Al principio los llamábamos "buenistas". Empiezo a dudar que esta sea la denominación correcta. Aquí opera algo distinto de la bondad mal entendida y peor encaminada. Tal vez sea un síntoma de atrofia intelectual o, más grave aun, de un odio latente contra nuestra sociedad capitalista, producto, a su vez, de la frustración y el resentimiento por el fracaso de los regímenes totalitarios del siglo pasado. Sea como fuere, esta peculiar manía se manifiesta a través de tortuosas argumentaciones destinadas a hacernos creer que nosotros somos los culpables de que muchos islamistas, sobre todo jóvenes, se incorporen a las filas del terrorismo. Con el añadido de que estos mismos pactistas inventan fórmulas espurias para congraciarnos con los terroristas y para que estos puedan satisfacer sus apetitos de hegemonía.
Contrabando ideológico
El sociólogo y profesor Manuel Castells dicta cátedra sobre los orígenes de la ofensiva necrófila y las tácticas para combatirla con eficacia o, más precisamente, para caer simpáticos a los agresores potenciales y aplacar su beligerancia ("Terrorismo incesante", LV, 27/5). Hubo que esperar la intervención de este sabio multipremiado para que nosotros, pobres profanos prejuiciosos, conociéramos el secreto de la convivencia con el islam. Los 19 millones de musulmanes que viven en Europa (1,6 millones en España)
simplemente piden respeto a sus valores y tradiciones (…) Pero ello requiere una voluntad política, apoyada por la ciudadanía, que implica una tolerancia cultural y social profunda, que se contradice con la hostilidad creciente después de cada atentado. La crisis educativa y laboral de los jóvenes musulmanes discriminados requeriría darles una prioridad que los ciudadanos rechazan.
Al fin y al cabo, el ilustre Castells no ha descubierto la pólvora: la discriminación positiva es una apolillada receta de los progres, cuya eficacia para perpetuar la mediocridad está demostrada. Pero el contrabando ideológico no acaba aquí. Hay algo peor. ¿Cuáles son "los valores y tradiciones" que debemos respetar? ¿Qué es lo que debe amparar la "tolerancia cultural y social profunda"? A lo que se suma el reproche y la culpabilización con que el amonestador castiga a la ciudadanía por "la hostilidad creciente después de cada atentado".
Castells comulga con la lógica perversa de los reclutadores del Estado Islámico cuando rastrea los orígenes del fenómeno terrorista:
Los terroristas son jóvenes musulmanes radicalizados, que rechazan los valores dominantes de la sociedad en que viven, se solidarizan con sus correligionarios en Oriente Medio y se sienten parte de un movimiento global para defender el islam. La mayoría de los terroristas en Europa son europeos, nacidos y criados en nuestros países y ciudadanos de su país.
Atavismos retrógrados
O sea que el docto Castells enseña que el desarrollo de una sociedad civilizada pasa por la incorporación de los atavismos retrógrados que traen algunos migrantes, atavismos retrógrados que, además, se irán consolidando entre quienes, nacidos y criados en el país de acogida, "rechazan los valores dominantes de la sociedad en que viven".
Una pizca de racionalidad, por favor. Escribe Giovanni Sartori (La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Taurus, 2001), explicando por qué las diferencias de los asiáticos no despiertan resistencia en las sociedades occidentales, en tanto que sí la despiertan las de los musulmanes:
La cultura asiática también es muy lejana a la occidental, pero sigue siendo laica en el sentido de que no se caracteriza por ningún fanatismo o militancia religiosa. En cambio, la cultura islámica sí lo es. E incluso cuando no hay fanatismo sigue siendo verdad que la visión del mundo islámica es teocrática y que no acepta la separación entre Iglesia y Estado, entre política y religión. Y que, en cambio, esa separación es sobre la que se basa hoy –de manera verdaderamente constituyente– la ciudad occidental. Del mismo modo, la ley coránica no reconoce los derechos del hombre (de la persona) como derechos individuales universales e inviolables, otro fundamento, añado, de la civilización liberal. Y estas son las verdaderas dificultades del problema. El occidental no ve al islámico como infiel. Pero para el islámico el occidental lo es.
Sartori previene, asimismo, contra la tentación de conceder la ciudadanía, como vía de integración, a los migrantes enrocados en culturas anacrónicas que los demagogos populistas ven como caladeros de votos:
La experiencia dice, pues, que conceder la ciudadanía no equivale a integrar. No existe ningún automatismo entre ambas cosas, y el caso más probable para nosotros es que la concesión de ciudadanía dé fuerza y peso a agrupaciones de contraciudadanos. Un alcalde italiano del sur cuya elección está condicionada por el voto mafioso es casi inevitable, aunque finjamos no saberlo, que ceda y conceda ante la mafia. Será previsiblemente lo mismo respecto a las comunidades extracomunitarias, en especial si son islámicas, si se concede a sus miembros el derecho de voto. Ese voto servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e incluso (son problemas en ebullición en Francia) el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris.
Aclara Sartori en una nota al pie de página que "la poligamia es practicada actualmente en París por cerca de doscientas mil familias islámicas".
Horda asesina
Retornemos a la cruzada que libra Castells en busca de medios para congraciarnos con los jóvenes tentados por el yihadismo, aunque ello implique aceptar que se aíslen de los valores dominantes de nuestra sociedad. Uno de sus argumentos, compartido con otros apaciguadores empeñados en demostrar que los cristianos no son las víctimas predilectas de los islamistas se vuelve, como un bumerán, contra quien lo enuncia. Sostiene Castells, próximo a diagnosticarnos una paranoia colectiva::
Y hay que recordar que el peor terrorismo islámico ocurre en países islámicos. Ha habido cien veces más víctimas musulmanas que víctimas cristianas. Aun así, el pavor que suscita el terror indiscriminado está teniendo un efecto profundo en nuestro modo de vida. El miedo cotidiano corroe la convivencia. Y aunque los radicalizados sean una ínfima minoría, aumentan en cantidad y velocidad de su radicalización, a partir de la conexión creciente entre Oriente Medio y lo que sucede en Europa.
Por fin una verdad como la copa de un pino en medio de tanta retórica complaciente. "Ha habido cien veces más víctimas musulmanas que víctimas cristianas". Esta es la prueba de que nos ataca una horda asesina (y suicida) sedienta de sangre, tan feroz que se ensaña con sus propios correligionarios por un pleito sobre la dinastía de Mahoma: chiíes contra suníes, suníes contra chiíes, todos contra azeríes y sufíes. Estos últimos son unas víctimas musulmanas inocentes, martirizadas por practicar un pacifismo que las otras ramas del islam juzgan herético.
En el punto de mira
Si todo se redujera a un "que se maten entre ellos", como proponen algunos estrategas de pacotilla… Pero no es así. Quienes estamos en el punto de mira de todas estas sectas oscurantistas que quedaron ancladas en las supersticiones del siglo VII somos los infieles, o sea quienes nos guiamos por los valores y la cultura de la civilización occidental, y quienes, después de pasar por la cruenta experiencia de nuestras propias guerras de religión –Reforma y Contrarreforma–, entramos en la órbita de la Ilustración.
Y son estos valores y esta cultura los que debemos salvaguardar con uñas y dientes –y con las armas más sofisticadas– cuando los vándalos se conjuran para aniquilarlos.
El predicador Castells remata su sermón afirmando: "Hacer una alianza de líderes religiosos cristianos y musulmanes por la paz y la vida puede ser más eficaz que las bombas respecto de un movimiento de referencia religiosa, deslegitimando el terrorismo". Los modelos de esos líderes son, según Castells,
el papa Francisco y su equivalente suní, el rector de la mezquita Al Azhar de El Cairo, adonde fue Francisco hace unas semanas.
Fórmulas para derrotarlos
Jorge Soley desmonta este burdo tinglado, pieza por pieza, en "El Papa y el Gran Imán en Al Azhar" (LD, 25/5). El imán Al Tayib, de la pseudouniversidad Al Azhar, no es el equivalente del Papa porque los musulmanes no cuentan con esa jerarquía suprema, y lo que el pontífice peronista –empático con Nicolás Maduro, Raúl Castro, y Evo Morales– sacó en limpio de esa entrevista fue la enseñanza, impartida por el imán, de que "la única solución para el mundo pasa por abrazar el islam y someterse a Alá pasando por la sharia". Aprendida la lección, el humillado Francisco volvió a Roma para enviar un mensaje de solidaridad a la mafiosa argentina Milagro Sala.
No existen fórmulas para congraciarse con los terroristas. Sí las hay para derrotarlos, y el futuro de la civilización occidental depende de que sus fuerzas de seguridad y sus servicios de inteligencia las apliquen con rigor, sin dejarse distraer por los charlatanes derrotistas.