Pese a la ausencia de su creador, el régimen bolivariano instaurado por Chávez en Venezuela está dispuesto a perpetuarse al coste que sea y, ante la cercanía de una derrota electoral muy probable el próximo día seis de diciembre, sus métodos se han radicalizado aún más.
La violencia es una constante en el país desde que el gorila rojo fue elegido presidente, no en vano Caracas es la capital más violenta del mundo con una tasa de homicidios propia de una ciudad inmersa en un conflicto armado. Sin embargo, el asesinato de un político opositor en pleno mitin y las demoledoras declaraciones de Lilian Tintori este jueves han dejado claro que el bolivarianismo ya no se conforma con la muerte civil de los opositores, ni siquiera con su encarcelamiento tras farsas judiciales: ahora quiere su eliminación física.
Es la evolución natural de un régimen que desde el primer minuto venía a ocupar el poder de una forma totalitaria, aunque mantuviese formalmente algunos mecanismos democráticos o de mercado. Es lo que cabe esperar de unos líderes aún más mediocres que Chávez, enfangados en todo tipo de corrupciones e incluso en crímenes mayores como el narcotráfico y que, como ya ha advertido el propio Maduro, están dispuestos a "ganar las elecciones como sea".
Es difícil ser optimista en esta situación, con un país que está económica y socialmente roto y que se encuentra en manos de delincuentes sin escrúpulos. Todo hace pensar, y nada nos gustaría más que equivocarnos, que Venezuela se enfrenta a una escalada violenta de difícil final, y sólo hay dos cosas que pueden ayudar a evitar este escenario: un rotundo voto mayoritario para la oposición el 6D que haga indefendibles las maniobras del régimen; y una contundente posición internacional que haga ver al chavismo que la huída violenta hacia delante no va a tener ningún recorrido.
España tiene que ser, política y diplomáticamente, uno de los países que lidere esta respuesta, no podemos mirar hacia otro lado en el caso de una nación a la que nos unen tantas cosas y en una de las pocas áreas en las que sí tenemos una importante capacidad influencia.
Pero además los españoles tienen que mirarse en el espejo venezolano: ver allí a dónde llevan los experimentos socialistas y, sobre todo, darse cuenta de que cierto tipo de políticos o de partidos aunque se vistan con ropajes democráticos sólo se sirven de la democracia para alcanzar el poder, ocuparlo y, una vez allí, corromperse hasta el tuétano y resistirse a abandonarlo sin descartar los más criminales métodos.
Unos políticos y un partido que, de hecho, casi sin haber tocado el poder ya nos han enseñado su verdadera cara corrupta, nepotista y que, tal y como ha demostrado esta semana Juan Carlos Monedero, son capaces de cualquier cosa dentro de la confrontación política, aunque por ahora se limiten, como se limitaba el chavismo hace tiempo, a intentar la muerte civil del oponente.
No, España no puede abandonar a Venezuela y menos aún abandonarse a sí misma para convertirse en otra Venezuela.