Temo que los politólogos se equivoquen cuando, en el trance de enjuiciar a los capos del entramado sanchista-comunista y a los rufianes de la banda chantajista antiespañola que lo sustenta, atribuyen sus tropelías, por un lado, y sus desencuentros, por otro, a motivaciones ideológicas dispares descriptas en una nutrida bibliografía. Esta es la base sobre la que construimos nuestros razonamientos cuando los desenmascaramos, pero precisamente porque la base es equivocada terminamos induciendo a error a quienes nos hacen caso.
Pudren lo que tocan
Si tomamos distancia respecto de lo que ocurre y lo abordamos con objetividad, comprobamos que la casquería ideológica con que aderezan sus discursos solo encubre su indigencia de recursos para hacer frente a los problemas de la sociedad. En lo que deberíamos poner énfasis es en algo que está a la vista de todos y que, sin embargo, pocos denuncian como la causa de nuestras desgracias: estamos asistiendo a un duelo solapado entre histriones inescrupulosos que, desprovistos de principios éticos y obsesionados por el apetito de poder, pudren todo lo que tocan.
La putrefacción se manifiesta, por arriba, en los enfrentamientos tabernarios entre los engañabobos del sanchismo y los demagogos del pablismo. Ambos son igualmente enemigos del Estado de Derecho, de la Monarquía parlamentaria y de la convivencia entre ciudadanos libres e iguales, pero colisionan entre sí a la hora de aplicar sus tácticas de rapiña. Sanchistas y pablistas no son ni izquierdistas ni progresistas. Fingen serlo, a cuál más, para engatusar a sus gobernados -que para ellos son sus súbditos- pero estos rótulos solo les sirvan de coartada para perpetrar sus abusos contra el bienestar general.
Contubernio esquizofrénico
Los choques entre las facciones que pretenden apropiarse de la autoría del anteproyecto de la todavía en gestación ley de Libertad Sexual reflejan hasta qué extremo puede llegar la degradación de un contubernio esquizofrénico. Mientras la ministra consorte Irene Montero deja trascender un borrador infumable redactado por sus amanuenses diplomados en una feria de masters espurios, la vicepresidenta Carmen Calvo moviliza a sus cortesanos jurisconsultos para convertirla en la hazmerreír de la platea. Un guiñol que culmina cuando los dos Pablos -Iglesias y Echenique- cofrades de Montero, aplican el viejo eslogan peronista "Alpargatas sí, libros no", y sentencian con su chabacanería congénita que quienes corrigen tantas incongruencias con el aval de sus estudios de derecho y gramática son, necesariamente, "machistas frustrados" y "machotes".
La contienda de histriones baja del Consejo de Ministros y Ministras a la calle cuando se organiza el carnaval feminista del 8-M. No solo porque sanchistas y pablistas se encolumnan detrás de sus respectivas lideresas y enarbolan pancartas diferentes, sino porque, una vez más, inflan reivindicaciones sectarias para explicar por qué se sientan en distintas mesas para satisfacer sus apetitos voraces. Unas sostienen que son sus vaginas las que las convierten en mujeres, y las otras pretenden incorporarse a la femineidad con los órganos masculinos intactos. Y ya las tenemos tirándose los géneros y la biología a la cabeza: transfóbicas contra transexuales. ¿No les basta? Pues aboquémonos a la guerra entre las puritanas que exigen abolir la prostitución y las realistas que se conforman con proteger a quienes la ejercen mediante leyes de asistencia social y libre agremiación. ¿Quieren más? Las radicales abominan de la maternidad subrogada y las enroladas en el colectivo LGTBI la reclaman perentoriamente.
Lo que las une es el odio a las portadoras de valores que les inspiran más miedo que el coronavirus: la libertad de pensamiento y la racionalidad. Por eso no toleraron la presencia de las dirigentes y militantes de un partido liberal como Ciudadanos, que asistieron despistadas al aquelarre, y las expulsaron con la violencia típica de todos los movimientos totalitarios de izquierda y de derecha.
Una ópera bufa
Proliferan los histriones. No están solo en la Moncloa y sus apéndices. Una troupe de ellos se sienta frente a otra de la misma calaña para negociar cómo se repartirán el pastel llamado España. Con una peculiaridad: los emisarios de los histriones de Madrid componen un solo bloque colocado de espaldas a la Constitución, predispuesto a entregar todo lo que le pidan los golpistas -desde el título de nación hasta las pseudoembajadas difamadoras-, en tanto que quienes se sientan enfrente se dividen en dos equipos de histriones étnicos enzarzados en su propio duelo por el botín. Unos, acaudillados por el monje trapacero (no trapense) Junqueras, recién exclaustrado de su celda, ya están conchabados con el Gran Felón doctor Sánchez, que administra el reparto, y los otros siembran cizaña para coger el mango de la sartén obedeciendo las instrucciones del matón Puigdemont, prófugo de la justicia.
No nos equivoquemos. Es un error interpretar lo que sucede como un episodio de alta política. Es una ópera bufa con el escenario poblado de histriones a los que debemos tratar con el desprecio que se merecen los buitres carroñeros. Nada de disquisiciones académicas que les entran por un oído y les salen por el otro, igual que a la masa de sus fieles abducidos por un sentimiento acrítico similar a la fe religiosa.
Ha llegado la hora de que los partidos políticos constitucionalistas y la sociedad civil sana expulsen a los payasos del tinglado de la antigua farsa que evocó don Jacinto Benavente, entre abucheos y una lluvia de hortalizas para castigar las burlas con que estos sinvergüenzas agraviaron y continúan agraviando a los ciudadanos.