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EDITORIAL

Lecciones de Detroit

La joya de la industria y una de las ciudades norteamericanas más pujantes tiene ahora que pagar la factura de décadas de políticas “progresistas”.

Detroit se ha convertido por derecho propio en la mayor ciudad declarada en bancarrota en toda la historia de los Estados Unidos de Norteamérica. Con una deuda superior a los 18.000 millones de dólares, un paro que duplica la media del país y una población cada vez más menguada a consecuencia del desplome de la economía y la inseguridad ciudadana, el ayuntamiento se ha visto obligado a acogerse a la ley de bancarrotas para reestructurar la enorme deuda acumulada y poder seguir financiando unos servicios públicos ya de por sí muy depauperados.

Pero la actual ruina de la ciudad más importante del estado de Michigan no ha sido un hecho inevitable por los efectos de la crisis económica. Al contrario, la terrible decadencia de Detroit es consecuencia de la política llevada a cabo por un ayuntamiento que ha estado presidido por los demócratas desde hace más de medio siglo, cuando el alcalde republicano Luis C. Miriani fracasó en su intento de ser reelegido en 1961.

Detroit, cuna de la industria automovilística, a la que se llegó a llamar "la capital mundial del motor", ha estado regida por una clase política esencialmente corrupta, incapaz de actuar con prudencia y visión de futuro en las largas décadas del siglo pasado en las que se forjó la riqueza de una de las ciudades más populosas de EEUU. En lugar de ello, los distintos gobiernos municipales se sometieron al dictado de unos sindicatos especialmente poderosos, establecieron inasumibles planes de subsidios y cayeron en una espiral de incremento del gasto público con el resultado de una gigantesca quiebra de la que la ciudad tardará años en recuperarse si es que alguna vez lo hace. La pérdida de pujanza industrial y el estallido de la burbuja inmobiliaria han sido la puntilla de Detroit, convertida hoy en un lugar con unos servicios públicos depauperados por falta de fondos y en el que la delincuencia callejera campa a sus anchas.

La joya de la industria del motor y una de las ciudades norteamericanas otrora más pujantes tiene ahora que pagar la factura de décadas de políticas "progresistas". El propio Gobierno federal de los Estados Unidos, con una deuda pública de más de 17 billones de dólares, tiene en Detroit el ejemplo perfecto de la manera en que terminan las instituciones públicas sometidas a un gasto público inasumible por su empeño de subsidiar a los más amplios sectores de la sociedad y su irrefrenable propensión a los incesantes "planes de estímulo". Los gobiernos europeos, por su parte, tienen la ocasión de ver por sí mismos cuál es el resultado de las políticas "progresistas" a que tan aficionados son también a este lado del Atlántico.

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