Según informa la prensa norteamericana, el presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, pretende llegar a una suerte de entente con China para poner freno a los afanes expansionistas de la Rusia del zar Vladímir Putin. No sería de extrañar que tampoco aquí le salieran bien las cosas al inquilino de la Casa Blanca, ese bluf fenomenal que puede acabar haciendo bueno al inefable Jimmy Carter: no se ve la necesidad de que Pekín se enfrente a su aliado euroasiático para reforzar a un Washington que parece sentirse mejor complaciendo a los enemigos que colaborando con los amigos. Así las cosas, el giro podría incluso ser contraproducente para el gigante comunista: ¿cómo preferirá ser tratado por Obama y compañía, como el permanentemente afrentado Israel o como la mimada República Islámica de Irán?
Por otro lado, China no tiene rival en una Rusia que difícilmente podrá ser lo que pretende, dados los tremendos problemas existenciales que tiene planteados, y con la que comparte no pocas características y concepciones, empezando por el rechazo a la cosmovisión demoliberal de Occidente. El rival de China a medio y largo plazo es Estados Unidos, a quien disputará la hegemonía en este siglo XXI ya avanzado. Es por esto que Pekín no sería un socio confiable para Washington. Ni, en tantas cuestiones, deseable.
En el ámbito de la política internacional Barack Obama parece aún más denortado que en el de la política doméstica, y su desempeño está signado por el apaciguamiento, el perfil bajo, el absentismo e incluso el entreguismo. Pero ¿de verdad está superado Obama por los acontecimientos? ¿Verdaderamente la realidad le está pasando por encima? Puede que así sea, pero también puede que no, que Barack Obama esté donde quería estar: en un mundo con unos Estados Unidos muy distintos, más europeos, más onusianos, menos hegemónicos. Y para eso, evidentemente, tiene que ceder terreno, retirarse, constreñirse.
¿Está Barack Obama perdiendo involuntariamente casi todas las batallas o, por el contrario, anda cumpliendo el sueño antiimperialista de su padre? Las dos alternativas son malas noticias para Estados Unidos en particular y para Occidente en general. Y para el mundo: qué sustancialmente distinto sería con una potencia dominante como la China comunista, que abomina de los ideales y las instituciones que han hecho posibles las sociedades abiertas.