Mucho se han criticado los viejos complejos de la derecha frente a la izquierda y la orfandad del electorado liberal-conservador tras la llegada del PP de Mariano Rajoy al Gobierno. Sin embargo, hay otros asombrosos complejos de inferioridad y otras injustificadas carencias de representación parlamentaria que afectan no menos negativamente al funcionamiento político del país y que están detrás de la monumental crisis nacional en curso. Ahí está, por ejemplo, la orfandad del electorado de izquierdas profundamente español y hostil tanto a los nacionalismos periféricos como a los complejos del PSOE frente al nacionalismo y frente a una formación ultra como Podemos, que ha hecho suyos los delirios identitarios de los nacionalistas.
No se trata de un fenómeno nuevo: baste recordar los siniestros años 30 del siglo pasado, en los que buena parte de la izquierda repudió la idea de España –y hasta la bandera rojigualda– como nación para hacer frente común con los separatistas contra la derecha; pero hoy en día ha cobrado nuevos bríos con la reivindicación por parte del líder del PSOE de un concepto tan falso y contradictorio como el de España nación de naciones.
Aunque se trata de un invento inacabado, en la medida en que sus propagadores todavía no se atreven a decir el nombre del resto de las naciones que, junto a Galicia, Cataluña y País Vasco, conforman el "Estado plurinacional" español, se trata de una vieja ocurrencia que ya defendían personajes como Anselmo Carretero o José María Jover. Ha sido, sin embargo, Pedro Sánchez el primer candidato socialista a la presidencia del Gobierno en atreverse a proclamar tamaño y disfuncional disparate, después de que lo hiciera el cabecilla de Podemos, Pablo Iglesias. En efecto: en vez de ridiculizar al neocomunista y tratar de ganarse al electorado podemita que no comparte esa insensatez, Sánchez la ha hecho suya. Así que el líder del PSOE abraza un concepto que rechaza, según un sondeo reciente, nada menos que el 76% de los votantes socialistas.
A esa orfandad a la que las elites socialistas someten a buena parte de sus votantes hay que sumar los autodestructivos complejos que ha revelado Sánchez al negarse a fotografiarse junto a Rajoy y Albert Rivera para escenificar un frente común contra el golpismo separatista. La bochornosa razón que se dio fue que dicha fotografía podría beneficiar electoralmente a Podemos, cuando lo cierto es que, tal y como mostraba un esclarecedor sondeo publicado este mismo lunes por el diario El Mundo, Podemos es la formación que, ante el envite secesionista catalán, sufre un mayor rechazo de su propio electorado, hasta el punto de ser el único partido al que suspenden sus propios votantes. En lugar de atraerse a ese 40% de votantes podemitas partidario de impedir el referéndum ilegal del 1 de octubre, Sánchez desprecia también a la mayoría de votantes de su propio partido favorable no ya a que se haga un frente común en defensa del orden constitucional, sino a preservarlo mediante la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Estos complejos ante los nacionalistas y los neocomunistas, que rozan el síndrome de Estocolmo, explican hechos tales como que Sánchez esté dispuesto a mantener el pacto del PSC con Colau aun cuando ésta ceda locales para el 1-O; que el PSOE mantenga el apoyo a Carmena a pesar de haber cedido ésta un local municipal para la celebración de un acto de apoyo a la consulta sediciosa (desafuero que afortunadamente ha echado abajo un juez); que el alcalde socialista de Tarrasa anuncie que colaborará con la celebración del 1-O o que el PP y el PSOE se enzarcen, en pleno envite secesionista,en una discusión sobre la figura del golpista de Lluís Companys.
Lo peor es que esta suma de debilidades explica que una exigua minoría como la que conforman los separatistas golpistas eche impunemente un pulso al Estado y a quienes deberían representar con mayor fidelidad a la abrumadora mayoría de ciudadanos que se siente y sigue queriendo ser española. Y procura muy poderosas razones a los que contemplan el panorama con profundo pesimismo, pues da la ominosa impresión de que no hay masa crítica ni voluntad de poner fin al desafío separatista. Si Rajoy no está siendo de fiar, estremece imaginar lo que sería un Gobierno en manos de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.