre la negación.

Aquí es donde al observador desprejuiciado le aflora una duda corrosiva acerca de las consecuencias nefastas que puede acarrear para la sociedad organizada la peculiar filosofía del profesor Antich. Sucede que éste ha enviado al sumidero, en beneficio del hoy desquiciado Junts pel Sí, todos los mandamientos negativos de la tradición monoteísta que conservan su validez en la civilización occidental, tanto en su vertiente religiosa como en la laica. No matarás. No robarás. No darás falso testimonio, ni mentirás. No codiciarás los bienes ajenos. Demasiados noes para el sectario Antich, quien tampoco aceptaría que a los totalitarios secesionistas les predicaran un nuevo mandamiento negativo: “No tomarás la palabra de los catalanes en vano como si todos estuvieran al servicio de tus ambiciones de lucro y de poder”.

Gran inquisidor

Los motivos por los cuales la dirección del diario decidió prescindir de la colaboración de este militante del secesionismo parecen, por ahora, confusos. Sus cofrades atribuyen la sanción a un panfleto injurioso que publicó contra el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz: “De la picaresca al esperpento” (LV, 4/7). La dirección del diario argumenta que no es así, porque otros colaboradores firmaron artículos de similar contenido sin que los despidieran. Aduce, en cambio, que Xavier Antich está colaborando en otro diario impreso, secesionista por supuesto, y en el nuevo diario digital que dirige su hermano, José Antich, ex director de La Vanguardia.

Si el teniente de alcalde Jaume Asens, ideológicamente afín a manteros y okupas, atribuye el despido de Xavier Antich a una “cacería de brujas”, el nombre de su hermano José Antich evoca las tropelías de un gran inquisidor. Cuando José Antich asumió la dirección de La Vanguardia, en el año 2000, puso en marcha una purga implacable contra colaboradores refractarios a la cruzada nacionalista, hasta convertir el diario en el somatén mediático. Su intolerancia ideológica, su fobia a la libertad de pensamiento y su talante atrabiliario hicieron que se ensañara sobre todo con liberales de pura cepa como el general y periodista Francisco L. de Sepúlveda, Manuel Trallero, Valentí Puig y Francesc de Carreras. En una escala mucho más modesta, a mí me truncó dieciocho años de colaboraciones persistentemente heterodoxas, aprobadas sin censura por auténticos periodistas profesionales como el inolvidable Manuel Ibáñez Escofet, Horacio Sáenz Guerrero, Joan Tapia y Lluís Foix.

El gran inquisidor y su hermano panfletista tienen por delante un arduo trabajo de mercadotecnia en su pasquín digital: vender la nueva marca del ruinoso Pujolclub a la anterior clientela y, sobre todo, explotar los trucos retóricos que Xavier maneja tan bien, para seguir ocultando que la secesión que se está negociando en la sombra con los frikis de la CUP inaugura la ruta hacia el Catexit y hacia una Ítaca perdida en el espacio exterior. Es a los protagonistas de este contubernio y a sus amanuenses periodísticos, que no informan sino que siembran insidias, a quienes se puede aplicar el aforismo de Jean Améry que el pseudo mártir Xavier Antich regurgitó en su esperpéntico panfleto contra el ministro del Interior, culpable de cumplir con su deber al velar por la seguridad y la integridad de España:

Uno no puede comer mierda y cagar oro

Impecable epitafio para marcar el final de una etapa bochornosa de intoxicación planificada de los ciudadanos, perpetrada mediante un bombardeo continuado de mensajes cainitas.

En España

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