La fábula del escorpión que obedece a su naturaleza y pica a la rana cuando esta lo transporta a través del río, provocando la muerte de ambos, se ha convertido en el mantra de quienes nos proponemos desvelar los vicios congénitos de los nacionalistas xenófobos y otros adictos al maniqueísmo totalitario. La historia de España está plagada de ejemplos de los aguijonazos de los escorpiones, que algunas veces fueron metafóricos pero otras muchas se materializaron en inyecciones de veneno con un saldo de cientos de miles de víctimas.
Bichos mortíferos
Sin embargo, una cosa es pasar revista a los hechos consumados y otra muy distinta asistir, como nos sucede hoy, a la gestación de una nueva colonia de estos bichos mortíferos. Los escorpiones que están activos en los recovecos de la política catalana son de una especie atrófica, cuya peligrosidad se ha amortiguado gracias a la intervención de los fumigadores togados del Poder Judicial.
La novedad consiste –y aquí es donde tenemos que estar muy atentos– en el hecho de que se está montando con bombos y platillos, delante de nuestras narices, un criadero de escorpiones mutantes armados de una singular virulencia. Con el agravante de que las autoridades que deberían cortar el paso a las alimañas se comportan peor que la rana de la fábula, porque les ofrecen medios de transporte para que vengan a envenenarnos con nocturnidad y alevosía. Ranas pervertidas y escorpiones estelados han sellado un pacto contra natura para joder a los ciudadanos.
Un quilombo esperpéntico
Hablemos claro. Aquí las ranas son los traidores que entregan una parte del territorio de España a la voracidad de los escorpiones, los cuales funcionan como extranjeros invasores tras haber renegado de su nacionalidad española. Ahora bien, cuando estos extranjeros invasores se disputan el usufructo del criadero de escorpiones mutantes, el resultado es un quilombo esperpéntico que abochorna incluso a los prosélitos más fieles.
En eso estamos. La iniciativa de montar el nuevo criadero la tomó el prófugo Carles Puigdemont, y bastó que lo sacara al mercado para que los padrinos de distintas familias de escorpiones y alacranes empezaran a litigar por las marcas registradas. El PDeCAT no quiere soltar el rótulo de Junts per Cat, pero los puigdemontistas creen que les basta intercalar una coma después de Junts para apropiárselo. La Crida y un grupo de sediciosos presos han decretado que la casa matriz del criadero está en Waterloo, y los parlamentarios, alcaldes, concejales y amanuenses del procés se enrolan en bandos antagónicos, a favor o en contra de Juan Domingo Puigdemont (Joaquín Luna dixit, LV, 6/7), subordinándose a los vaivenes del clientelismo caciquil.
Aguijones embotados
Sintetiza el predicador Francesc-Marc Álvaro, últimamente transformado en plañidero ("La maldición de Tutankamón", LV, 29/6):
Puigdemont pretende conjurar la maldición, que ahora hace mella en su universo: quiere hacer, de una vez por todas, su partido a medida, y quiere enterrar –de paso– todo lo que recuerde a Convergència y al pujolismo. (…) ¿Qué harán los perdedores? ¿Continuarán en solitario, se irán a casa, o confluirán con el PNC de Pascal?
La que lo tiene claro es Pilar Rahola, hagiógrafa del Perón de Waterloo ("La hora Puigdemont", LV, 5/7):
Lo que surja el 25 [de julio] no será un partido clásico, ni un movimiento a la manera de la vieja escuela pujoliana, sino la clarificación orgánica del espacio ideológico que el universo Puigdemont [sic] representa: asumir la imposibilidad de reconvertir al Estado español, alejarse de sinuosos virajes estratégicos (al estilo de lo hecho por ERC) y preparar el país para culminar aquello que quedó abortado con la declaración fallida del 2017.
Pero también hay vida nacionalista fuera del criadero. Álvaro menciona al Partit Nacionalista de Catalunya, residencia desinfectada donde han ido a reponer fuerzas los escorpiones de la vieja estirpe que embotaron sus aguijones por el uso excesivo durante la sedición del 2017, y la inquisidora Rahola anatematiza a ERC, una competidora de mucho cuidado, a la que reprochan haber puesto en estado de reposo pasajero sus glándulas secretoras de veneno. Y en el ínterin, en las puertas del criadero, ha proliferado un surtido variopinto de parásitos que se alimentan con los desechos del nacionalismo como las rémoras lo hacen con los detritos de las ballenas.
Retomemos la convivencia
Ni el criadero de escorpiones, ni la residencia para ejemplares convalecientes ni los chiringuitos donde pululan otras especies mostrencas encajan en el marco de una sociedad civilizada como la catalana. Por eso los catalanistas pensantes se revuelven, sin renunciar a sus utopías, contra la estulticia de sus sátrapas. Antoni Puigverd abandona circunstancialmente su impostada equidistancia para alzar la voz, indignado, evocando un texto de Salvador Espriú ("El país moribund". LV, 8/7):
Catalunya carece de dirección técnica contra la Covid. El cargo de secretario de la Agència de Salut Pública está vacante. (…) En plena crisis de coronavirus la Generalitat carece de liderazgo epidemiológico. ¿Por qué reclamaba el president las competencias de Sanidad? ¿Para demostrar que somos un país de aficionados? (…) ¿De qué hablamos cuando hablamos de política? ¿Tan solo de agitación, abstracciones y quimeras? Hemos vivido meses horribles. Hospitales colapsados, enfermos a raudales, muertos. La economía se ha hundido, la parte de la temporada turística que todavía puede salvarse depende de la responsabilidad cívica de cada uno de nosotros, sí, pero sobre todo de la estrategia integral que la OMS reclama a los gobiernos. Diríase que el objetivo del Govern es batir el récord de incompetencia.
(…)
Espriú quería salvar las palabras, pero no habría soportado esta demostración de ineptitud, esta espectacular disonancia entre lo que se dice y lo que se hace. Entre la retórica independentista y la práctica provinciana.
Las paredes del criadero de escorpiones están insonorizadas y sus huéspedes no escuchan el clamor de la buena gente racional que pide cordura. Dejémoslos pues encerrados bajo llave en su madriguera sin ley, saturada de emanaciones de odio, y retomemos la convivencia normal en este paraíso para ciudadanos emprendedores, libres e iguales que es el Reino constitucional de España.