Durante muchos años el proceso de paz entre palestinos e israelíes ha estado en vía muerta: no sólo no había ninguna posibilidad de que hubiese algún avance significativo, sino que ni tan siquiera se tenían conversaciones y los canales de comunicación eran mínimos, más allá de los asuntos del día a día (especialmente los relacionados con la seguridad).
Por eso el plan de paz que ha presentado esta semana Trump era una arriesgada apuesta diplomática en la que el presidente americano tenía muy poco que ganar. Sin embargo, el Acuerdo del Siglo, tal como lo han llamado, ha resultado toda una sorpresa y supuesto un inesperado sismo en las relaciones internacionales, no precisamente negativo para el mandatario americano.
Y es que el plan ha resultado original, atrevido y, sobre todo, realista: es la primera vez en muchos años que se ofrece un acuerdo en el que ambas partes podrían obtener las que, al menos en teoría, deberían ser sus reivindicaciones principales: en el caso de los palestinos, el tan ansiado Estado, y en el de los israelíes, las garantías de seguridad que obviamente necesitan.
Además, el plan se complementa con otras cuestiones no exentas de importancia, especialmente la fenomenal ayuda económica para la parte palestina: nada más y nada menos que 50.000 millones de dólares que, desde luego, podrían servir para que mejorasen extraordinariamente las condiciones de vida de los habitantes de ese nuevo Estado.
En lo que probablemente es fruto de un trabajo diplomático de meses, pero que también es una muestra de la descomunal soledad en la que los palestinos han logrado situarse, países tan poco sospechosos de simpatías sionistas como Arabia Saudí, Qatar o Emiratos han apoyado el plan, algo impensable hace bien poco.
Sin embargo, los palestinos lo han rechazado de forma radical y con todo lujo de ademanes grandilocuentes. Es un gran error: ni pueden permitirse negarse a todos los acuerdos eternamente –y buena parte de su soledad diplomática probablemente viene de ahí– ni pueden esperar un pacto que recoja todas sus demandas. Eso, sencillamente, no va a ocurrir.
Mientras los palestinos dicen no una y otra vez, hoy por hoy Israel es un país que tiene problemas muy serios, pero que parece capaz de gestionarlos o, al menos, convivir con ellos ofreciendo a sus ciudadanos un buen nivel de vida. Es muchísimo más de lo que se puede decir de Palestina.