El presidente del Gobierno autonómico catalán, Artur Mas, ha vuelto a fechar en 2014 la ilegal consulta por la secesión del Principado, a incitar a la rebelión contra el orden establecido por nuestro Estado democrático de Derecho y a intoxicar a propósito del encaje en Europa de su Cataluña imaginaria. De nuevo, con un discurso entre patético y delirante y con pujos totalitarios (véase su distinción entre secesionistas que votan por la libertad y el resto, implícitamente rebajados a la condición de siervos o lacayos).
Es incansable el insensato baranda secesionista. Sabe perfectamente que el hastío es un arma formidable, que son legión los que prefieren rendirse a tener que bregar con pesados como él, por muy impresentables que sean sus mantras. Por eso es tan importante no ceder un ápice y ser, por lo menos, igual de insistentes y machacones.
Así pues, ha de decirse una y mil veces que el demencial proyecto separatista de Artur Mas se basa en mil mentiras y manipulaciones del pasado y el presente de Cataluña y de toda España. Que el referido dirigente regional no tiene autoridad ni legitimidad para convocar consulta alguna que quebrante la legalidad vigente. Que la Unión Europea ha dejado meridianamente claro que no hay lugar en su seno para una Cataluña independiente. Y que los peores enemigos de la libertad en el Principado son los nacionalistas, como queda sangrantemente de manifiesto en su incesante persecución del castellano, lengua común de todos los catalanes.
Que pierdan toda esperanza de vencer por aburrimiento. Y que la pierdan también quienes quieran utilizar esa insidiosa constancia como coartada para la capitulación o el entreguismo moderado.