La Vanguardia del 28 de septiembre acumuló los méritos suficientes para ocupar un lugar destacado en la historia del periodismo venal y falaz con su titular de escándalo en la primera plana: "El sí se impone". Más abajo, la noticia verídica: "El independentismo se queda en el 47,8 % de los votos". En la página 2, con la firma del director, Marius Carol, otra mentira descarada: “La clara victoria del soberanismo en las urnas”. Y para rematar: “Casi la mitad de los catalanes han votado por fuerzas soberanistas”. La mitad de los 5.500.000 catalanes inscriptos en el censo serían 2.775.000 y a los secesionistas los votaron 1.930.000, o sea el 35 % del censo. El mismo porcentaje que acompaña todas las etapas del proceso desde que se celebró el raquítico referéndum del Estatut. La apropiación abusiva de la categoría “los catalanes” desenmascara la mala fe de quien la emplea. Los restantes, hasta completar los 5.500.000 del censo, ¿son invisibles?
Los que sí son de invisibles para el código electoral fraudulento son los ciudadanos del litoral ilustrado de Cataluña, cuyos votos valen la mitad que los de los ciudadanos del interior retrógrado. Sólo así se explica que los dos bloques del sí sumados, y únicamente sumados, tengan mayoría de escaños con una minoría de votos. ¡Un ciudadano, un voto, ya! Sin olvidar que esa mayoría de escaños está muy lejos de los dos tercios, o sea 90, indispensables para amagar con una declaración de independencia.
Burda fabulación
Nada nuevo. Tan burda es la fabulación que un observador inteligente pudo detectar sus pifias cuando aún se estaba gestando. Avisó con antelación Lluís Foix ("El día después", LV, 2/9):
Ya sabemos que Tarradellas decía que se podía hacer todo menos el ridículo. A mí me preocupa que al final de todo, el día inmediatamente después, nos encontremos en lo que coloquialmente podríamos definir como un gran buñuelo.(…) El futuro es rico en posibilidades. Si Mas no tiene apoyos suficientes para presidir la Generalitat, vendrá otro. El poder no admite el vacío. ¿Alguien habría apostado hace un año que Ada Colau sería la alcaldesa de Barcelona?
La sola insinuación de que alguien con el talante de la alcaldéspota podría ocupar este vacío de poder pone los pelos de punta. Vaticinio de un futuro tenebroso para la Cataluña acéfala.
El ridículo del que abominó Tarradellas se ha convertido en azote de la escena política catalana. La prueba de que los popes del secesionismo han perdido el contacto con la realidad lo encontramos en el hecho de que es la CUP, la fracción más radical y alucinada de ese conglomerado, la que -sin abdicar de sus delirantes apelaciones a la desobediencia civil- intenta inyectar una dosis de cordura a sus desquiciados cofrades, explicándoles lo obvio: que el 47,8 por ciento de los votos no autoriza a aplicar la hoja de ruta para la declaración unilateral de independencia y que no es posible apoyar la investidura de Artur Mas, un indeseable "salpicado por casos de corrupción".
El indeseable reaccionó con la cara dura que ya es su marca de fábrica (LV, 29/9):
Fue el propio Artur Mas quien en este terreno se expresó en términos más severos y lanzó una advertencia a la CUP para que no tenga la tentación de hacer descarrilar el proceso soberanista. "El gran tema era el plebiscito y el plebiscito se ha ganado para el sí, de manera que lo que tenemos que saber ahora es si los 72 diputados están dispuestos a sacar adelante la hoja de ruta para construir un Estado independiente, y el resto son cosas añadidas".
Las "cosas añadidas" son, por supuesto, la corrupción y los recortes en los servicios sociales. En cuanto a la insistencia en que "el plebiscito se ha ganado para el sí", el indeseable debería leer el artículo de fe que escribió el filósofo enrolado en su fraternidad, Xavier Antich, el viernes 25, para publicar después de los comicios, cuyo resultado, lógicamente, aún desconocía ("Punto y aparte", LV, 28/9):
Sin embargo, tanto para los que están a favor de la independencia como para los que están en contra, estas elecciones medían el apoyo popular a una opción u otra, y, por tanto, el resultado ofrecerá un balance difícil de manipular de la mayoría surgida de las urnas.
Manipulación congénita
La manipulación es, empero, congénita en el secesionismo. Ya en una entrevista previa a las elecciones (LV, 6/9), la misma en que perjuró "Si no hay mayoría soberanista este proceso se habrá acabado", Artur Mas desveló su estrategia tramposa para asaltar el poder tras la derrota.
Pregunta: Pero se podría obtener una mayoría absoluta con 43 %-44 % de votos a favor. ¿Cómo se hace una Constitución con menos de la mitad del país al lado?
Respuesta: Es posible que algunos partidos a los que se contaba en el bando del no se añadan a la discusión. Por lo que oigo cuento con ello. El problema sería no llegar a la mayoría de diputados del sí. Entonces este proceso se habrá acabado.
Artur Mas deposita su confianza en la versatilidad de los diputados cupaires y podemitas, que se han comprometido, ante sus votantes, a lapidarlo. Mas conoce el paño, y sabe que no existen garantías de que cumplan este compromiso. Uno de ellos, Julià de Jòdar, ya esgrime pretextos para claudicar. Y Antonio Baños anuncia negociaciones "en un hermetismo total" (LV, 1/10). Aunque también es cierto que, si realmente se deshacen del indeseable, puede esperarse de ellos lo peor en la Cataluña acéfala dada su matriz totalitaria y, en el caso de los cupaires, su fobia antiespañola y antieuropea y su irredentismo amenazante. Grecia y Venezuela son la Ítaca de ambos movimientos insurgentes. En ausencia del indeseable, Raül Romeva u Oriol Junqueras marcarían el rumbo en ese viaje.
Picotazos de los buitres
El gurú Enric Juliana no le augura nada bueno al indeseable tras hacer un recorrido minucioso por la historia de las relaciones antagónicas entre la burguesía catalana y las masas díscolas ("Avisos y señales en Madrid", LV, 29/9):
Los liberales de Convergència, atrapados por un partido anticapitalista, ante la alarma de los grupos dirigentes barceloneses. (…) Un destino irremediable: cada vez que las clases dirigentes catalanas recurren a la movilización popular para modificar la relación de fuerzas entre Barcelona y el poder central español, estalla la revuelta o crece la radicalidad social y política.
Juliana empieza por recordar los enfrentamientos del general catalán Juan Prim, en 1843, con la revuelta de la Jumancia, rebelión popular barcelonesa que exigía una política más progresista a los liberales, y después de 1868 con los republicanos a los que pedía menos prisas. Continúa con la enumeración de sucesivos conflictos, incluida la Semana Trágica de 1909, hasta llegar al día en que Josep Puig y Cadafalch, dirigente de la Lliga y presidente de la Mancomunitat, acompañó a la estación de Francia al general Primo de Rivera para que pusiese orden en España y Barcelona. La crónica culmina en 1936, cuando la Generalitat se vio desbordada por los comités revolucionarios y por la CNT-FAI y el POUM, hasta que llegó el PSUC y mandó parar a sangre y fuego. Añade Juliana con sorna mal disimulada:
¡Artur Mas en manos de la CUP! Esta es una imagen fascinante para los dirigentes del PP que conocen bien la historia política de Catalunya.
Es posible que si la CUP traiciona a sus votantes y pacta con Junts pel Sí, del amancebamiento nazca el mismo o un nuevo candidato a ocupar la presidencia de la Generalitat. Pero en todo caso el pacto será efímero y, desde el punto de vista práctico, Cataluña seguirá acéfala y sometida a los picotazos de los buitres que se disputarán sus despojos. Cabe esperar que esa casi mitad de la sociedad catalana que se dejó encandilar por los buitres salga de su ensimismamiento al verlos actuar y, reencontrada con la otra mitad, más numerosa, ayude a espantar a las aves carroñeras y a reparar los vínculos que nunca se deberían haber deteriorado.