Bien está que Rajoy trate de recomponer las relaciones con EEUU, tan dañadas por la irresponsable política exterior del anterior Gobierno socialista. Ahora bien, conviene no exagerar: ni el encomiable encuentro que Rajoy y Obama mantuvieron este lunes en Washington ni las amables palabras que el segundo dirigió al "gran liderazgo" del primero deberían inducir a pensar que España ha vuelto a tener el peso en la escena internacional que tenía en tiempos de Aznar, o que afronta con liderazgo, fuerza y determinación su recuperación económica.
Para empezar, hablar de "gran liderazgo" de un gobernante como Rajoy, cuya valoración media en el último sondeo del CIS ha vuelto a bajar hasta situarse en el 2,41 –esto es, un 47% menos que en enero de 2012–, es una mentira piadosa sólo explicable por la generosidad a la que a veces obliga el lenguaje diplomático.
Otro tanto se podría decir de una "recuperación económica" que se limita –según el mismo Rajoy reconoció ante Obama, siguiendo a De Guindos– a un crecimiento del 0,3% en el último trimestre y a una reducción del paro que va del 25,9% a un "por debajo del 25%" a final del año.
Como el propio presidente norteamericano no pudo dejar de señalar en ese cordial encuentro, el paro sigue siendo el "gran desafío" de nuestro país, y lo seguirá siendo mientras Rajoy confíe la recuperación económica, tal y como se deduce de su discurso en Washington, únicamente a una incompleta reforma laboral, a una reforma del sistema financiero que básicamente ha consistido en tapar agujeros a cargo de los contribuyentes presentes y futuros y a un cambio en el panorama internacional, este sí ciertamente positivo.
Precisamente la falta de liderazgo de Rajoy a la hora de enfrentarse a los partidarios del statu quo, unida a su total olvido del ideario liberal que otrora enarboló su partido, es lo que explica la falta de mayores cambios y la tardanza y debilidad que presenta la recuperación económica. La renuencia de Rajoy a llevar a cabo auténticas reformas liberalizadoras –también en el mercado laboral, no digamos ya nada en el energético– y, sobre todo, su pasividad a la hora de llevar a cabo una radical cura de adelgazamiento del sobredimensionado sector público hacen que lo que realmente esté creciendo con una fuerza sin precedentes sean tanto los impuestos como el ritmo de endeudamiento público.
La deuda pública, que el Gobierno admite alcanzará el 100% del PIB en 2014, es una de las razones del jarro de agua fría que ha echado la CEOE al exagerado optimismo del Ejecutivo. Otra es el paro, que según la patronal no bajará del 20% "ni en el corto ni en el medio plazo".
La falta de reformas liberalizadoras queda de manifiesto en el Índice de Libertad Económica que cada año publican los prestigiosos The Wall Street Journal y la Fundación Heritage: lejos de recuperar posiciones, España ha perdido en los últimos tres años tres puntos en términos absolutos y 18 puestos en el ránking. Así las cosas, mientras no se los riegue con libertad económica, no se espere demasiado de los brotes verdes. Del liderazgo de Rajoy, a estas alturas, tampoco.