Mal lo tiene cualquier organización que tenga que verse defendida por personajes de la catadura de Tomás Gómez, Óscar López, Cándido Méndez y José Ricardo Martínez, cuatro perfectos ejemplos, cada uno en su estilo, de los males que aquejan a nuestra clase político-sindical.
Pero aun así, y aun teniendo en cuenta las bajas expectativas que con tales oradores se podía tener, el acto que ha tenido lugar este lunes en Madrid ha sido un decepcionante aquelarre en el que unos y otros han pretendido, de una forma muy agresiva y con una retórica decimonónica, echar balones fuera de los muchos y muy graves casos de corrupción en los que se ha visto envuelta UGT en los últimos meses.
Unos meses en los que hemos visto facturas falsas, bolsos falsos, cursos falsos y mucho dinero -ese no era falso- entrando en las arcas de UGT de forma irregular; pero el único argumento que se le ocurre a los líderes del sindicato o del PSOE para defenderse es un numantinismo amenazante y trufado de mentiras.
Por supuesto, lo que se está dirimiendo no es una campaña contra los sindicatos y menos aún contra los trabajadores –el verdadero ataque a los trabajadores lo hacen los que roban de sus ERE o de sus cursos de formación–, sino una serie de casos de corrupción que dejan bien claro que buena parte de la actividad sindical tiene como único objeto llenar las propias arcas, proveer de puestos de trabajo muy bien remunerados a sus dirigentes y mantener gigantescas estructuras burocráticas.
Como en el caso de los partidos políticos, y eso explica al menos parcialmente el apoyo incondicional del PSOE, los grandes sindicatos no son herramientas para servir a unos determinados fines o a una ideología, sino maquinarias cuyo único fin es mantenerse en el poder y lograr las mayores cantidades posibles de dinero público.
Esa evidencia, cada vez más clara para cada vez más ciudadanos, es lo que debería preocupar a los capitostes de PSOE y UGT, y no un ataque externo que, por más que lo pregonen, resulta muy poco creíble. Porque los que han cobrado de los ERE, los que han trucado facturas y dietas y los que han falsificado bolsos no son de la derecha mediática o política: son capitostes sindicales.
En una tesitura así, una cúpula sindical que realmente buscase lo mejor para los trabajadores y ser una estructura útil en una sociedad democrática, intentaría depurar a los corruptos y aplicar la más estricta transparencia a sus cuentas para evitar futuras tentaciones. En cambio, los dirigentes de UGT y PSOE prefieren echarse al monte con disparatadas descargas verbales, una actitud chulesca y una retórica violenta e insultante. Con ello dejan claro tanto sus graves responsabilidades en lo ocurrido como su nula voluntad regeneracionista.