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EDITORIAL

Francia: un nuevo gobierno para un cambio de rumbo

Valls ha zanjado la crisis de la forma con la que debería haberla evitado desde un primer momento:nombrando ministros acordes a sus propósitos

Era evidente que Manuel Valls, nombrado primer ministro de Francia hace escasos cinco meses, lo iba a tener muy difícil a la hora de cambiar sensiblemente el rumbo que ha llevado al Hexágono a acumular 40 años de déficit público, tener una deuda cercana al 100% del PIB y un nivel de gasto público que el año pasado superaba el 57% de lo que producía.

Por muy respaldada que esté por el presidente Hollande, la intención del nuevo primer ministro de exigir rigor en el gasto, reducir el déficit y el endeudamiento y estimular sanamente la economía mediante profundas reformas estructurales y una apreciable reducción de la presión fiscal, no sólo choca contra el estatismo al que tan adictos son todos los partidos en Francia, sino muy especialmente contra los planteamientos más socialistas de algunos de sus hasta ahora compañeros de Gobierno.

La critica de estos últimos –especialmente la del hasta ahora ministro de Economía, Arnaud Montebourg– al cambio de rumbo desembocaba este lunes en una crisis de gobierno que Valls ha zanjado nombrando ministros partidarios del mismo en sustitución de los que piensan que una crisis de deuda se afronta abusando aún más de la deuda.

Aunque la lista del nuevo Gabinete presentada a Hollande sólo incluya cambios en las carteras dejadas vacantes por los tres ministros díscolos - Arnaud Montebourg (Economía), Benoît Hamon (Educación) y Aurélie Filipetti (Cultura)-, un nombramiento como el de Emmanuel Macron, ubicado en la llamada "ala liberal" del socialismo francés, como responsable de Economía da mucha mayor coherencia a la acción del gobierno.

Pese a estos cambios, nada garantiza el éxito de Valls: la resistencia al cambio de los beneficiarios del statu quo es muy poderosa, y la opinión pública no acoge con agrado ajustes y recortes cuyos beneficios sólo se hacen visibles a medio y largo plazo. En cualquier caso, el estancamiento y la falta de productividad de la economía y un desempleo que ya rebasa el 10% son razones más que suficientes para apostar por el cambio y no añorar "el retorno de lo que causó el trastorno", que diría Ortega.

Finalmente, cabe mencionar la reacción de los socialistas españoles ante estos cambios en Francia. Mucho se ha criticado –y con razón– el sectarismo de Pedro Sánchez por negarse a criticar la política de recortes de París, cuando no deja de zaherir a Merkel y Rajoy por lo mismo. Claro que esa incoherencia no es tan extraña si se recuerda el apoyo que el propio Sánchez otorgó en 2010 a Zapatero cuando éste recortó, tarde y mal, el gasto público por temor a la suspensión de pagos. Así las cosas, parece que la regeneración del socialismo español consiste en avanzar con paso decidido por la senda de la irresponsabilidad.

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