Francisco Javier Romero Taboada, alias Jimmy, miembro de los Riazor Blues –los ultras del Deportivo de La Coruña–, perdió la vida ayer tras ser arrojado al río Manzanares en el transcurso de la multitudinaria pelea que, con otros miembros de su banda, protagonizó junto con integrantes del Frente Atlético en las inmediaciones del estadio Vicente Calderón.
Las imágenes que han trascendido son tremendas, como tremendo es el vídeo en el que se escucha a Romero pedir socorro infructuosamente. Debería ser inconcebible que dos bandas envenenadas por el fanatismo acuerden celebrar una batalla campal a plena luz del día y en las horas previas a un partido de fútbol sin el menor problema; pero el caso es que eso es precisamente lo que hicieron ayer los Riazor Blues y el Frente Atlético: dieron rienda suelta a su vesania durante mucho, mucho tiempo sin que nada ni nadie les detuviera. Se hicieron dueños y señores del lugar sin mayores impedimentos.
Sencillamente, es intolerable que algo así suceda. Por supuesto que no es excusa que el partido no fuera declarado de alto riesgo. Las fuerzas del orden no pueden permitirse no concebir un escenario conflictivo de estas características cuando saben que van a reunirse en un mismo lugar dos grupos ultras a los que no sólo separan los colores futbolísticos sino los ideológicos: en Riazor Blues abunda el nacionalismo gallego ultraizquierdista y en el Frente Atlético el fascismo españolista. Ciertamente, ha quedado de manifiesto que las fuerzas del orden no están al tanto de lo que sucede en ambas bandas, no tienen inteligencia que les permita controlar y anticiparse a sus movimientos: a la quedada violenta habían acudido decenas de ultras, y no sólo de esos dos grupos, también de los Alkor Hooligans del Alcorcón y de los Bukaneros del Rayo Vallecano; es decir, que se trataba de una convocatoria poco discreta y que tenía por punto de encuentro el mismísimo estadio Vicente Calderón, donde horas después iban a jugar el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña. Y la Policía sin enterarse. Peor es que, cuando finalmente se desató el tumulto, la Policía tardara tanto en intervenir.
Por lo que hace a las autoridades futbolísticas, ayer dieron una imagen harto lamentable: también ellas tardaron en reaccionar, y cuando lo hicieron lo hicieron con gran torpeza. Lo peor fue la sensación que transmitieron de estar afanándose por no asumir responsabilidad alguna, como quedó clamorosamente de relieve cada vez que salía a relucir la no suspensión del encuentro entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña que sirvió de pretexto para la convocatoria de la pelea.
En cuanto a los hinchas violentos, han vuelto a demostrar que son un cáncer para el fútbol. Por eso hay que extirparlos de su seno sin contemplaciones. Con medidas contundentes y, sobre todo, permanentes: no valen paños calientes y momentáneos. Ni compensa ni es decente transigir con su indeseable presencia por el hecho de que animen y den colorido a la grada. Por siempre jamás, no deben volver a pisar un estadio ni a tener el menor trato con club alguno.