Si algún ministro debería mantenerse al margen del problema del separatismo es el de Exteriores, sea quien sea quien ostente esa cartera. Cualquier otro miembro del Ejecutivo podría –incluso debería– lanzar contundentes advertencias, explicando por ejemplo las consecuencias negativas que tendría una hipotética independencia o las que ya tiene el proceso enloquecido en el que se han embarcado Mas y los suyos. Pero las intervenciones de un ministro de Exteriores suponen, lo quiera o no, un refuerzo al empeño secesionista de internacionalizar sus pretensiones.
Pero si el cargo resulta especialmente incompatible, el problema se acrecenta cuando su titular es José Manuel García-Margallo. Sin embargo, el ministro del Gobierno más locuaz sobre la cuestión catalana es, precisamente, el inquilino del Palacio de Santa Cruz, que cuenta por despropósitos sus frecuentes intervenciones sobre la cuestión. El último, este mismo lunes: el ministro ha establecido un "paralelismo absoluto" entre lo que ocurre en Crimea y lo que está pasando en Cataluña.
La comparación es disparatada desde todos los puntos de vista: desde el histórico porque ni Crimea tiene nada que ver con Cataluña ni España se parece lo más mínimo a Ucrania; desde el político porque no es lo mismo un territorio que quiere independizarse que uno que aspira a integrarse en otro país; desde el económico porque las vinculaciones entre Ucrania, Rusia y la propia Crimea son completamente diferentes de las que unen a Cataluña con el resto de España… y así podríamos seguir. El despropósito de Margallo se evidenciaría con sólo hacerle una pregunta: si hay un "paralelismo absoluto" en ambas situaciones… ¿quién es la Rusia de Cataluña?
Cada vez que Margallo habla sobre los planes separatistas de la Generalidad y sus socios, los más radicales separatistas se frotan las manos: ni en sus mejores sueños políticos habían esperado contar con un ministro de Exteriores que no sólo se pasase las semanas y los meses elevando las reclamaciones independentistas al rango de cuestión internacional, sino que además les felicitase por el éxito de sus demostraciones callejeras o les comparase con regiones que, más pronto que tarde, van a lograr sus objetivos separatistas.
La culpa, no obstante, no es de Margallo o no es sólo de Margallo: hay que buscarla también en quién lo eligió como ministro a pesar de que, obviamente, no tiene la prudencia necesaria para una cartera tan sensible como es Exteriores. Cometido ese error –y el de mantenerlo en el Ejecutivo– sólo queda pedir que alguien calle a Margallo antes de que vuelva a meter la pata. Ya llueve sobre mojado.