Lo dijo sin rodeos la diputada de Esquerra Republicana de Catalunya Montse Bassa en el debate de investidura de Pedro Sánchez (LV, 7/1): "Me importa un comino la gobernabilidad de España". A continuación, calificó de "verdugo" al PSOE, partido que lo presentaba como candidato, y después de cubrirlo de improperios… votó a favor de su investidura. ¿Contradictorio? En absoluto. Este no es más que otro episodio de un vodevil político cuyos protagonistas actúan exclusivamente en beneficio de sus intereses sectarios, aunque estos entren en colisión con los del país que nominalmente representan. Son apátridas empedernidos. Indiferentes, e incluso hostiles, a la suerte de los conciudadanos que los han elegido.
Opinión contundente
Algún observador argumentará que es lógico que la diputada de un partido que se define públicamente como independentista y que está empeñado en amputarle al Reino de España una porción de su territorio para fundar allí una nueva república reniegue de la gobernabilidad del país donde nació, como consta en su único DNI válido. Pero este argumento no se tiene en pie. En primer lugar, por una razón elemental de ética, esta señora y sus correligionarios deberían abstenerse de intervenir en los debates sobre la gobernabilidad del país contra el que se han alzado. En segundo lugar, si carecen de este principio ético, es el Gobierno del país del que abjuran el que debería vetar su intromisión en estos debates. Y en tercer lugar, aunque parezca extraño, a estos sediciosos también les importa un comino la gobernabilidad de Cataluña. Insisto, son apátridas.
Para explicar este juicio aparentemente aventurado no encuentro nada mejor que citar la opinión del gurú Enric Juliana, que, confieso, me impactó por su contundencia (LV, 19/5):
Si mañana se produjese un holocausto nuclear –crucemos los dedos–, una de las pocas formas de vida supervivientes sería la pugna entre convergentes y republicanos por el control de la Generalitat de Catalunya.
Desleales a su tribu
Esta verdad, proferida por Juliana, veterano maquillador de trampantojos nacionalistas al que se le ha agotado su provisión de afeites, no admite réplica. Los dos clanes de la oligarquía autóctona libran una batalla sin cuartel por los despojos de la hacienda que han usurpado. Lo que reivindican los gerifaltes en sustitución del sentimiento patriótico del que los priva su fariseísmo es el complejo de superioridad étnica, del que se valen para movilizar a sus huestes aborregadas envueltas en banderas cuatribarradas o esteladas, entonando himnos plagados de hoces. Dicho en román paladino, son racistas, no patriotas.
El mismo Juliana evoca el desprecio que merecen estos apátridas, desleales tanto a su familia española como a su ficticia tribu catalana, de cuyo bienestar futuro se desentienden, cuando escribe ("Empresarios", LV, 24/5):
Los actuales gobernantes catalanes siguen diciendo que se van [de España], sabiendo que no se van a ir, puesto que la fragmentación de los países europeos está absolutamente excluida del pacto franco-alemán para la reconstrucción. (Quienes en los próximos años quieran romper con un Estado nacional europeo deberán ir a buscar apoyos a Moscú o a Estambul, si es que se los dan).
Memorial de agravios
Existen, empero, dentro de Cataluña, en las antípodas de los apátridas, corrientes de pensamiento que están atentas a las trapacerías de estos engañabobos y asumen la defensa del bienestar colectivo sin practicar discriminaciones entre los de acá y los de allá. Son catalanistas en el marco de la solidaridad española. Un ejemplo que merece ser destacado por su impecable racionalidad y por llevar la firma de patriotes de debò, patriotas de verdad, es el artículo "¿España nos mata?", del colectivo Treva i Pau (LV, 22/5), que demuele, una a una, las difamaciones de los cainitas. Es un auténtico memorial de los agravios perpetrados por los racistas sin patria contra sus comprovincianos indefensos.
Desenmascara, de entrada, a la consejera de Presidencia, que afirmó que en una Cataluña independiente probablemente "no habría habido tantos muertos, ni tantos infectados", porque se habrían tomado medidas quince días antes. Le responde:
Veamos la verosimilitud: la concentración en Perpiñán, probablemente un potente vehículo de contagios, fue el 29 de febrero, vulnerando el propio plan contra pandemias de la Generalitat, el Proficat, que debió aplicarse el 22 de febrero.
Todo para rendir pleitesía a los prófugos Puigdemont y Comin en la codiciada Catalunya Nord, aunque el artículo no lo aclare para no hurgar en la llaga de los delirios irredentistas que embriagan a los apátridas.
Inventario de gangrenas
¿Acaso el Govern fue más previsor que el Gobierno de España?, se pregunta el colectivo. Y responde:
No es el caso. Ni teníamos stocks estratégicos de mascarillas y aparatos respiratorios, ni los adquirimos diligentemente. Las primeras tentativas de compra son posteriores al 14 de marzo, compitiendo penosamente con todos los demás.
El memorial de agravios es implacable cuando hace el inventario de las gangrenas que los mercaderes apátridas dejaron en la sociedad que estaban –y están– colonizando.
En los últimos diez años de governs nacionalistas/independentistas, ¿en qué hemos sido excelentes?
Desgraciadamente, no en salud, ámbito en el que ostentamos el triste privilegio de haber sido quienes primero recortamos de toda España.
(…)
Igualmente, estamos peor que la media en inversión en educación, con mayor fracaso escolar y universidades más caras.
En el ámbito de los servicios sociales (…) la protección a la familia se sitúa por debajo de la media española, y la pobreza infantil, por encima.
Capítulo aparte merecen nuestros centros de mayores, dramáticos protagonistas involuntarios durante la crisis. A pesar de la plenitud de competencias nuestra gestión ha sido manifiestamente mejorable como la de la Comunidad de Madrid, aunque aquí hemos añadido las sorprendentes instrucciones respecto al triaje.
Patriotismo ilustrado
Solo quien está al borde de la enajenación mental puede atribuir a los culpables de tamaño descalabro una motivación patriótica. Esto queda igualmente claro en el texto que redactó el remanente sano de la burguesía catalana:
Tampoco hemos avanzado en cohesión social, al contrario: el sueño de "un sol poble" se ha desvanecido, el Onze de Setembre ha dejado de ser universal, la senyera ha sido parcialmente reemplazada… al tiempo que han crecido el sectarismo y la división, la exclusión y el rechazo.
El patriotismo ilustrado es sinónimo de cohesión social dentro de una comunidad organizada en un clima de libertad, igualdad, solidaridad y garantías para el bienestar de los ciudadanos. Todo lo contrario de lo que figura en los planes de la minoría sediciosa, asocial, racista y apátrida, alimentada por el odio congénito. Odio de la tribu del curialesco Junqueras que combate contra la de los embrutecidos Torra y Puigdemont sobre los escombros de la polarizada Cataluña, y odio de las dos conchabadas contra la supervivencia de nuestra España civilizada.
Cuidado con los rebrotes de la peste de barbarie atávica.