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EDITORIAL

Sánchez contra Sánchez

Su nivel de exigencia ha sido tan alto y tan demagógico, que el Sánchez opositor va a ser, si no es ya, el peor enemigo del Sánchez presidente.

En una época en la que las noticias envejecen y cambian con una velocidad nunca antes vista, al Gobierno de Pedro Sánchez le ha ocurrido algo parecido en un plazo extraordinario: sólo seis días han bastado para pasar del glamour, la sorpresa y la novedad a la ausencia de un presidente que se niega a comparecer ante la prensa.

Y eso que sobran los motivos: uno de sus ministros se ha visto obligado a dimitir y otro está en la picota porque su nombramiento incumple las premisas que el propio Sánchez se había impuesto de forma solemne y con tono campanudo.

Desde el primer momento dio la sensación de que el Consejo de Ministros parecía más una operación publicitaria que un equipo pensado para llevar lo que queda de legislatura a buen puerto y sacar adelante proyectos de envergadura. Estos escasos días han bastado para poner entredicho el montaje.

La situación ha dado un giro tal que el propio Sánchez ha rechazado este jueves comparecer en rueda de prensa con su homólogo irlandés, negativa que tiene su importancia más allá de lo simbólico: se rompe una tradición de cortesía de años, ya que el primer ministro de Irlanda sí que deseaba mantener ese tradicional encuentro con los medios. Rajoy, sin ir más lejos, nunca se atrevió a tal cosa.

Es una actitud muy llamativa, sobre todo cuando llega de quien acusaba duramente a su antecesor de esconderse detrás de comparecencias sin preguntas. Ahora resulta que el flamante presidente que venía a renovarlo todo y a ofrecer la transparencia absoluta ni siquiera concede el consuelo del plasma.

Tras la dimisión de Màxim Huerta, precipitada por sus declaraciones de hace unos años; después de la crisis que abre su promesa de que no nombraría a imputados y cuando también pone tan fácil que le recuerden sus críticas al plasma, el líder socialista está empezando a sufrir un castigo inesperado, sobre todo porque se lo propina él mismo: su nivel de exigencia ha sido tan alto y tan demagógico, que el Sánchez opositor va a ser, si no es ya, el peor enemigo del Sánchez presidente.

Esperemos que no sólo Pedro Sánchez aprenda de sus errores, sino que también lo hagan una sociedad y unos medios de comunicación que, en lugar de políticos, parece que esperan encontrar en la vida pública una imposible mezcla de santos y superhombres. Un listón tan alto y en ocasiones tan ridículo que sólo logrará que por debajo se cuele una clase política de un nivel lamentable, sin rastro de excelencia.

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