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Eduardo Goligorsky

Con el semáforo en rojo

Pedro Sánchez es tan malo, que por eso lo quieren preservar los enemigos jurados de España.

Pedro Sánchez es tan malo, que por eso lo quieren preservar los enemigos jurados de España.
Pedro Sánchez | EFE

Quiero creer que –para tranquilidad de los ciudadanos españoles leales a la Constitución– nuestros servicios de inteligencia vigilan lo que se cuece en las cavernas de la Antiespaña. Aunque, sin necesidad de recurrir al espionaje profesional, los lenguaraces de esa Antiespaña dejan entrever que se está tramando un golpe espectacular que obliga a poner el semáforo en rojo.

El títere más dócil

Pedro Sánchez es el hazmerreír del escenario político español. Sólo sus acólitos trepadores, como la patulea del PSC, lo halagan, con la esperanza de que algún día ocupe un cargo subalterno desde el que pueda arrojarles unas migajas. Pablo Iglesias le ofrece un amancebamiento contra natura porque lo ve como el títere más dócil del que podrá servirse en su carrera hacia el monopolio del poder. Al resto del espectro político y mediático sólo le inspira desprecio, como al ciudadano medio.

Atención. El semáforo vira al rojo. Súbitamente, Pedro Sánchez se convierte en la gran esperanza blanca de algunos panfletistas y formadores de opinión enrolados en el secesionismo y el radicalismo extremo. Todo hace pensar que estos nuevos apologistas de Sánchez ponen en práctica la estrategia diseñada en las cavernas. Siempre contra la España constitucional, claro está.

Pilar Rahola lo consagra como "El héroe" en un artículo encabezado con ese mismo título (LV, 22/9). En él le aconseja la táctica que debe seguir para destronar a Mariano Rajoy. Pero no conforme con esto, Rahola explica a sus cofrades, en otro artículo, cuál es el mejor truco para engatusar a quienes, como los socialistas, prometen vetar el referéndum, convirtiéndolos en aliados circunstanciales ("Herejía", LV, 23/9):

A riesgo de pronunciar una herejía, creo que no es políticamente maduro exigir el referéndum como condición, sine qua non, para pactar la abstención de una investidura. (…) Es decir, con la estelada en el corazón, en la mano, en el programa y donde quieran, ¿quién nos impide negociar con Sánchez unos acuerdos fructíferos a ambos lados?

(…)

Y, desde luego, con Sánchez en la Moncloa, el referéndum estará sobre la mesa como gran cuestión de Estado. Pero usarlo como un muro inquebrantable a costa de una abstención, en un momento de gran fragilidad, tiene dos lecturas y ninguna es buena: o es un bajo techo que demuestra un cierto infantilismo en las fuerzas soberanistas, o es una excusa de mal pagador para escaparse de la necesidad de hacer política, definitivamente instalados en la comodidad de la épica retórica.

La trampa sigue abierta

Rahola no predica en el desierto. Lola García, directora adjunta de La Vanguardia, relata "Las dudas del Govern sobre el referéndum" (25/9). Carles Puigdemont a favor de celebrarlo, Artur Mas en contra, Oriol Junqueras "tuvo una intervención discreta, no especialmente entusiasta del referéndum unilateral pero tampoco contraria". La trampa para cazar a Sánchez sigue abierta.

Lo remata el gurú Enric Juliana cuando promete el voto del partido mostrenco a Sánchez, "a cambio de una nueva dinámica política que no margine al PDC (provisional)" ("Catalunya es el factor que impide desbloquear la política española", LV, 11/9):

El PNV podría estar interesado en ese esquema. Y ERC se hallaría ante la difícil tesitura de bloquear en solitario una alternativa a Rajoy. Todos juntos sumarían 178 diputados. Mayoría absoluta.

Patrocinadores del pardillo

El sociólogo Manuel Castells, pontífice de la izquierda radical, otorga un certificado de pureza y da su bendición al candidato convertido en un "espantapájaros" por "los medios y las élites económicas para forzar a la rendición de quienes no quieren un gobierno de Mariano Rajoy" ("El valor de Pedro Sánchez", LV, 24/9). Y acusa:

Porque, en contra de las maledicencias de dentro y de fuera de su partido, lo que ha intentado hasta el límite es salvar el futuro del PSOE. Él sabe perfectamente que la ofensiva de los barones , apoyada por Felipe González y respaldada por Bruselas y Berlín, no es para que haya gobierno, sino para que no haya un gobierno apoyado por Podemos y Ciudadanos [sic] con respaldo indirecto de los partidos catalanistas. (…) Un político malo, Sánchez, por no aceptar la supeditación del Partido Socialista a la derecha. Y uno malísimo, Iglesias, porque se atreve a decir que España es plurinacional y mientras eso no se reconozca y se negocie, nada puede avanzar.

Si algo faltaba para saber lo que le reservan a España los patrocinadores de este pardillo capaz de superar la estulticia del bufón Rodríguez Zapatero, Rahola y Castell nos lo enseñan sin dejar nada librado a la imaginación: el totalitarismo de extrema izquierda en la región desguazada, el caos social en el resto y la exclusión segura de la Unión Europea.

Las etapas del chanchullo

Ignacio Varela desenmascara, con prosa cáustica y precisión magistral, las etapas del chanchullo urdido por los secesionistas y los chavipodemistas, con su apéndice colauita y "con Compromís en funciones de celestinaje", para colocar a su muñeco en la Moncloa ("El timo del referéndum catalán en la maniobra de Sánchez", El Confidencial, 24/9):

Lo que previsiblemente harán será presentar un acuerdo lo más escueto posible –no creo que pase de dos páginas–, justificando el voto favorable a Sánchez únicamente con dos objetivos: echar al PP del Gobierno y evitar la repetición de las elecciones. Nada sobre Cataluña, nada sobre el referéndum ni sobre la unidad de España.

El día después, todo el mundo recuperaría la memoria y la libertad y cada uno regresaría a su posición original: los independentistas a impulsar la secesión; los ‘podemistas’, a su derecho a decidir. Y los socialistas, ya instalados en La Moncloa, a su vaporoso federalismo (más o menos asimétrico según en qué lugar de España se formule).

¿Cómo se soluciona el sudoku? Por la vía del olvido momentáneo. Un ataque de amnesia colectiva durante unas horas –las necesarias para votar la investidura– durante las cuales la palabra ‘referéndum’ y la propia existencia del problema catalán se borrarían de la memoria para reaparecer al día siguiente.

Les recuerdo que lo que se está gestando no es un acuerdo de gobierno ni de legislatura, por lo que no se requiere un contenido programático específico. La coyunda empieza y acaba en el acto de la votación de investidura, sin que ello suponga compromisos ulteriores para nadie. Nos encontramos en el AVE, echamos un polvo y si te he visto no me acuerdo.

Estamos avisados. Por los protagonistas y por los observadores sagaces. Con el semáforo en rojo. Si el entorno de Sánchez opta por la complicidad y no defenestra al advenedizo que está destruyendo su partido y poniendo en peligro la unidad y los valores de España, será porque como advierte el mismo Ignacio Varela: "En pleno siglo XXI aún sigue funcionando el timo de la estampita".

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