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EDITORIAL

¿Queda inaugurada la campaña electoral?

Al no tender mano alguna al PP, Sánchez simplemente dinamitó la única posibilidad que tenía de ser investido presidente.

Más que un debate de investidura y un intento de forjar alianzas por parte de partidos que están, todos ellos, muy lejos de la mayoría absoluta, lo que se ha visto en el Congreso de los Diputados en los dos últimos días ha sido un enconamiento partidista y una guerra de todos contra todos que hace imposible cualquier investidura e inevitable la celebración de unas nuevas elecciones generales.

El único dirigente político que ha tenido sentido de Estado, en el mejor sentido de ésta no siempre encomiable expresión, ha sido el líder de Ciudadanos. Rivera ha sido el único que se ha esforzado por tejer alianzas para alumbrar un Gobierno capaz de afrontar las dos grandes amenazas que acechan a España: el populismo neocomunista de Podemos y el desafío separatista. Pero ¿como iba Rivera a convencer a los populares de que permitiesen con su abstención la presidencia de Sánchez, si la intervención del supuesto candidato a la investidura no fue otra cosa que un sectario y despectivo ataque a Rajoy y a su partido trufado de guiños a la extrema izquierda?

Al no tender mano alguna a los populares, Sánchez sencillamente dinamitó la única posibilidad que tenía –si es que tenía alguna– de ser investido presidente con un pacto como el que tenía suscrito con Ciudadanos. Es cierto que Rajoy ya había dicho previa y reiteradamente que no se abstendría "de ninguna de las maneras", pero la mitinera e insultante intervención de Sánchez le ha permitido hacerlo además cargado de razón.

La intervención del presidente en funciones ha sido, tal y como era previsible, demoledora. A sus buenas dotes como parlamentario y su excelente uso de la ironía se ha unido la torpeza y falta de coherencia de quien, como Sánchez, ha pactado un programa de Gobierno girándose a la derecha para luego buscar el apoyo girándose a la extrema izquierda.

Exageran, en cualquier caso, en su partido al hablar nada menos que del "renacimiento" del presidente en funciones. El desquite de Rajoy no es un renacimiento sino el espasmo –todo lo vibrante que se quiera– de un cadáver político. Y es que Rajoy ha alejado a Sánchez de la presidencia tanto como a sí mismo. De nada le servirá al PP mejorar algo los resultados cosechados el 20D –tal y como le pronostican sólo las más generosas de las encuestas– si es a costa de debilitar al único partido dispuesto a apoyarle: Ciudadanos.

Aunque el enconamiento entre el PP de Rajoy y el PSOE de Sánchez facilitaría en principio la negociación de un futuro frente popular-separatista, lo cierto es que a corto plazo tampoco parece posible. El intento de Sánchez no tanto de ser investido presidente del Gobierno como de ser candidato de un PSOE que no pierda la primacía en la izquierda en las próximas y anticipadas elecciones generales ha llevado a Pablo Iglesias a dejar claro que a alternativa izquierdista al Partido Popular no le gana nadie. Dejando aflorar su comunismo más trasnochado y empleando un lenguaje guerracivilista, Iglesias ha arremetido duramente también contra el PSOE dejando claro, una vez más, que su proyecto no es de regeneración sino de voladura del sistema.

Así las cosas, seguimos abocados a unas nuevas elecciones generales que, para colmo, es harto dudoso que sirvan para nada bueno si el PP y el PSOE no llegan a algún tipo de entendimiento.

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