Nunca ha quedado más en evidencia la naturaleza totalitaria y liberticida del nacionalismo catalán que en este lamentable 1 de octubre. El total desprecio de la Ley –incluso de las propias- y de las normas básicas de la democracia; la generación de situaciones en las que era imposible que no hubiese violencia y el uso propagandístico de ésta, una vez que se ha producido; la desvergüenza de poner a niños y ancianos en primera línea, para intimidar a las fuerzas del orden…
Todo para desarrollar una copia infecta de un referéndum, una asamblea tumultuaria en la que se ha podido votar en varias ocasiones, sin sobre, con sobre, con papeleta oficial o con la papeleta hecha en casa, en el colegio que te correspondía o en el que te diese la gana…
Puigdemont y los suyos han demostrado que están dispuestos a cualquier cosa para lograr su objetivo y que éste no es otro que la independencia, aunque muchos aún vivan en la ensoñación de que es posible algún diálogo y de que todo lo que estamos viendo sólo es una durísima táctica de negociación.
También ha quedado meridianamente claro que el problema no es sólo el de unos pocos políticos enloquecidos, sino es una parte significativa de la sociedad catalana la que ha perdido completamente la razón y está infectada de una variedad especialmente nociva de la enfermedad nacionalista. Sólo desde un fanatismo completamente exacerbado puedes enfrentarte a policías antidisturbios con un hijo de pocos años a los hombros, sólo desde una ceguera absoluta puedes creer que lo que hoy ha ocurrido en Cataluña es una exhibición de democracia y una justa reclamación de derechos, y participar de ello.
Sólo en una sociedad así de enferma puede tener cabida la existencia de una policía como los Mossos que, en lugar de perseguir el delito, lo contempla impasible o incluso colabora con él en no pocas ocasiones.
Precisamente, en el polo opuesto se han situado la actuación de los agentes de la Policía y la Guardia Civil que, en la situación dificilísima en la que los han puesto, frente a una increíble hostilidad azuzada desde los poderes públicos y los medios de comunicación, han dado allí donde se les ha requerido un ejemplo sobresaliente de profesionalidad.
Por desgracia, esta actuación de los agentes de las fuerzas del orden ha sido lo único ejemplar del día, y más allá de esto, este domingo se ha podido certificar la práctica desaparición del Estado en Cataluña. Y con el Estado ha desaparecido el Estado de Derecho y la Ley ha brillado por su ausencia en la inmensa mayoría de los lugares, pese a los ímprobos esfuerzos de policías y guardias civiles.
Un fracaso del Estado que tiene unos culpables claros sobre los que debe caer una responsabilidad que ya no es sólo política, sino que sin duda es histórica: Mariano Rajoy y los restantes miembros de su Gobierno, entre los que destaca la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, ideóloga y ejecutora de la 'Operación diálogo', para la que abrió un despacho en Barcelona y cuyos resultados son hoy los que son.
Un Gobierno que no ha sabido o no ha querido parar lo que ellos mismos habían denunciado como un golpe de Estado; que ha mentido a los españoles prometiéndoles que no ocurriría esto y negando la evidencia cuando todos hemos visto como votaban Puigdemont, Junqueras, Mas, Forcadell y hasta el futbolista Piqué; que ha permitido por segunda vez que los nacionalistas se saliesen con la suya.
Rajoy y, conviene insistir, muy especialmente Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta que tenía como misión especial el tema catalán y que tiene entre sus responsabilidades el control de un desaparecido CNI –más de 3.000 espías y aquí nadie se había enterado de nada-, han demostrado, simplemente, que no son capaces de gestionar la dificilísima situación que vive España, que no están capacitados para gobernar un país que necesita más que nunca políticos con convicciones y que sean capaces de tomar las difíciles decisiones que en no pocas ocasiones tiene que tomar un Gobierno.
Incluso la más grave crisis económica se puede remontar con las políticas adecuadas y tiempo, pero lo que está pasando en Cataluña está muy cerca de ser irreversible, gracias a la incompetencia y cobardía de Rajoy y su inefable vicepresidenta, que ha cosechado este domingo un dramático fracaso que, por desgracia, nos va a afectar a todos.