En una de sus frecuentes visitas a su franquicia argentina, el sátrapa Hugo Chávez vio que detrás de la Casa Rosada (Casa de Gobierno) se levantaba el monumento a Cristóbal Colón, y le preguntó a la presidenta cleptócrata, Cristina Fernández de Kirchner: "¿Qué hace ahí ese genocida?". El monumento había sido donado en 1910 por la colectividad italiana para celebrar el primer centenario de la emancipación del país, y fue inaugurado en 1921, en un acto al que asistió el presidente Hipólito Yrigoyen.
En marzo del 2013, en medio de las protestas del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, de la colectividad italiana y de organizaciones sociales, la autócrata ordenó derribarlo y trasladarlo a la ciudad turística de Mar del Plata. El derribo se completó el 24 de junio del mismo año, en cinco minutos, con los consiguientes daños estructurales, y Colón todavía espera que lo instalen en la costa del Río de la Plata, como se acordó tardíamente con el Gobierno porteño. Donde se erguía Colón ahora se levanta el monumento a Juana Azurduy, combatiente de la Guerra de la Independencia. Lo donó el presidente cocalero de Bolivia, Evo Morales, con un aporte de un millón de dólares.
Orden tribal
El odio a todo lo que se pueda asociar con un proceso civilizador o de heterodoxia cultural o religiosa une a los bárbaros del mundo a través del tiempo y el espacio, ya sea para destruir la biblioteca de Alejandría, los Budas de Bamiyán, las ruinas monumentales de Palmira o las estatuas de Colón.
La historia de la denigración del descubrimiento y de la colonización de América, y de la idealización del buen salvaje que la habitaba, es larga, pero llegó a su clímax cuando se festejó el Quinto Centenario, en 1992. Para demostrar que los nostálgicos del orden tribal no olvidan sus estereotipos torticeros, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, tuiteó hace un año, con retórica chavista: "Vergüenza de Estado aquel que celebra un genocidio", con el hashtag #ResistenciaIndigena. Y su compadre podemita de Cádiz, José María González Kichi, regurgitó: "Nunca descubrimos América, masacramos y sometimos un continente y sus culturas en nombre de Dios".
Desmitificar el edén precolombino
Explotando la ignorancia del público, los demagogos tergiversan la historia en beneficio de sus intereses mezquinos, que giran únicamente en torno de la conquista –esta sí es conquista– del poder. Ninguno de estos truchimanes podría medrar en una sociedad donde la mayoría de los ciudadanos atesorara información como la que sigue, fácil de obtener leyendo, por ejemplo, El asedio a la modernidad (Ariel, 1992), de Juan José Sebreli, que ayuda a desmitificar, con rigor académico, el edén precolombino. Veamos:
Tampoco debe olvidarse que tanto los aztecas como los incas eran pueblos invasores que oprimían a otros pueblos vencidos, y esta constituye la gran contradicción de los indigenistas y tercermundistas que hacen del antiimperialismo su principal lucha, olvidando que los pueblos precolombinos eran tan imperialistas como los europeos. Los aztecas habían venido del norte y masacraban a los pueblos que vencían en la guerra. (…) A la llegada de los españoles, para muchos indígenas mexicanos sus imperialistas eran los aztecas y Hernán Cortés fue visto en un primer momento como un libertador, y para los propios aztecas era el retorno del vengador Quetzalcoatl. A los escasos españoles les habría resultado más difícil la conquista de México de no haber contado con la ayuda de miles de indios tlaxcaltecas que se sumaron al ejército invasor animados por el deseo de venganza contra los aztecas.
(…)
Los incas también habían invadido las tierras que ocupaban. Desde la pequeña ciudad insalubre de Cuzco, a la que estaban relegados al comienzo, fueron dominando a sus vecinos por la violencia, los aimará entre ellos, imponiéndoles su lengua, su religión, su cultura. (…) Del mismo modo que Cortés, Pizarro obtuvo el apoyo de tribus rivales para derrotar a los incas, y contó con la ayuda de Huáscar para derrotar a Atahualpa.
Otro desmitificador impenitente, Jean-François Revel, ajustó cuentas con los fabuladores indigenistas en su artículo "¡Abajo Moctezuma!" (LV, 28/5/1992):
En cuanto al descenso demográfico indio después de la conquista, su causa hay que buscarla menos en la espada de los conquistadores y más en las enfermedades contagiosas, la viruela y el sarampión, transmitidas por estos a poblaciones carentes de defensas inmunitarias. (…) La mentira demográfica, además, ha engordado las cifras. La América precolombina era casi un desierto: sus dos principales polos de población, México y Perú, no contaban cada uno con más de tres o cuatro millones de habitantes y el resto de las Américas más o menos otro tanto (léase La population du monde. De l´ántiquité à 2050, Bordas, 1991).
Cagarrutas ideológicas
El bagaje cultural de los energúmenos de la CUP se reduce a los tuits fóbicos de Colau y Kichi y a las cagarrutas ideológicas del sátrapa difunto, la cleptócrata descamisada y el mandamás cocalero. Preguntad a esos palurdos qué pensaban sus profetas Bakunin o Kropotkin y os mirarán con cara de pasmo. Y con su estolidez a cuestas se suman a la internacional bárbara y exigen el derribo del monumento a Colón que se levanta en la Rambla de Barcelona y su sustitución por otro de homenaje a los aborígenes colonizados ("Barcelona rechaza retirar el monumento a Colón", LV, 28/9).
El primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, negó que esta fuera una de las actuaciones previstas por el actual Gobierno, aunque añadió que "es legítimo plantear el debate sobre el significado del 12 de Octubre", seguramente para estigmatizarlo como lo hizo el tuit chavista de su camarada Colau. El edil de ERC se conformó con proponer la revisión de algunos elementos de la parte baja, "como la imagen de un indígena frente a un capellán". En realidad, el indígena besa una cruz, arrodillado ante el catalán fray Bernat de Boïl, primer vicario apostólico en el Nuevo Mundo. Tal vez habría que sustituirla por la de un sacerdote azteca que, como informan los historiadores más documentados, arranca el corazón y las vísceras de un prisionero en homenaje al dios Sol. Eran ceremonias rituales masivas que, por su ferocidad, habrían puesto la piel de gallina incluso a los sádicos verdugos nazis y comunistas.
Las reacciones adversas de los ediles de los otros partidos secesionistas fueron tibias, más por temor al papelón cósmico que por una cuestión de principios. Los constitucionalistas fueron explícitos. Carina Mejías, de Ciudadanos, solemne: "Demoler uno de los monumentos emblemáticos de Barcelona es una idea absurda. La CUP pone en peligro el prestigio de la ciudad elevando la apuesta en un juego ridículo iniciado por la alcaldesa con su política de gestos". Y Alberto Fernández, del PP, cáustico: "A la CUP sólo le falta pedir la reconversión de la estatua de Colón en la del dictador norcoreano Kim Jong Un señalando con el dedo la Ítaca independentista. Lo próximo que pedirán, apelando a la laicidad, será derribar la Sagrada Familia". Que es "una mona de Pascua", según el provocador consejero de Arquitectura del Ayuntamiento (LV, 30/9).
El esperpento llegó al tope cuando la facción secesionista que inventó la identidad catalana del navegante Colón salió a defenderlo por sus raíces ficticias, presentándolo como un humanista casi digno de competir con Erasmo de Rotterdam.
Muchas charlotadas
La iniciativa de la CUP no pasaría de ser otra de las muchas charlotadas a las que nos tienen acostumbrados los patrocinadores de las copas menstruales si este partido no fuera una de las vigas maestras sobre las que descansa la edificación ilegal de la quimérica república catalana. Ceder a sus chantajes es la condición sine qua non para que el proceso secesionista continúe su marcha hacia el espacio sideral, fuera de España y de Europa. Jordi Amat, siempre empeñado en la difícil tarea de inyectar una pizca de racionalidad al aquelarre nacionalista, escribe, refiriéndose a las conclusiones de la Comissió d’Estudi del Procés Constituent ("Onanismo en la comisión", LV, 21/8):
El punto en cuestión es el noveno, copia del séptimo de las conclusiones de la CUP y lo podría firmar un discípulo de Robespierre. El punto, totalitario, define las atribuciones de la Asamblea Constituyente que tutelará el proceso de elaboración de la Constitución. Sus decisiones, se lee, no podrán ser impugnadas por poder alguno y serán de cumplimiento obligatorio para personas físicas, jurídicas y poderes públicos. La separación de poderes queda liquidada y, si es así, ¿quién podrá impedir que el proceso constitucional impusiese una purga trabucaire?
¿Quién podrá impedirlo? Sobre todo recordando lo que Amat denuncia:
El aspecto que me parece más bestia: la influencia determinante, ahora y aquí, de una fuerza antisistema en esta legislatura crítica. Tumbaron el candidato a presidente, bloquearon la aprobación de los presupuestos, impiden la acción legislativa. Pero, a pesar de su actividad desestabilizadora, se les quiere seducir.
La sociedad catalana, culta y creativa, sabrá frenar a los bárbaros sin fronteras, salvando los valores de nuestra civilización, encarnados, también, en la figura de Colón y en su odisea.