Casi nadie a estas alturas duda ya de que el PP ganará por mayoría absoluta las elecciones del próximo domingo. La desastrosa campaña electoral socialista ha contribuido al despegue definitivo en las encuestas de Mariano Rajoy y sería una sorpresa mayúscula que el político gallego no lograse una holgadísima victoria el 20-N.
Desde este punto de vista, es lógico el ambiente de euforia contenida que envuelve al PP. Sin embargo, esta alegría no debería hacer que los populares olviden la magnitud del reto que tienen por delante. Ningún político español de las últimas cuatro décadas se ha enfrentado a un panorama económico tan desastroso como el que Mariano Rajoy tendrá ante sí.
Cada día que pasa el panorama es más sombrío y la sensación de deterioro se acelera por momentos. Este lunes, la prima de riesgo española ha alcanzado un nuevo máximo desde la introducción del euro, al situarse el bono español a diez años en los 432 puntos de diferencia respecto al alemán. Y la rentabilidad de esta deuda ha superado el 6%. Todos los analistas coinciden en que más allá de los 450 puntos básicos hay poco margen para el país en cuestión, salvo pedir el rescate a la UE y al FMI y aceptar las durísimas condiciones que estos quieran imponer.
Grecia, Portugal, Irlanda e Italia ya han recorrido ese camino. En Atenas y Roma, desde este mismo fin de semana, ejercen dos gobiernos técnicos, impuestos desde Bruselas como único medio para sacar a sus países del colapso.
Mariano Rajoy siempre ha declarado que no está dispuesto a entregar el control de la economía nacional. El líder del PP se ha comprometido a hacer lo que haga falta para evitar la caída de España en el agujero de la quiebra. La pregunta que muchos nos hacemos es si la fatídica sentencia no habrá llegado incluso antes de que el gallego llegue a su despacho de La Moncloa.
Aunque apenas quedan unas semanas para la constitución del nuevo Gobierno, el grado de deterioro de la economía es sorprendentemente rápido. La prima de riesgo acelera su subida y las dudas sobre la capacidad de aguante de España crecen cada día que pasa. De entre los denominados PIIGS, sólo nuestro país resiste sin haber solicitado un rescate directo por parte de la UE.
Mariano Rajoy es consciente desde hace tiempo de que tendrá que tomar decisiones muy difíciles. Ahora, además, sabe que no podrá retrasar ninguna de las reformas clave que la economía española necesita para escapar del fantasma de la bancarrota: la del mercado laboral, la que facilite la creación de empresas, la del sistema financiero, una ley de estabilidad presupuestaria de obligado cumplimiento para todas las administraciones y un fuerte recorte del gasto público para cumplir el objetivo de déficit en 2012.
El PP tendrá todo el poder que ha pedido para poner orden en una economía española que el Gobierno socialista ha destrozado. El reto es inmenso y el margen de maniobra, muy pequeño. Rajoy no puede ofrecer ni el más mínimo resquicio a la duda. Las celebraciones por la victoria no deberían alargarse más allá de la propia noche electoral. El tiempo para España ya se ha agotado.