Los últimos movimientos de los principales líderes políticos han complicado todavía más la situación surgida tras las elecciones del pasado 20 de diciembre, ya de por sí suficientemente enrevesada. A la trampa tendida por Iglesias al candidato socialista, ofreciéndole su voto a cambio de la vicepresidencia y las carteras más importantes, se sumó horas después Rajoy con su decisión de declinar la posibilidad de someterse al debate de investidura para evitar un rechazo parlamentario clamoroso.
Rajoy ha conseguido con su decisión evitar que corra el plazo parlamentario de dos meses, transcurrido el cual sin que ningún candidato obtuviera la mayoría de apoyos habría que convocar nuevas elecciones. Su intención es aprovechar este lapso para ahormar una gran coalición con PSOE y Ciudadanos pero, eso sí, con él como presidente indiscutible. La otra posibilidad que comenzó a tomar cuerpo este pasado viernes es una coalición de socialistas con populistas y separatistas, una alianza extremista que arrasaría con el orden constitucional tras llevarse por delante los cimientos de nuestra frágil economía.
Para acabar de complicar el enredo, Pedro Sánchez ha renunciado por anticipado a intentar abordar su investidura antes incluso de que el Rey la proponga, caso de que esa sea su intención tras la ronda de contactos que iniciará esta semana. Todo este cúmulo de circunstancias aboca al país a una situación de parálisis política que, en caso de tener que repetirse las elecciones, obligaría al actual Gobierno a permanecer en funciones hasta el mes de junio en el mejor de los casos.
La jugada de Rajoy ha pasado toda la presión a su principal rival, Pedro Sánchez, obligado a su vez a zafarse de la intentona podemita que amenaza con llevarse por delante al PSOE en caso de que se convoquen unos nuevos comicios. Y es que cuando se trata de hacer frente a los retos decisivos contra la unidad de la Nación y el interés general de los españoles Rajoy hace gala de una indolencia que, lejos de solucionar problemas, los agrava hasta límites agónicos. Ahora bien, cuando lo que está en juego es su sillón, el presidente del Gobierno en funciones se convierte en un estratega implacable.
El pasado viernes, Rajoy demostró que está dispuesto a intentar revalidar su mandato aunque ello suponga llevar a España a una situación de inestabilidad política de consecuencias inimaginables, que él está dispuesto a asumir con la mayor frialdad.