La Quinta Columna estuvo formada, en sus orígenes, por los civiles que colaboraban solapadamente, en territorio de la República Española, con el avance de las cuatro columnas del Ejército franquista. Hubo muchos casos en que la falsa acusación de pertenecer a ella sirvió como pretexto para asesinar a enemigos personales o políticos. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, se acuñó el término para designar a quienes, en la retaguardia de los aliados, saboteaban las defensas erigidas contra el invasor nazi. Y el mote perduró para retratar a los grupos que pactan con los enemigos exteriores de sus respectivos países, ya sea por afinidades ideológicas o por prosaicos intereses económicos.
Un bocado suculento
En España se produce ahora un fenómeno perverso: por si fuera poco tener en su interior una Quinta Columna empeñada en fragmentar el país y dinamitar las instituciones, los tránsfugas que la componen se dividen en ramificaciones que ofrecen sus servicios a distintos especuladores de la escena mundial. O sea que hay tantas franquicias de la Quinta Columna como clientes potenciales con quienes se puede negociar.
Los quintacolumnistas han sacado a subasta un bocado suculento para potencias en expansión: cuatro provincias artificialmente desgajadas del Reino de España, sobre las que ejercen un control ilícito. Pero en el mundo real estas cuatro provincias, que componen Cataluña, siguen formando parte del Reino de España y, por lo tanto, de la Unión Europea, cuyos organismos y autoridades no reconocen secesiones practicadas por quintacolumnistas.
Los traidores encontraron herméticamente cerradas las puertas de los Gobiernos leales a su aliado español cuando intentaron colarse por ellas. Solo participa en su campaña de intoxicación la escoria política de algunos países, como los cuarenta y un senadores franceses enganchados al carro del bloque comunista. O la ultraderecha flamenca que ya operó como Quinta Columna de los nazis en los años 1940. Pero estas son sanguijuelas de ciénaga. El peligro reside en los tiburones de alta mar.
El macho alfa
El macho alfa del cardumen con denominación de origen trumpista se llama Steve Bannon. Los medios lo presentan, con su consentimiento, como el líder de un movimiento de extrema derecha, donde confluyen Matteo Salvini, Viktor Orbán, Marine Le Pen, Nigel Farage, Santiago Abascal y un puñado de antieuropeístas. Carles Puigdemont, Quim Torra. Oriol Junqueras y los restantes cabecillas, encausados o libres, del supremacismo catalán visceralmente xenófobo y etnocéntrico, encajan como anillo al dedo en el espectro de la extrema derecha pura y dura congregada alrededor de Bannon.
Bannon define a su movimiento como "populista, nacionalista y tradicionalista" (entrevista de El País, 25/3). Tres calificativos que podemos aplicar sin miedo de equivocarnos a los nostálgicos secesionistas anclados en la identidad medieval con tropezones carlistas y aromas de Montserrat. Y antieuropeístas, por su delirio de levantar fronteras y aduanas exteriores e interiores tras el aberrante Catexit, burda caricatura del caótico Brexit. Carles Puigdemont parece ser el muñeco del ventrílocuo Bannon cuando regurgita en Komsomolskaia Pravda, del tinglado de Vladimir Putin (El Periódico, 22/1):
La actitud de la UE ante la situación en Cataluña es una vergüenza y la completa destrucción de la autoridad moral de la UE.
A lo que añade, en plan Donald Trump, la necesidad de "repensar la OTAN".
Emisarios pedigüeños
Bannon tampoco exige a sus cofrades que certifiquen ante notario su adhesión a la extrema derecha. Le basta con que ejecuten sus planes disruptivos. Por eso explica en la citada entrevista que le aconsejó a su acólito Salvini que pactara con los antisistema del Movimiento Cinco Estrellas y no con Silvio Berlusconi. Y cuando el periodista le pide su opinión sobre la izquierdista radical Alexandria Ocasio-Cortez, flamante estrella de la Quinta Columna que está atomizando el Partido Demócrata de Estados Unidos con el socialista Bernie Sanders a la cabeza, Bannon responde: "¡Me encanta!". Seguramente opinaría lo mismo de Gabriel Rufián.
Mientras el casquivano Puigdemont coquetea obscenamente con el siempre voraz Leviatán ruso, prometiendo "relaciones cercanas y amistosas" con Moscú, sus emisarios pedigüeños miran codiciosamente el cuerno de la abundancia chino. Los quintacolumnistas no conocen lealtades ni preferencias. La Guardia Civil requisó durante la operación Anubis un soporte informático de Josep Lluís Salvadó, ex secretario de Hacienda y mano derecha de Oriol Junqueras, donde se relataban las gestiones hechas en el 2016 por Pere Aragonès, entonces secretario de Economía y hoy vicepresidente de la Generalitat, para obtener un crédito de 11.000 millones de euros de la República Popular China. No lo consiguió por la insolvencia notoria del enclave rebelde (El Confidencial, 27/10/2018).
Igualmente, los chinos tienen puesta la mirada en el corredor mediterráneo, y sus empresas Cosco y Hutchison "no van a renunciar a sus importantes posiciones logísticas en los puertos de Barcelona y Valencia" (Enric Juliana, "China, Italia y el eje mediterráneo", LV, 26/3). Los mercachifles de la Quinta Columna siguen a la expectativa, cavilando cuándo y a quién vender la nonata repúblika catalana.
Los astutos y los brutos
La Quinta Columna ya no es clandestina, como en otros tiempos. Por el contrario, actúa a cara descubierta, exhibe sin pudor sus objetivos disolventes, recita a voz en cuello sus discursos de odio y se da el lujo de reclutar adeptos monopolizando la enseñanza pública y los medios de comunicación de la Generalitat. Lo estrambótico es que gracias al hecho de que España es uno de los países que disfrutan de un sistema de libertades que roza el libertinaje, los quintacolumnistas tienen acceso a todas las instituciones, incluido el Congreso. Los enemigos declarados de las leyes intervienen así en la confección de estas, viciando su contenido. Expertos en el manejo del chantaje, suman mayorías parlamentarias con la complicidad de políticos inescrupulosos, con el único propósito de socavar la democracia.
Los quintacolumnistas concurren a las elecciones del 28-A con el fin explícito de colapsar el Estado. Lo pone negro sobre blanco el estratega Francesc-Marc Álvaro, partidario de la labor de zapa del quintacolumnismo sutil, e irritado ahora por la estulticia de sus correligionarios maximalistas ("Colapsar Madrid o colapsarse", LV, 7/3):
Frente al PDECat heredero del realismo convergente están los legitimistas unilateralistas que insisten en repetir –lo antes posible– el choque con el Estado: los primeros ven la reconstrucción y ampliación del soberanismo vinculadas a tener un papel eficaz en Madrid, mientras que los segundos especulan con un momentum heroico que incluya muchos focos de presión. La diferencia sustancial es que unos conocen cómo funciona la maquinaria del Estado y los otros no tienen ni idea. Un factor que ya fue determinante en la toma de decisiones al máximo nivel durante el otoño del 2017.
Lo corrobora Lola García, directora adjunta del diario ("Bloquear como política", LV, 10/3):
Para quienes siguen a Puigdemont, el programa de las generales es bloquear la política española si el independentismo logra la llave de la gobernabilidad.
En síntesis, tanto los quintacolumnistas astutos como los brutos se presentan a las elecciones con el objetivo de convertir el Congreso en la plataforma de lanzamiento de misiles contra la unidad de España y contra la convivencia de sus ciudadanos. El papel de los unos y los otros es igualmente destructivo aunque difieran en los métodos y los plazos, y por lo tanto ambos son intrusos metidos contra natura en el ágora de la democracia. Para evitar que los bárbaros irrumpan en el templo de las leyes, subvirtiendo sus funciones, el Estado de Derecho, apuntalado por una sólida mayoría parlamentaria constitucionalista, deberá implementar una barrera profiláctica que les cierre el paso y los deje naufragar en las tinieblas de su caverna tribal, intercambiando sus ya habituales acusaciones barriobajeras de cobardía y traición.
PS: El papa Francisco mintió a sabiendas en la entrevista con Jordi Évole al afirmar, como lo hacen los apologistas de la subversión, que en Argentina hubo 30.000 desaparecidos durante la dictadura militar. Según todas las investigaciones rigurosas, la cifra de muertos se mueve en torno a los 8.900, incluyendo caídos en combate, por ingestión suicida de cápsulas de cianuro o por explosión de artefactos que llevaban encima. Nunca imaginé que la Quinta Columna montonera lograría entronizarse en la Santa Sede, desde donde no cesa de movilizar a sus incondicionales contra el Gobierno constitucional de Mauricio Macri. Aprovecho para recordar que los guerrilleros y terroristas dejaron un tendal de 1.094 víctimas mortales –civiles y uniformados, hombres y mujeres, adultos y niños–, que el demagogo Jorge Mario Bergoglio sepulta en el olvido.