La muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba, días después de sufrir un grave derrame cerebral, ha concitado un clamor de obituarios y declaraciones en los que todos los partidos y medios de comunicación han glosado su figura como si nos hubiera dejado el último gran estadista del siglo XX.
La izquierda considera a Rubalcaba, con absoluta justicia, como un gran servidor del PSOE y el responsable de los hitos recientes del socialismo. Una trayectoria que los populares parecen celebrar también, a tenor de gestos como el del expresidente Mariano Rajoy, que ha despedido al político socialista con un artículo que no ofrece dudas sobre su sincera admiración hacia el finado.
"Ha sido una de las personalidades más importantes de la reciente historia de España y como tal merece ser honrado y reconocido. Fue un hombre de Estado y un adversario digno de respeto y admiración".
La pérdida de una vida humana es siempre un suceso trágico, pero esta corriente natural de afecto no puede llegar hasta el extremo de falsificar la trayectoria política de un dirigente involucrado en los episodios más negros de la reciente historia de España.
Rubalcaba fue el portavoz de los últimos gobiernos de Felipe González, cuando el crimen de Estado y los apabullantes casos de corrupción que afectaban a los socialistas como el de Filesa acorralaban al PSOE y amenazaban con enviar a sus dirigentes a la cárcel y al partido a la oposición. Antes de eso, Rubalcaba había sido uno de los principales muñidores de la Logse, la malhadada reforma educativa que los socialistas impusieron a mediados de los años ochenta del siglo pasado, con la que depauperaron la educación pública en España hasta extremos nunca antes conocidos.
La vuelta del PSOE al poder en 2004 llevó también la firma indeleble del desaparecido dirigente socialista. Suya fue la estrategia de politizar los terribles atentados del 11-M, que culminaron con el cerco violento de las sedes del PP en toda España durante la jornada de reflexión y propiciaron una victoria electoral en la que tres días antes nadie confiaba.
Su papel protagonista en el Caso Faisán, el chivatazo policial que impidió la desarticulación de la cúpula de la banda terrorista ETA, fue su particular contribución a la estrategia de rendición que llevaría a cabo Zapatero durante su segunda legislatura, con Pérez Rubalcaba a los mandos de la operación.
Pocos políticos han ejercido una influencia tan decisiva en los episodios más negros de nuestra historia reciente. Por eso, el dolor personal por su pérdida y el respeto debido a todos los muertos no pueden ser pretexto para falsificar una trayectoria política cuyas nefastas consecuencias seguimos padeciendo, aún hoy, todos los españoles.