La misma falsa y cara "gratuidad" de la sanidad es aplicable a la educación y, especialmente, al sistema universitario español. Tal y como sucede en el caso de los fármacos, el aumento de las tasas universitarias, anunciado este jueves por el Gobierno, no supone un coste adicional sobre un servicio ya pagado por el contribuyente, sino que el Estado reduzca la subvención que concede a cada alumno que se matricula en la Universidad.
Hasta ahora los universitarios pagaban como máximo el 15% del coste de su carrera y el Gobierno ha ampliado la horquilla hasta el 25%. Lo que supondrá un incremento medio de unos 500 euros por curso, dependiendo de la universidad y la titulación elegida. Las carreras técnicas son más caras, por lo que se verán más afectadas por este incremento, lo que podría tener un efecto nocivo al incentivar los estudios con menos salidas profesionales.
En línea con el discurso que viene manteniendo el Ejecutivo para justificar todas sus reformas, el Ministerio de Educación ha enmarcado la medida en la excepcionalidad derivada de la crisis. Es un diagnóstico errado, otra vez. Obviamente resulta ahora mucho más apremiante por las enormes dificultades económicas que atravesamos, pero España tiene un problema estructural con su sistema universitario, que tiene mucho que ver con la dañina cultura del "gratis total".
Sobran universidades y, sobre todo, sobran universitarios. Tenemos el doble que Alemania, con la mitad de población y triplicamos su tasa de paro. No hay mayor ejemplo de ineficiencia. Ninguna universidad española está entre las cien primeras de mundo, pero son tan caras como las mejores. La selección del profesorado ha derivado en una cooptación caciquil en la que pesan mucho más las afinidades sectarias que la capacitación académica. Y así podríamos seguir con un sinfín de ejemplos.
Sin duda, el aspecto más positivo de lo anunciado por el Gobierno es que el mayor incremento de las tasas, en términos absolutos y proporcionales, se producirá en aquellos alumnos que repiten una asignatura. Si algo sobra en nuestros campus son vagos que vegetan durante años sin dar palo al agua, algunos de ellos pertenecientes a sindicatos estudiantiles, y que generalmente entorpecen la vida académica de quienes realmente quieren estudiar. Esta medida, junto a una política de becas más restrictiva en la que vuelva a primar el mérito sobre otras cuestiones, pueden ser uno de los caminos para que nuestras universidades dejen de ser el problema.