El candidato del PSC en las próximas elecciones catalanas, Miquel Iceta, se ha descolgado en esta fase de la campaña con la propuesta de que los políticos que sean condenados por los delitos relacionados con el golpe de Estado separatista sean indultados por el Gobierno.
Es en sí misma una idea repugnante: un político pidiendo que políticos indulten a políticos que han cometido gravísimos delitos. Pero es mucho más que eso: entre otras cosas, la constatación de que aún hay quien cree que hay una casta que, por el mero hecho de haber alcanzado las cúpulas de los partidos, están por encima de los ciudadanos y de la ley.
Es también la constatación de que Iceta y su PSC no son socios fiables. La voluntad del candidato socialista de nadar entre dos aguas es vituperable: no se puede estar a medio camino entre la ley y el delito, entre la Nación y los que pretenden destruirla, entre la libertad y sus dinamiteros. Con aquel que no tiene claro de qué lado está cuando la elección es tan sencilla es casi imposible llegar a ningún tipo de acuerdo que pueda ser de utilidad para Cataluña y para el resto de España.
Pero además de una inmoralidad, la propuesta de Iceta es un tremendo error: porque, como se ha constatado en los últimos 40 años, el apaciguamiento y la cesión no funcionan con los separatistas y porque, con sus desesperados intentos por colocarse en una posición en la que puedan votarle unos y otros, Iceta puede perfectamente conseguir que no le vote nadie.
Es el tremendo error que el PSC viene cometiendo desde hace tanto tiempo ya, que le ha supuesto una auténtica sangría de votos (mirar su historial es un espectáculo estupefaciente) y que las encuestas advierten no le va a servir de revulsivo. Significativamente, el PSC va perdiendo fuelle a medida que se alejan los días en que su líder se dejaba identificar con los que salieron masivamente a la calle en Barcelona en defensa de España.
Sólo queda esperar que el rechazo que, aparentemente, ha generado la nefasta idea de Iceta en otros partidos y en el propio PSOE no sea cálculo electoralista. Un apaño así sería intolerable, y todos aquellos que participasen en él deberían ser objeto del desprecio que merecen los peores traidores.