El debate entre los candidatos de los cuatro grandes partidos a la Presidencia del Gobierno ha deparado un ganador inesperado para muchos que tenían fresco en la memoria el pequeño fiasco del celebrado en la campaña del 20-D.
La victoria de Rivera ha sido clara, y no sólo porque el de Ciudadanos ha preparado mucho mejor que en ocasiones anteriores sus intervenciones, tanto en el fondo como en la forma, sino porque ha entendido a la perfección el momento político que vive España y la necesidad de que los partidos se enfrenten frontalmente a la marea populista, que amenaza con poner en grave riesgo no sólo la prosperidad de los españoles, sino la propia convivencia.
El de Ciudadanos también ha visto claro que la batalla contra la versión local del chavismo no puede darse desde posiciones inmovilistas: tal y como le ha dicho a Rajoy, el populismo de Iglesias va a seguir creciendo si no se regenera la vida política.
Rivera ha salido muy reforzado, como una figura política que puede ser determinante y en la que muchos españoles con preocupaciones muy variadas pueden confiar; sobre todo porque se ha postulado como gran valladar frente a la lacra del populismo neocomunista, que tantos estragos está causando ya en ciudades como Madrid o Barcelona.
Por el contrario, Rajoy ha estado incluso peor de lo esperado. El presidente en funciones ha demostrado solvencia en los primeros bloques, pero no ha podido mantener el nivel y ha perdido decisivamente pie a la hora de hablar de la corrupción. Rajoy, además, ha vuelto a dejar en evidencia que no tiene intención de enfrentarse al populismo: sus choques personales han sido con Rivera y con Sánchez, un hecho sumamente revelador, sobre todo cuando desde el PP se hacen tremebundos llamamientos a cerrar el paso a Podemos. Rajoy ni siquiera ha hecho amago de querer incordiar a Iglesias.
Tampoco el liberticida ha estado a gran altura. Iglesias ha vuelto a demostrar que no es tan sólido cuando tiene enfrente a un rival preparado y decidido, no a una yunta de periodistas metidos a alabardeos de la más untuosa especie.
Por último, el muy mediocre Sánchez tenía un papel realmente complicado, que no ha sabido interpretar: el socialista parecía ido en los primeros bloques, en los que no ha conseguido siquiera llamar la atención, y si bien ha estado algo más animado en la última parte, sus propuestas han pasado inadvertidas. Hasta ha dado la impresión de que a sus contrincantes les costaba tomarle en serio.
En definitiva: el debate, probablemente más vivo e interesante de lo generalmente esperado, puede haber representado un punto de inflexión en una campaña en la que hasta ahora Ciudadanos parecía que iba a seguir los malos derroteros de la anterior.