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EDITORIAL

La calamitosa Argentina que algunos quieren importar

Produce espantoso estupor que haya aquí quien considere un ejemplo el régimen kirchnerista.

Pocos se habrán sorprendido, este miércoles, con el anuncio de la suspensión de pagos selectiva del Estado argentino. Cristina Fernández de Kirchner no ha sido capaz de llegar a un acuerdo con los fondos mal llamados buitres que se negaron a aceptar las condiciones ofrecidas en 2005 y 2010. La posibilidad de que se activaran las famosas cláusulas RUFO, que garantizaban las mismas condiciones a todos los bonistas, incluso a aquellos que habían aceptado quitas, si se pagaba el total de los títulos antes de diciembre de este año, ha hecho imposible para el Gobierno argentino cumplir con lo exigido por los tribunales norteamericanos.

Más allá del detalle del caso en concreto, el episodio de este último mes es sólo un jalón más en el camino hacia el subdesarrollo económico que Argentina inició hace ya más de medio siglo. Posiblemente no haya un caso igual en todo el planeta.

Subirse al tren del Primer Mundo se ha demostrado complicado para muchos países, pero una vez conseguido el objetivo casi ninguno se ha bajado. Hablamos de un lugar que a comienzos del siglo XX era una tierra de oportunidades para los emigrantes europeos en un plano de igualdad con EEUU. En 1950 estaba entre los diez primeros países del mundo en renta per cápita. En teoría, lo tenía todo para prosperar: una clase media ilustrada, inmensos recursos naturales, presencia activa en los mercados internacionales...

Sin embargo, los argentinos se echaron en manos del populismo peronista. Y ahora su decadencia parece imparable. Lo ocurrido esta semana es un paso más. En vez de afrontar sus obligaciones, el Gobierno de Fernández de Kirchner busca enemigos extranjeros y recurre a la clásica retórica anticapitalista que tantos réditos políticos le ha dado y tanto daño económico ha provocado a su país. No hay tanta diferencia con el episodio de la confiscación de YPF.

De hecho, este capítulo es el amargo fin de una década pérdida, una más, en la economía argentina. El final previsible al corralito que descapitalizó en 2001 a miles de ahorradores, a los que se les hurtó del fruto de muchos años de trabajo.

A pesar de los elevados precios de las materias primas, las medidas de Fernández de Kirchner han empobrecido a una sociedad desesperanzada que no cree en las cifras oficiales, empezando por las de la inflación, que cada día se come un poquito de la riqueza de las clases medias para mantener intacta la red clientelar que el peronismo ha construido y sobre la que asienta su poder.

Visto desde España, el drama argentino se ve con una mezcla de tristeza y aprensión. Por un lado, duele ver en esta situación a un país hermano, en el que tantos españoles buscaron suerte. Por otro, produce espantoso estupor que haya aquí quien considere un ejemplo el régimen kirchnerista. No son pocos en la izquierda. De hecho, las recetas que con tanto orgullo defiende Axel Kicillof, el niño mimado de la presidenta argentina, se parecen peligrosamente a las que se escuchan cada vez con más frecuencia en los medios españoles: impago de la deuda, control político del banco central, expropiaciones de sectores estratégicos, intervención directa en todos los sectores económicos, limitación de las exportaciones…

Argentina ha pasado de estar en el tren del primer mundo a la cuneta de la pauperización masiva y el éxodo de sus mejores profesionales. Si algo bueno puede tener la decadencia del país austral es que puede servir como recordatorio. La prosperidad no está asegurada, ni mucho menos. Cualquier sociedad, incluso una de las más ricas del mundo, puede perder todo lo ganado si se lo propone.

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