En un nuevo episodio del golpe de Estado permanente con que está destrozando el país que jamás debió gobernar, el infame sucesor del infausto Hugo Chávez, Nicolás Maduro, ha decretado el estado de excepción en Venezuela y dictado la toma de empresas paralizadas por causa de la tremenda crisis de desabastecimiento desencadenada por la demencial política económica del régimen chavista, así como el encarcelamiento de sus propietarios, a quienes ha acusado de saboteadores.
El único saboteador que padece Venezuela es este sujeto repugnante, encarnación de la barbarie totalitaria en una versión insoportablemente grotesca. Él y su siniestro régimen liberticida y criminal, que pasará a la historia americana de la infamia por la ominosa manera en que está destruyendo hasta los cimientos uno de los países más importantes de la región.
Lo que está haciendo el chavismo con la patria de Bolívar no tiene nombre; es un decir, porque la pavorosa realidad es que por supuesto que lo tiene: socialismo del siglo XXI, ese engendro descalificable que durante tanto tiempo ha contado con el respaldo de tantos revolucionarios por cuenta ajena que, sin vergüenza, a su vez se postulan como los regeneradores de la política en sus propios países. Podemos ser presa de esta gente impresentable: mucho cuidado; el precio puede ser pavorosamente oneroso.
Venezuela es hoy un país arrasado, con unos niveles escalofriantes de violencia y miseria, en manos de unos sujetos que se han dedicado a robar a manos llenas, reprimir toda disidencia a sangre y fuego y dinamitar las instituciones. Hoy, Venezuela es una suerte de Estado fallido y canalla al borde del colapso total, cuya inestabilidad puede tener muy graves consecuencias para toda la región y más allá, habida cuenta del poderoso influjo que ha ejercido Caracas un numerosas capitales en los últimos lustros.
España, Estados Unidos y las democracias iberoamericanas deben presionar sin descanso a un régimen radicalmente ilegítimo que libra una guerra sin cuartel contra su propio pueblo y que además es extremadamente tóxico en la arena internacional. Se han de acabar las contemplaciones y los paños calientes, la fingida indiferencia, el mirar para otro lado, las criminosas complicidades: ha llegado la hora de poner a Maduro y su banda ante sus tremendas responsabilidades.