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No hemos aprendido nada

La banca central, lejos de aprender la lección, insiste en crear una nueva burbuja sobre las ruinas de la anterior.

Esta semana deja tras de sí una preocupante, y aún más triste, sensación de déjà vu que, entre otras cosas, confirma el dicho de que el hombre tropieza dos e incluso más veces en la misma piedra. Por un lado, el Banco Central Europeo (BCE) anunció el jueves una histórica batería de estímulos monetarios para tratar de impulsar la recuperación de la zona euro, en la que se incluyen bajadas de tipos de interés e inyecciones masivas de liquidez a la banca de la Unión. Y, por otro, el Gobierno ha anunciado este viernes su particular plan de estímulos fiscales -entiéndase gasto público- con idéntico fin, es decir, impulsar el crecimiento y el empleo. Ambas medidas, sin embargo, no constituyen ninguna novedad, sino todo lo contrario, ya que forman parte del erróneo recetario que la mayoría de banqueros centrales y políticos viene repitiendo desde el inicio de la crisis.

El BCE insiste en reducir los costes financieros e inundar de liquidez el circuito bancario bajo la ilusoria promesa de reactivar el crédito en los países más débiles de la zona euro, a pesar de que este tipo de políticas expansivas no ha cosechado ningún resultado, más allá de alimentar una peligrosa burbuja de deuda pública, cuyo pinchazo podría volver a sacudir los cimientos de la economía mundial. De hecho, estas mismas medidas, concebidas para generar una gran expansión crediticia sin necesidad de ahorro previo, son la raíz de la actual crisis. A principios de la pasada década, tanto la Reserva Federal como el BCE bajaron los tipos a mínimos históricos y abrieron el grifo de la liquidez para combatir las dificultades que, por entonces, vivían EEUU y algunas economías europeas. El resultado fue la burbuja inmobiliaria que, posteriormente, estalló a mediados de 2007, con las nefastas consecuencias que aún hoy se perciben.

Pero la banca central, lejos de aprender la lección, insiste en crear una nueva burbuja sobre las ruinas de la anterior, en un esquizofrénico proceso de auge y contracción que se repite de forma recurrente. En esta ocasión, el BCE aún no ha logrado que el crédito aumente en las economías más débiles de la moneda única, ya que las familias y empresas están sobreendeudadas y se están esforzando en amortizar y liquidar las malas inversiones acumuladas durante la época del boom, pero la ingente liquidez inyectada al sistema dificulta el imprescindible proceso de desapalancamiento que debe acometer la economía privada, al tiempo que facilita la financiación a los gobiernos más irresponsables y manirrotos, prolongando así la crisis en lugar de resolverla.

Por desgracia, el Gobierno del PP también parece ignorar una valiosa lección. No en vano, acaba de aprobar un nuevo plan de medidas, muchas de ellas ya previstas y anunciadas, con la excusa de impulsar el crecimiento económico, cuando, en realidad, se trata de un nuevo despilfarro de dinero público, al más puro estilo keynesiano, muy similar al desastroso Plan E que en su día puso en marcha José Luis Rodríguez Zapatero. En concreto, el Plan de Rajoy pretende movilizar 11.000 millones de euros hasta 2015 mediante el aumento de las inversiones y el reparto arbitrario de subvenciones y préstamos públicos a diversos sectores. Lo único que lo diferencia del Plan de Zapatero es que, esta vez, su ejecución no implicará elevar el gasto presupuestado, ya que parte del dinero proviene de la UE, así como de otras partidas y la concesión de nuevos créditos por parte del ICO. Pero el problema de fondo es que peca del mismo error de base: pensar que la actual crisis se puede aliviar mediante gasto público, a costa de vaciar el bolsillo del contribuyente. El Plan E de Rajoy será, sin duda, un nuevo fiasco, al igual que el de Zapatero.

Políticos y banqueros centrales no han aprendido nada. A saber, que la única receta sana, viable y eficaz para salir del atolladero consiste en facilitar el desapalancamiento y la liquidación de las malas inversiones, al tiempo que se reducen de forma drástica el gasto público y los impuestos para eliminar el déficit y se flexibiliza al máximo la economía con el fin de completar cuanto antes la necesaria reestructuración productiva. Y, por último, aún más importante si cabe, que el fundamento del desarrollo económico estriba en el ahorro, la inversión y la productividad, no en el consumo, el gasto y el despilfarro. Mientras se sigan ignorando estos preceptos, estamos condenados a repetir, una y otra vez, los mismos errores que nos han traído hasta aquí.

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