El caso Bárcenas está dejando más al descubierto, si cabe, la incapacidad del PSOE para ser un referente político y no digamos ético. Además, los socialistas no logran ser una alternativa justo cuando más necesaria era una oposición seria y serena frente al fracaso que está suponiendo la política económica del PP y, por supuesto, la corrupción que asoma tras el escándalo del extesorero popular.
Los de Ferraz están lastrados por varias razones, la primera de las cuales es, por supuesto, la cercanía de una etapa de gobierno que ya no es posible calificar sino como una de las más nefastas de la historia de nuestra democracia. Las encuestas y las diferentes elecciones demuestran que esa es la percepción de unos votantes que ven los ocho años de los sociales en el poder como un auténtico desastre, y el PSOE paga aún el coste político de haber llevado a España a una inédita crisis económica y política de la mano de un irresponsable como el expresidente Zapatero.
También sufre las consecuencias de tener un equipo directivo de bajísima calidad: basta con ver las comparecencias públicas de altos responsables socialistas como Oscar López o Soraya Rodríguez para echar de menos no ya los viejos tiempos de los primeros gobiernos de Felipe González, sino incluso a portavoces con menos nivel como el propio José Blanco.
Por último, pero no menos importante, el PSOE no puede ofrecer a la ciudadanía ninguna oferta creíble con Rubalcaba como secretario general. Prácticamente cualquier iniciativa que puedan tomar los socialistas queda automáticamente lastrada por la mera presencia de un político que ha protagonizado alguno de los momentos más negros de nuestra democracia.
Y es que ver al portavoz de los GAL, al agitador el 13M o al ministro del Faisán exigir la reprobación de Rajoy por haber mentido en las Cortes es cuanto menos paradójico, por no decir grotesco. El mejor resumen lo hacía de forma involuntaria el propio número tres del PSOE, Oscar López, cuando hace unos días lanzaba un titular enlatado que pretendía estar dirigido a Rajoy, pero que sentaba como anillo al dedo al propio Rubalcaba: "España no puede tener un presidente que no ha parado de mentir". No podemos estar más de acuerdo.
Así, pese a sus muchos errores, pese a los escándalos y a que el equipo de Gobierno adolece de la calidad política que sería exigible, la oposición socialista causa mucho menos daño a Rajoy que los propios deslices de los ministros.
No obstante, no hay que dramatizar alrededor del desplome socialista y su completa inanidad ideológica: no es cierto que el PSOE sea imprescindible para la democracia, el partido histórico simplemente ocupa un espacio político que, una vez constatado que los socialistas no son capaces de gestionar con solvencia, podría y debería ser ocupado por cualquier otro que ofrezca a los votantes de izquierdas y al conjunto de la sociedad algo más de rigor y, por qué no decirlo, de decencia.