La intervención de Susana Díaz en un desayuno informativo celebrado ayer en Madrid ha sido saludada con un entusiasmo sin duda excesivo para la talla política de la flamante presidenta andaluza. La dura crítica a las decisiones de Zapatero respecto al estatuto de Cataluña y su oposición al llamado derecho a decidir, defendido por sus correligionarios en aquella comunidad autónoma, la han convertido a ojos de algunos veteranos socialistas, como el actual alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, en una estrella emergente del socialismo español cuya estela debería seguir el partido para salir del marasmo. Por su parte, ni Rubalcaba ni Pere Navarro, presentes en el acto, fueron capaces de hacer el menor comentario respecto a un discurso que cuestiona de raíz los planteamientos actuales de ambos.
Las palabras de Díaz podrían ser consideradas una severa llamada de atención al servilismo con que el PSOE está actuando ante el embate secesionista, si no fuera por su escasa relevancia política y nula credibilidad. Cabe recordar que, cuando el estatuto de Cataluña llegó a las Cortes, todos los diputados socialistas andaluces, sin excepción, votaron a favor de un documento que acabó con el principio constitucional de solidaridad entre las regiones españolas, y ello a pesar de que precisamente Andalucía es la comunidad más beneficiada por ese mandato, en virtud del bajo nivel de renta de sus habitantes y su atraso endémico en todos los indicadores económicos. En aquel momento la sucesora de Griñán no consideró oportuno hacer pública la más mínima censura a una decisión política de la que ayer abjuraba en términos tan contundentes.
Otro tanto cabe decir de su actual defensa de la unidad de España, el segundo gran argumento esgrimido en su intervención, aplaudido públicamente por lo que constituye de novedad en el socialismo español. Pero Susana Díaz, como Griñán y la mayoría de los compromisarios andaluces, fue uno de los principales apoyos de Carmen Chacón en su carrera a la secretaría general del partido, a pesar de su conocida proximidad a las tesis separatistas del nacionalismo catalán que la presidenta andaluza ayer deploraba con tanta firmeza. En aquellos momentos Díaz decidió dejar en suspenso el patriotismo del que ahora hace gala con grandes dosis de hipocresía.
Por todo lo anterior, la nueva cara que la sucesora de Griñán quiere ofrecer a la opinión pública ha de ser tomada en consideración con la debida cautela. La misma que cabe aplicar a sus recientes apelaciones condenatorias hacia la corrupción, tratándose de una política que ha formado parte de los Gobiernos que urdieron la trama de los ERE sin decir ni una palabra.